Ya en Letralia comenté mi opinión sobre el caso de Sergio di Nucci, el escritor argentino que ganó el año pasado el premio La Nación-Sudamericana con Bolivia Construcciones y que desde febrero se ha convertido en la espita que una vez más —la cosa es cíclica— ha liberado las pasiones en torno al tema del plagio, a raíz de que un joven lector descubriera que había copiado una parte extensa de Nada, novela de Carmen Laforet que obtuvo el primer premio Nadal por allá por los años cuarenta. Pero no tengo problema en repetirla (y simplificarla) aquí: plagio es plagio, si usted se copia la creación de otro, usted está plagiando. Esas profundidades intertextuales en que se meten ciertos críticos son, a mi manera de ver, una forma de enredar las cosas sacándole hasta la última gota al significado de los conceptos, sólo para que la realidad cuadre con sus teorías. O sea, una real zoquetada.
Mi visión es simple porque soy un escritor simple. Se me ocurre una idea, me siento y escribo. De niño me enseñaron que las ideas son mejores cuando uno las moldea con su experiencia y su perspectiva. No importa que lo que uno escriba valga tres lochas, pero tiene que ser original.
Vale la pena por ello echarle un ojo al artículo de Elsa Ducraroff, quien rebate uno por uno los puntos de quienes han defendido a Di Nucci con el cuento aquel de la intertextualidad. Me produjo especial interés la forma como se enfrenta Ducraroff a la justificación que de Di Nucci hace Daniel Link, quien dice algo así como que el concepto de plagio es una derivación de la propiedad privada, esa mácula castrante que representa con todas sus letras al capitalismo. Responde Ducraroff:
La puesta en jaque total de la propiedad privada poco tiene que ver con los planteos de Marx, que son los que originaron en la humanidad tanto revolucionarismo. Solamente desde el desconocimiento profundo o desde la mala fe se puede escribir eso. Marx no ataca cualquier propiedad privada, ataca una muy concreta: la propiedad privada de los medios de producción. Postula la necesidad de terminar con ella. ¿Y para qué? Simplísimo: para que nadie pueda apropiarse de trabajo ajeno. Repito, subrayo: para que nadie pueda apropiarse (como hace quien plagia) de trabajo ajeno.
El artículo es enorme, pero quien esté interesado en el tema no puede dejar de leerlo. Ducraroff también comenta la justificación de Jorge Panesi, para quien todos los escritores roban porque la literatura “implica la suspensión de la moral”.
Muy buena la nota, Jorge.
Si bien coincido en muchos puntos con el artículo de Elsa Ducraroff, no deja de parecerme que se ensaña bastante con la «academia». Parece que abona a la pelea por los cargos en la universidad argentina. Estamos de acuerdo en que la literatura no es un robo y que plagio no es intertextualidad. Tanto debate me sacó las ganas de releer a la Lafforet y ni qué decir de Bolivia.
Saludos desde Bs. As.
Ledama
http://leda-ma.blogspot.com
Muy bien 10 para la nota.
En http://jose-saramago.blogspot.com/ pueden leerse humorísticos «Refranes sobre plagio», de mi autoría.