En 1919 escribe Franz Kafka su atormentada Carta al padre, una especie de exorcismo automedicado que da buena cuenta de sus traumas y complejos. Dos constantes marcan la obra: por una parte, la aparente incapacidad de Franz de culpar a su padre por sus problemas (y digo aparente porque me parece que en el fondo esa incapacidad es sólo el camuflaje con el que Franz esgrime su potente acusación), y por la otra, la declaración de la misma debilidad en mil desgarradoras formas. Baste esta cita:
Casarse, fundar una familia, aceptar los hijos que lleguen, mantenerlos y hasta encaminarlos un poco en este mundo inseguro es, a mi entender, lo máximo que puede alcanzar un hombre.
Siete años después moría en el sanatorio suizo de Valmont, tras pincharse un dedo con una espina de rosa, el poeta Rainer Maria Rilke, otro escritor en el que la debilidad alcanzó ribetes hiperbólicos, y que temía enfermarse porque la enfermedad podía interrumpir su labor creativa. También, la debilidad en Rilke era expresión de su fortaleza, que lo llevaba a restar importancia al mundo de lo tangible para dársela a su sólido mundo interior. En una de sus cartas al profesor Anton Kippenberg, su editor, Rilke le dice que apenas tiene fuerza para una sola cosa a la vez:
Usted comprende que un individuo cuyas fuerzas no alcanzan sino para una sola cosa a la vez se halle por momentos desconsiderada y torpemente preocupado por ella, sobre todo en un instante en que experimenta alegrías y progresos tan peregrinos como me los proporcionó mi actual trabajo durante todas estas semanas. (…) Ahora, mire usted, me preocupa esto: poder vivir mientras se va formando, y poder vivir exclusivamente con ese objeto, encerrado en esta obra, alimentado desde afuera a través de una mirilla, como un prisionero, para quien de este modo todo cobra su real valor, aun lo más insignificante y lo más mísero.
Rilke saca fuerzas de su debilidad para tragarse al mundo; Kafka deja que el mundo se lo trague y aun sabiendo la falsedad de su premisa asume toda la culpa de su debilidad. Dos personajes entre los cuales, como puede verse, la vida establecerá más de un paralelismo.
DEBILIDAD INTRÍNSECA Y GRANDEZAS CONQUISTADAS
No sólo somos débiles, sino trágicamente menesterosos y nuestros autores no podían escapar al denominador común humano. El que otros no reconozcan esa debilidad intrínseca no lleva a la fortaleza. Desde esa perspectiva separaría:
1. Respuesta personal de los autores al entorno cotidiano. Aspecto vital tan difícil de juzgar, cada persona ejerce tal multitud de tramas, que las aproximaciones son muy cuestionables. ¿Qué culpa tiene el padre? ¿Acaso el hijo? Serán fuertes para unas cosas y débiles para otras. En todo caso, una biografía siempre por completar.
2. Grandeza de su obra literaria. Siempre provocándonos aperturas mentales a los sucesivos lectores, aportaciones artísticas valorables en sus incontables aspectos diferenciados.
3. Pienso que necesitamos más acuciantemente a Rilke, porque Kafka ratonea en sus miserias en las que podemos permanecer; mientras Rilke se eleva más hacia las estrellas de su inspiración para arrancar alguna maravilla y sacarnos de las cuitas cotidianas, escojamos uno de sus poemas: «Entre toda existencia que se osó con grandeza/¿puede haber otra más ardiente y atrevida?/estamos apoyándonos en nuestros propios límites,/arrancando algo nunca conocible.
Saludos cordiales.
Dice Azúa que Rilke quiso siempre ser como un perro, mirar como un perro y sentir como un perro. Y que se esforzó mucho en eso. A eso se le llama sacar partido de la debilidad… 😉 Magnífico post.
Excelente…
Rafael, tus comentarios siempre son sustanciosos y extienden la nota un poco más allá. Sobre necesitar, siento que necesito a Rilke y a Kafka, a ratos más a uno que al otro, pero sí, a ambos los necesito.
yo tambien prefiero no tener que elegir, es como que te propusieran ¿ a quien queres mas…a mamá o a papá ?
SIEMPRE ESCOGIENDO
Pienso que resulta mucho más divertido y jugoso elegir; voy más allá, más constructivo.
Si quiero destacar lo apabullante de los laberintos de la vida, elijo a Kafka, para destacar la añoranza de una vida sin opresiones. Pero los laberintos también tienen misterios y hallazgos geniales, entonces me inclino preferentemente hacia Borges.
Me dirijo a Rilke en pos de una apertura al amor, a la ilusión, a su sabiduría. Quizá demasiado formal y serio. Si busco algo más divertido y a la vez con enjundia, sin duda, Ángel González: «Si quieres saber lo que es el agua, bebe», por citarlo escuetamente.
Por tanto, elegir no significa ausencia de variaciones, ni eliminar al no elegido en un momento dado.
Sería interesante que expresaramos más vivencias y sensaciones con Kafka y Rilke, cada uno de sus admiradores y lectores podemos reforzar matices importantes.
Entre otras cosas, por eso de elegir, entré en esta página.
Saludos a todos los electores.