«Mi esposa me dijo que si seguía bebiendo, me abandonaría. ¡Dios cómo la voy a extrañar!». Así dice uno de los carteles de la foto, que tomé hace algún tiempo en Magdaleno, esa pequeña y acogedora población de Aragua conocida por ser destino obligado de quien desea comprar artesanía o muebles. Un buen destino para los panas de Curucuteando, por cierto. Al margen, a los que quieran hacerse un buen ponche en estas navidades les paso el dato de que en una de las calles de Magdaleno hay una carpintería donde venden licores andinos. En efecto, en Magdaleno se puede comprar miche en una carpintería. Qué grandes somos.
Pero bueno, a lo nuestro. En los negocios de artesanía es común hallar carteles como los de la foto. Hay otros que dicen cosas como «En este hogar todo está bendito», más dirigidos a los paladines del optimismo, pero mis preferidos son los que hacen gala de ese humor escandaloso del que nos preciamos en Venezuela.
¿Sólo en Venezuela? Pues no. En Latinoamérica somos la misma gente y el humor parece tener raíces genéticas colectivas. Aunque no tomé fotos de carteles similares que vi en Ecuador, sí me traje esta, de una tienda de ropa en el centro de Quito, «Cholo Machine», cuyos dueños decidieron «decorar» su vidriera con una estampa de Abdalá Bucaram vistiendo una de sus franelas.
El rostro más joven que se ve en la parte de arriba es un futbolista conocido en Ecuador, como me explicó Augusto Rodríguez cuando pasamos por allí, pero mi memoria es un colador. Otra muestra del humor latinoamericano en Quito, esta vez un humor políglota, helo aquí, en el menú de este restaurante frente a cuya puerta pasé una de las noches que estuve allá:
Quien no entienda el chiste puede preguntar.
Finalmente, los carteles de Colombia. Allá los vi en machetes de madera en una de las calles principales de Armenia, adyacente al teatro Yanuba, donde se hicieron varios de los conversatorios en los que participé durante el reciente Festival de la Palabra:
Los mensajes son idénticos a los nuestros. Los curiosos pueden ver la foto más grande para leerlos con toda comodidad, pero como abrebocas el primero de ellos es una frase que con variantes la he escuchado aquí en saraos noctámbulos: «Mátame rasca jijueputa, ya que el amor no pudo!». Es que somos la misma gente, no cabe duda.
Sabes que yo vi letreros similares en la isla de Isquia, en la bahía de Nápoles, sólo que éstos eran o en italiano o en napolitano (el dialecto local). Por lo que cierto humor pícaro es común tanto a ellos como a nosotros.