Epitafio

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Jorge Luis Borges y Harold Alvarado Tenorio, en IslandiaAl papá de Héctor Abad Faciolince lo mataron el 25 de agosto de 1987. En uno de los bolsillos de su camisa encontraron este soneto de Borges, llamado “Epitafio”:

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.

El año pasado, Abad Faciolince publicó su libro testimonial El olvido que seremos, en el que rinde homenaje a su padre. Durante la presentación del libro en la Feria de Guadalajara, el escritor conoce a Ricardo Sabanes, editor de Borges en Argentina, y le habla del soneto borgiano que, dicho sea de paso, él no pudo hallar en las obras completas del autor de Ficciones. Sabanes promete consultar el asunto con María Kodama, pero pasa el tiempo y no hay respuesta.

Entonces Abad Faciolince recuerda cierto episodio. En 1972, Harold Alvarado Tenorio había publicado Pensamientos de un hombre llegado el invierno, libro que entre sus varias bondades incluía la de haber sido prologado por Borges. El caso es que Borges, como descubriría poco tiempo después un periodista argentino, no recordaba haber escrito el prólogo en cuestión:

Los pareceres y el estilo del prólogo concuerdan con lo que yo hubiera podido escribir. Asimismo las autoridades que alega el texto corresponden a mis preferencias. También es raro que mi memoria haya dejado caer un hombre tan singular como Harold Alvarado Tenorio, pero a los 73 años el olvido es harto accesible. Pienso que el “Prólogo” es una afortunada parodia, que debo agradecer.

El prólogo, como revelaría más tarde Alvarado Tenorio en su artículo “De cómo escribí un prólogo de Borges” —fragmentos del cual publicó Juan Granados en su blog, de donde he tomado la foto de Alvarado Tenorio al lado de Borges—, era apócrifo y además, como había vislumbrado el Viejo, bastante afortunado:

Pensamientos de un hombre llegado el invierno se hizo en Cali en 1972, y fue promocionado con el prólogo apócrifo de Borges, aun cuando nunca hizo parte del cuerpo del libro. Los editores, a sabiendas que era falso, hicieron unas hojas sueltas con él y fue tanto su éxito, que el día de la presentación se vendieron 70 prólogos y apenas 12 libros.

Así, Abad Faciolince decide llamar a Alvarado Tenorio, con quien lo une una vieja amistad:

Decidí hablar con Harold a como diera lugar y al fin logré conseguir su teléfono con Ignacio Ramírez, el director de Cronopios. Hablé con él y, para mi dolor, confirmó mis sospechas: “Ese poema lo escribí yo”. Después añadió: “Lo escribí hace más de diez años y lo publiqué por primera vez en el Nº 2 de la revista Número, en octubre de 1993. Como tenía unas fallas de métrica, William Ospina me lo corrigió”.

¿Cómo llegó un poema publicado por vez primera en 1993 al bolsillo de un hombre asesinado en 1987? La historia completa —a la que llegué por un correo de Luis Fernando Castrillón— fue publicada en enero pasado por la revista Cromos, e incluye un intento de explicación por parte de William Ospina, conocedor de la obra de Borges que en 1993 fue consultado por los editores de Número para proceder a la publicación de un conjunto de sonetos en el que se encontraba “Epitafio”. Sonetos que, por supuesto, habían llegado a ellos de manos de Alvarado Tenorio, junto con un artículo en el que contaba cómo los había “obtenido” él.

Cromos también incluye la ácida versión de Alvarado Tenorio:

Pienso que esa es una vaina para vender libros que Héctor Abad se ha inventado porque no creo que el papá haya visto eso por algún lado, eso es imposible. Él encuentra la línea, puso la línea en el poema y quién sabe por qué ha pensado que yo puedo decir algo o que me voy a burlar de él. Yo también tengo fama de eso, que cojo a la gente en un truco y le acomodo una vaina infame y me burlo de ellos. Para mí que es un recurso de Héctor porque no tengo evidencias de que publicaran eso. Todas las pruebas son de que se publicó después. No tengo un papel en el que me muestren que las sacaron antes.

En cualquier caso, la historia es deliciosa. Para los curiosos, en la web de Número está el poema “Memento”, en el que Abad Faciolince relata el episodio del hallazgo del soneto.

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7 thoughts on “Epitafio

  1. Lo «verdaderamente» interesante del soneto es su carácter histórico y documental insinuado en el tercer verso de la primera estrofa: «y que fue el rojo Adán y que es ahora…» en este verso se nos dice claramente que ya Adán era rojo… para tener la información completa deberíamos averiguar de cual Adán estamos hablando, para concluir si era rojo a secas o rojo rojito.

  2. Yo no creo eso de que Héctor Abad Faciolince se haya inventado ese cuento para vender más. Después de leer un libro tan excelente como lo es «El olvido que seremos» uno se da cuenta el sentimiento que esconden esas palabras. Y ni el más infame, luego de haber escrito con tanta pasión en honor a un padre, se pondría a inventar cosas solo para vender mas su historia. Es que acaso el lo escribió por lucrarse, o porque quería dejar un testimonio, y como el mismo lo dice en el libro, hablar de lo que antes no había sido capaz. Hay que saber leer, y ver lo que no está explícito, ir mas allá de las palabras.

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