Vargas Llosa y el asco de Estocolmo

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Mario Vargas Llosa fue el jueves a la biblioteca de Rinkeby, donde los chicos de la localidad le hicieron un homenaje con poemas y canciones y hasta le dedicaron un cuento, como dice este cable de EFE:

Primero, los estudiantes le dieron la bienvenida en diversos idiomas, entre ellos el español, el turco, el griego, el polaco y el somalí, y tras el desfile de un coro de niñas que, con velas encendidas, entonaban canciones navideñas en honor de Santa Lucía, un grupo de alumnos leyó un cuento en el que uno de los protagonistas se llamaba Mario.

Mario Vargas Llosa en la biblioteca de Rinkeby

Rinkeby es un barrio pobre de Estocolmo, una suerte de gueto al que van a parar los inmigrantes, que lo conforman en algo así como 90%. Es el barrio de los expatriados, los que salen de sus países huyendo de las guerras o de la extrema pobreza y por azares del destino llegaron un día a la fría y organizada Suecia. Incluso los cuatro suecos que viven allí son los de peor fortuna, expatriados dentro de su patria.

Ese proceso de poblamiento ha convertido a Rinkeby en un crisol de culturas e idiomas. Diecinueve lenguas conviven en esta Babel del frío. Y no es un invento de la modernidad: ya en el siglo XIV hay registros documentales de la existencia de Rinkeby (Estocolmo fue fundada a mediados del siglo XIII), aunque el desarrollo actual con edificios cuadrados, desprovistos de toda floritura arquitectónica —pero provistos, por otro lado, de centenares de antenas parabólicas con las que sus habitantes ven la televisión de los países que dejaron atrás—, fue inaugurado en 1971.

Rinkeby es el asco de Estocolmo, la ruina suburbana a la que todo sueco de bien evita entrar. Me contaba Marisol Aliaga en 2006 que los suecos, por algo parecido a la elegancia, evitan manifestar abiertamente su desprecio por los extranjeros —los extranjeros pobres, quiero decir—, a quienes llaman «cabecitas negras». Pero Rinkeby les da tanto asco que, si te sientas en uno de esos lindos restaurantes a orillas del mar Báltico y pronuncias la palabra Rinkeby, te mirarán de arriba abajo y se alejarán como si fueras un apestado.

Así que no es difícil inferir el tamaño del esfuerzo que implica meter al ganador de un premio Nobel en la biblioteca de un sector al que ni los taxistas quieren ir —te cobran 400 coronas a ver si desistes de semejante destino. Allá fue Vargas Llosa a hablar, claro, de libros, y definió la lectura como la más entretenida ocupación, algo con lo que los chicos no estuvieron muy de acuerdo:

George, por ejemplo, ve bastante más entretenido el fútbol. Y para demostrarlo enseña una carpeta tapizada con el rostro y el nombre de Messi, que todavía no es premio Nobel. A su alrededor, hay «quórum» y, como siempre que hay «quórum» entre adolescentes independientemente de su nacionalidad, gritan. Gritan a poco que el periodista se moleste en preguntar. ¿Entre el fútbol y la literatura, con qué os quedáis? Todos como un solo hombre: «el fútbol».

Y es que en el barrio de los pobres todos los chicos juegan fútbol. Es el idioma común, el punto de consenso que ni la ONU podría encontrar. De Rinkeby han salido destacados futbolistas como Moses Nsubuga o Martin Mutumba, descendientes de africanos como bien lo indican sus nombres. Cuando estuve allí, varios niños que pasaban su tarde jugando fútbol me rodearon pidiéndome en inglés, sueco y en otros idiomas que les tomara una foto en plan de equipo profesional. Cada uno se identificó alegremente con algún futbolista internacional.

Ahora veo la foto de arriba, en que Vargas Llosa se deja llevar del brazo por un chamo de Rinkeby, y no puedo dejar de pensar que, cuatro años más tarde, alguno de estos chicos de la foto de abajo pudo haber presenciado la visita del Nobel.

Niños en Rinkeby

De hecho, dos de la foto de abajo se parecen mucho a los dos que resaltan a la izquierda, en la foto de arriba. Si quieren pueden abrir la foto a mayor resolución y hacer el ejercicio de intentar reconocerlos.

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