Cuando, en 1956, Ignácio de Loyola Brandão —el autor de Zero, entre otros exitosos libros— se fue a vivir a São Paulo, llevaba consigo un gran arresto de suerte.
Tenía veinte años. Esperaba en la salita de recepción del diario Última Hora que lo entrevistaran para un empleo. Sabía de linotipo y otros menesteres tipográficos, así que quizás habría obtenido un trabajo en el taller del diario… a no ser porque mientras esperaba su entrevista se apareció en la recepción como una tromba el jefe de reporteros, preguntando si había alguien que supiera hablar inglés. “Yo sé”, se arriesgó el joven Brandão: el único inglés que sabía era el que había aprendido en el bachillerato.
La misión encomendada era entrevistar a un hermano del general Eisenhower que se encontraba en São Paulo. La cumplió tan bien que su entrevista obtuvo llamado en primera página y, como además sabía francés —aprendido igualmente en el bachillerato—, rápidamente obtuvo fama como entrevistador de personalidades internacionales.
Trabajó en Última Hora durante casi una década.
No conseguí en Internet nada de él para presentarlo ante ustedes, así que puse a trabajar al scanner, y helo aquí en el cuento “El hombre que vio un lagarto comer a su hijo”. Esta nota resultará entonces un poco larga, pero será mejor que ver un programa en la aburrida tele dominical. 🙂 Agradézcanle a Gabriela, mi hija mayor, que me pasó el cuento para que la ayudara en la tarea del liceo.
El hombre que vio un lagarto comer a su hijo
Era un martes en la noche, ellos veían televisión acostados en la cama. Casi la una de la mañana, hacía calor. Él se levantó para tomar agua. La casa se mantenía silenciosa, vivían en una zona tranquila. No había ruidos, pocos carros. Al pasar por el cuarto de los niños, decidió entrar. Empujó la puerta y encontró al animal comiéndose al mayor de los niños, el de tres años y medio. Era semejante a un lagarto y, en la penumbra, le pareció de color verde. Paralizado no sabía si entrar y tratar de asustar al animal para que dejara al pequeño. O si debía regresar a pedir auxilio. Él no tenía idea de la fuerza que podía tener ese reptil, sólo se imaginaba que debía ser monstruosamente fuerte. Al menos, demasiado fuerte para él, un débil funcionario; y medio miope, para colmo. Si encendiera la luz del corredor, podía ver mejor qué tipo de animal era. Pero no se trataba de identificar la raza sino de salvar al niño. Tenía la impresión de que ya se había comido las dos piernas porque las sábanas estaban llenas de sangre. Y el pantalón de la pijama estaba destrozado bajo las garras horrendas de aquella bestia repulsiva. ¿Cómo es posible que una cosa así hubiera entrado en el interior de su casa? Muchas veces le había aconsejado a su mujer que cerrara bien las puertas. Ella siempre lo olvidaba, nunca usaba los pasadores. Cualquier día en lugar a un animal, tendrían a un hombre robándole todo: la televisión a color, la licuadora, las colecciones de libros con capas doradas, los adornos hechos con alas de mariposas, tan preciosos. Pensó en revisar las puertas, ver si estaban bien cerradas. Pero en este momento, sintió un nuevo movimiento del animal, como si tratara de subir a la cama. Quizás había comido un poco más del niño. Necesitaba intervenir. ¿Cómo? ¿Dando unas palmaditas en el lomo del animal diciendo: “no lagarto, no”? No tenía armas en su casa; su cuñado siempre decía que las armas eran necesarias. Nunca se sabía qué podía pasar. Allí tenía una prueba. Podía imaginar la cara del cuñado, cuando le contara. No le iba a creer y seguro que apostaría dos cervezas a que tal animal no existía. ¿Puede, un lagarto enorme traspasar puertas cerradas y comer niños? Se fijó bien. Comer niños no era algo normal, sin duda. Debía ser una alucinación. No lo era. El animal masticaba lo que le pareció un bracito del niño y el funcionario sintió un momento de ternura al pensar en aquellos brazos que lo abrazaban tanto al llegar del trabajo por las noches. ¿Un cuchillo de cocina podría ser útil? Pero, ¿cuánto podría aproximarse al animal sin que esta cercanía fuera un peligro para él mismo? Tenía que impedir que el lagarto llegara a la cabeza. Al menos eso necesitaba salvar. No conseguía dar un paso, se sentía clavado en la puerta. Se preocupó. Todavía no se sentía culpable. Era una situación nueva para él. Además una situación aterradora. ¿Cómo reaccionar ante cosas nuevas y aterradoras? No sabía. Prefería no haber visto al lagarto, encontrar la cama vacía, las ropas manchadas de sangre. Hubiera podido pensar en un secuestro o algo así, de esas cosas que se leen en los periódicos. Un secuestro o una venganza, esto último era más probable, ya que ganaba apenas algo más de dos salarios mínimos y nunca había ganado la lotería. Él era únicamente un funcionario del correo que entregaba cartas todo el día y por eso tenía varices en las piernas. ¿Y si gritaba? ¿El lagarto se iría? Continuó pensando en las cosas que podía hacer, hasta que la mujer lo llamó, una, dos veces. Después ella gritó y él retrocedió, siempre atento para verificar cuánto había comido el animal. A medida que retrocedía se veía menos dentro del cuarto. Comenzó a sentirse aliviado, por lo que no veía. La mujer llamaba y él pensó: “el pequeño no lloró, no debe haber sufrido”. Volvió a su cuarto con la esperanza de que aún sería posible salvarlo por la mañana. Y decidió no comentarle nada a su mujer. Apagaron la luz, él se acomodó, durmió. Se despertó sintiendo un olor desagradable y cuando abrió los ojos vio sobre su pecho una pata, parecida a la de un lagarto. Paralizado, no sabía si debía asustar al animal, o pedir auxilio. Por el peso de la pata, el animal debía de ser monstruosamente fuerte. Al menos demasiado fuerte para él, un débil funcionario. En ese momento recordó que tenía dos sacos de cartas que entregar, era época de Navidad y había muchas tarjetas de unas personas para otras diciendo que todo estaba muy bien, felicidades. Tenía que sacar ese animal de la cama. No, hoy no habría entregas. Ni mañana, ni por mucho tiempo. El lagarto ya tenía la mitad de su pierna dentro de la boca.
Traducción: Carolina M. Álvarez A.
Excelente tu blog mis felicitaciones!!!!
Sigo sin poder leer tu blog! Las letras, los post, los márgenes… todo parece un sancocho de gallina, pescado y res!
Gracias por hacernos descubrir ese estupendo escritor.
Saludos.
Por cierto, alguien de Cuba, alguna vez contestó una referencia que hicimos a tu blog en el nuestro. Aquí está el enlace.
Buena historia la de Ignacio de Loyola, la de su vida y la que nos trasladas en forma de lagarto que se traga todas las letritas de su cola…
Nina: tu blog está muy bien también, muy artístico, me ha gustado mucho.
Mila: ya quisiera yo que mi humilde bitacorita fuera tan sabrosa como un sancocho de gallina.
McC: el señor Mesa también dejó su respuesta en el mío, pero no me convencieron sus argumentos y decidí dejar eso así. Luego tuve el honor de que Vigo, de La Librería, llamara la atención sobre un hecho que es más importante que el simple conflicto tecnológico que quedó evidenciado con mi notita.
Iván, comparto contigo el agrado ante el texto de este autor. Me recordó algún cuento de Chéjov en el que hace chanza sobre la personalidad del burócrata, y no sé si estaré siendo demasiado entusiasta si digo lo que le dije a mi hija cuando me presentó el cuento: se parece a Kafka, pero vestido de trópico.
A ver quién consigue algo más de Brandão y lo pone en línea…
me gustaria que me mandara si es posible el análisis que le hace a esta obra literaria, se lo agradecería de todo corazón
Me alegro de haber encontrado tu blog. Es de los pocos lugares que tienen información sobre este autor, que me encanta, pero del que conozco poco ¿Podrías decirme donde encontrar más de sus cuentos traducidos al español?
Además quería pedirte permiso para agregarte en los links de mi blog.
Te sigo leyendo…
Saludos
la historia es buena si me gusto pero tienes que poner mas informacion sobre ignacio como su biogracia
Puedes encontrar mucha información de él si buscas en Google Brasil. El cuento es muy bueno pero hay un error en la traducción: «Por el peso de la pata, el animal debía de ser monstruosamente frente», ahí debería ser: «…monstruosamente fuerte». Gracias por postear un cuento en nuestro idioma de este gran escritor brasilero.
Un abrazo.
Gracias, Bruno, ya lo corregí.
Gracias por el esfuerzo de compartir esto. Lp busque mucho por internet porque en mi último o penúltimo año de escuela leimos este cuento en un ciclo de lecturas sobre el heroísmo. Soy de Venezuela, exiliado en Panamá. Saludos y de nuevo gracias