La figura de Yasunari Kawabata ha sido recordada en estos tiempos a raíz de la aparición de Memoria de mis putas tristes. Hoy he leído una interesante nota de Miguel Ángel Sardegna en la recién nacida Axolotl. La nota habla por supuesto de La casa de las bellas durmientes, pero además hace una entusiasta valoración de la obra del escritor japonés donde destaca lo abrupto de sus finales, su relación con la belleza, la influencia que en él ejerció la lectura de Proust (aparte de la literatura tradicional japonesa) y el problema de confiar en las traducciones de que disponemos.
Kawabata mismo nos habla de la imposibilidad de toda traducción en Lo bello y lo triste.
Otoko abre el diccionario para consultar el ideograma «pensar» y al repasar los restantes significados siente que el corazón se le encoge. El mismo Kanji que designa «pensar» también significa añorar, ser incapaz de olvidar y estar triste.
Bajo estas condiciones, pareciera imposible no ser poeta habiendo nacido en Japón.
Habla también del suicidio, que Kawabata negaba como forma de iluminación “por más alejado que uno pueda estar del mundo”:
Escribe en Mil grullas que la muerte no podía ser la respuesta, que la muerte sólo interrumpe la comprensión.
Como Akutagawa, como Mishima, como si sólo se tratase de una tradición más que no pudiese ignorar, Kawabata terminó por suicidarse en abril de 1972.
Axolotl es una revista dirigida por Karina Sacerdote y Mariana Alonso. Hace un par de meses Karina me había hablado de su próxima aparición y, pues, aquí está.
Jorge
Un abrazo, tu bitácora es una fuente constante de notas interesantes, entretenimiento y, sobre todo, placer. Paso todos los días por esta página y siempre me voy con una sonrisa. Felicidades.
Akutagawa, Mishima, Kawabata… la verdad es que, retomando una forma que diste, es difícil no suicidarse, siendo escritor en Japón. Porque así como es trágico el hado de ese país, así lo deben ver quienes, ante todo, tienen la obligación moral de ver los derroteros de las palabras y lo que a ellas lleva.
Es decir: el suicidio jamás puede ser fuente de iluminación. Quien propuso eso es una persona que murió en su cama a los cien años, con seguridad. El suicidio es, más bien, una forma de ser congruente, habiendo nacido japonés. Porque el suicidio debe ser, para el japonés, una manera de recobrar el honor que en vida ya no se puede recobrar. Y habiendo vivido lo que vivieron Mishima y Kawabata, habiendo asistido a la transformación de Japón – que a ojos de Mishima siempre fue objeto de crítica y aborrecimiento -, habiendo asistido a la pérdida de un mundo, para los dos no era una forma de iluminación: era una forma de pedir perdón.
Y de nuevo, vamos al idealismo, ¿eh? :-p
Saludos.