Las deudas son un pequeño infierno. Cada deuda es un pequeño infierno. Especialmente si se contrae de maneras extrañas, si se arriesga uno a tener acreedores ubicuos, que no observan el calendario para intentar el cobro de la acreencia. Lo sé porque tengo deudas. Lo sabe cualquiera que tenga deudas (o sea, casi cualquiera).
Santiago Rojas tiene deudas que lo persiguen a donde va. Si no recuerdan el caso, Rojas es ese editor fraudulento que hace algunos meses fue denunciado por incumplir contratos suscritos con escritores que acudieron esperanzados a su editorial, Jamais. Contratos incumplidos. La peor forma de contraer deudas.
Algo me dice que este caso revivirá periódicamente por mucho tiempo. Quizás nunca capturen a Rojas, quizás nunca pague sus deudas. Yo espero que sí. Pero el caso amenaza con convertirse en ejemplo permanente de fraudes literarios.
Alguien que firma como Pedro López, y que dice escribir desde Sevilla, ha iniciado su cruzada personal contra Rojas. Quizás no pueda cobrarle nunca, pero ha decidido al menos lanzar veneno sobre lo que queda de la reputación del editor. Ha empezado escribiendo un largo comentario en el blog de Luis Andrade, Cambios y reflexiones, y ya tiene pendiente de publicación una carta al editor de Letralia (léase yo). Por esta carta conozco el apellido y lugar de residencia que se atribuye el denunciante, pues en el blog de Luis no se dan estos detalles.
En ambos textos el tono es el mismo: denuncia López varias de las correrías de Rojas, aderezadas con una minuciosa descripción de miserias personales como la renuencia del editor a la higiene (en el blog de Luis) o su afición a pegarle a su mujer, cuando la tenía (en la carta que envió a la redacción de Letralia). Dice también López que alguien que conoce ha tenido un encuentro con Rojas en los tribunales debido, además del caso de la editorial fraudulenta, a una amenaza de agresiones personales recibida del editor y que su amigo habría tenido la prudencia de grabar.
Editarse a sí mismo, que es lo que realmente se está haciendo cuando se le paga a alguien para publicar —inclusive cuando ese alguien ostenta con rimbombancia un sello de editorial—, es una forma de mostrar lo que se escribe, pero nunca es una medida de la calidad de lo que se escribe. Amargamente lo aprendieron los autores que resultaron estafados por Jamais, y es la lección que queda de todo esto. La persona citada por López lo dice con crudeza, haciendo referencia al hecho de que Rojas, además de estafar, escribe:
Un personaje como el que os he relatado no debe, no ha de poder, volver a escribir más. Ni nadie editarlo (aunque fíjate que era tan malo que nadie le editaba y decidió editarse a sí mismo).
La calidad, y el reconocimiento de ésta, es algo que se consigue con mucha sangre, mucho trabajo, y sobre todo mucha paciencia. Escribir requiere de reservas inacabables de desconfianza que nos hagan dudar de nuestra propia calidad: una desconfianza que funcione como abono para la Literatura.
Te basas en la premisa de que el estafador siente que «debe», que en realidad tiene un compromiso con alguien: el estafador, el de verdad, como parece ser este, solo lamenta no haber agarrado mas tontos, o que los que agarró no tuviesen más que quitarles y su instrumento es la avaricia de la víctima, en este caso darles algo que desean por sobretodas las cosas por medios fáciles. Respecto a López, me entristece que mayormente solo deje ver su propia mediocridad. Y no me olvido del abono, ese que a veces se nos vá la mano repartiendo en los surcos 😉
Tienes razón, Martha. Vi el asunto desde mi perspectiva y realmente el estafador siente un placer inenarrable al embromar a los incautos. En todo caso, Jamais nos da una oportunidad invaluable para revisarnos como escritores. Que es, como decía Luis, la esencia del problema.
Desconozco quien es ese señor Rojas, y creo que jugar con las ilusiones de algunas personas es caer bastante bajo. Lo que no me convence es la carta del lector, quejándose de si el señor Rojas es buen o mal escritor, que si patatín-patatán. Creo que eso no tendría que venir a cuento; aunque pueda entender la rabia del estafado)