Sabido es que Hitler, además de genocida, era, o intentaba, serlo, artista. Su padre se opuso a las inclinaciones artísticas del futuro Führer, y al parecer la presión le hizo tener problemas con los estudios. Algo sobre esto comenta esta nota de la revista Descubrir el arte:
Ocultó siempre la cruda realidad, refugiándose en la antipatía de sus profesores, pero la verdad es que no estudiaba, era incapaz de constancia y sólo mostró interés por el dibujo, dilapidando cientos de horas leyendo novelas de aventuras.
Más tarde, ya convertido en el líder de un país enloquecido, Hitler saquearía las galerías y las colecciones privadas de los países invadidos por sus huestes. Sobre esto la periodista Magda Bandera ha publicado en El Periódico (hay que registrarse pero es gratis) esta nota que hace referencia al libro El museo desaparecido, del periodista puertorriqueño Héctor Feliciano, quien tras ocho años de investigaciones descubrió la ubicación de miles de las obras robadas por los nazis. Revela el libro que los museos franceses nunca realizaron intentos serios por recuperar las obras y pone al descubierto
la «desidia» de la famosa casa de subastas Christie’s, que en 1996 fue la encargada de poner a la venta unas 3.000 obras que hasta entonces habían sido guardadas por el gobierno austríaco. La comunidad internacional vio con satisfacción que «la mayor parte de las ganancias recaudadas se destinara a organizaciones judías y de víctimas del nazismo». Lo que pocos saben —remarca Feliciano— es que, 10 años antes, Christie’s había tenido acceso a esos objetos y los había inventariado. A pesar de ello, nadie decidió «investigar la procedencia y, por ende, hallar a los propietarios». Durante esa década muchos de ellos fallecieron. Austria recibió buena parte de las obras expoliadas.