Para un caballero de tan triste figura el hambre era un problema, y a veces bastante difícil. Así, puede entenderse por qué, como dice en esta nota,
en el Quijote aparece 99 veces la palabra comer, 19 comida, 65 pan, 19 queso, 32 carne, 3 pescado, 24 caza, 8 vaca, 7 ternera, 3 cabrito, 2 cordero, 3 carnero, 2 conejo, 5 perdices, 10 huevos, 137 vino (en cambio agua sólo aparece 76 veces).
Un hambre del tamaño de un molino: según la misma fuente, de los ciento veintiséis capítulos del Quijote sólo hay tres o cuatro en los que no se menciona algún concepto relacionado con el hambre.
Categoría: Quixote
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De “La cocina del Quijote” de Cesáreo Fernández Duro (Madrid, Rey Lear, 2004).
Bien pensaba el buen Quixana, que muerte la más cruel de las muertes es la del hambre, cuando con ella quería dar fin a sus desventuras; muerte temida por Sancho en la Sierra, al abandonar por el hambre su gobierno; muerte que lleva al ojo el pobre honrado “si honrado puede ser el pobre”. “Hambre padece el estudiante, si bien no tanto que no coma, aunque sea un poco más tarde de lo que se usa, aunque sea de la sobra de los ricos; que es la mayor miseria del estudiante esto que entre ellos llaman andar a la sopa”. Pobreza y hambre son prendas del soldado “que en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo con sólo el aliento de su boca, que como sale de lugar vacío, debe de salir frío contra toda naturaleza, pero ¡ay! miserable más que todos el bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes, con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a limpiárselos. Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo, y la hambre de su estómago”.
El terrible poder del hambre rinde a la materia personificada en Sancho: “Muera Marta y muera harta” es su lema. Ni los palos, ni los manteos, ni los trabajos le duelen tanto como “beber mal y comer peor”. Pensaba “comerse las manos tras el gobierno” y el hambre le obliga a dejar honras y derechos exclamando pesaroso: “Abrid camino, señores míos, y dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de la muerte presente. Más quiero hartarme de gazpachos, que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre”. En vano es que el doctor prometa enmendarse, dejándole comer abundantemente de todo aquello que quisiese; tarde piache, responde: así dejaré de irme, como volverme turco. Con medio queso y medio pan por regalía emprende su regreso, pensando que “los duelos con pan son buenos”; doy un salto del gobierno –repite– y me paso al servicio de mi señor don Quijote, que en fin con él, aunque como el pan con sobresalto, hártome a lo menos; y para mí, como yo esté harto, eso me hace, que sea de zanahorias que de perdices.
El generoso espíritu del caballero resiste, por el contrario, las imperiosas exigencias del apetito; por el deber, abandona sin pesadumbre la holgura y las delicadezas, porque resalte que hay hombres destinados a vivir muriendo, como otros a morir comiendo. “Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo. Digo esto, Sancho, porque en mitad de aquellos banquetes sazonados me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear el ánimo libre”.
Más vale con libertad
Pan y agua con cebolla,
Que cabecera de olla
Por ajena voluntad.
Pero si el espíritu resiste, no vence a la ineludible llamada del estómago, que, desatendido, acabará por enterrar los mejores propósitos. “De este modo, no tenemos que comer hoy –exclama don Quijote–. Eso fuera –responde Sancho– cuando faltaran por estos prados las hierbas que vuestra merced dice que conoce, con que suelen sufrir semejantes faltas los caballeros andantes. Con todo eso –dice el de la Triste Figura– tomara yo ahora más ahina un cuartal de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas hierbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna”.
A pesar de todo, el hambre es un beneficio, en cierto modo. “La mejor salsa del mundo es la hambre, y como ésta no falta a los pobres, siempre comen con gusto”. Además tienen estos a su disposición con una sola pieza, “capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor; y finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran; balanza y peso que iguala al pastor con el rey, ya al simple con el discreto”.
La hambre, por apéndice, constituye una de las bienaventuranzas.
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Cesáreo Fernández Duro (Zamora, 1830-Madrid, 1908) fue capitán de navío e historiador de la marina española. La cocina del Quijote es el breve ensayo con el que pretendía sumarse a “esa cofradía singular que ya tiene periódicos cervánticos, que consigue la solemne celebración de aniversarios, que trata de fundar cervánticas academias, de conservar monumentos, de erigir otros nuevos, y que tengo para mí que en todo ha de salirse con la suya; es decir, con su locura”.