Ya iba a acostarme cuando escuché el escándalo en la calle. No sabía qué había pasado con el referéndum porque hace tiempo que acostumbro apagar el celular por las noches y no estaba viendo las noticias; algunos tenemos la mala suerte de tener que trabajar ciertos domingos. Encendí la pantalla que había apagado minutos antes y leí incrédulo que Chávez había perdido.
Luego lo vi en la televisión admitiendo la derrota. Mi memoria lo quiere recordar desencajado. Buscando las palabras con las cuales decir algo que no quería decir. En algún momento se le pierde una palabra; oculta el rostro hacia su brazo izquierdo hasta que la consigue en algún inadvertido rincón, en el piso. Intenta mantener el triunfalismo, advierte a sus opositores que deben aprender a administrar la victoria. Una victoria pírrica, dice. «Yo victoria pírrica no hubiera querido», esgrime por todo pataleo.
Hace algunos días escribí aquí sobre lo que no me gustaba de la propuesta de reforma constitucional. Cuando fui a votar actué en consecuencia, y debo confesar que lo hice sin muchas ganas. No por esa tesis del fraude electoral en que se ha perdido tanto tiempo en este país, sino porque quitarle la razón al chavismo es dársela a una gente que tampoco me inspira la menor confianza. Al final uno va y vota de acuerdo a su conciencia.
Durante un recorrido por los medios afectos al gobierno leo —entre los incontables lamentos— los análisis primigenios de la derrota. Salvo algunas apreciaciones desapasionadas, el opinario progubernamental cree, y al parecer sinceramente, que el pueblo ha sido engañado por la oposición, que el gobierno no divulgó con suficiencia la propuesta de reforma, que faltó tiempo para discutir los artículos que se pretendía cambiar.
Y es que el animal político nos desprecia: cree sinceramente que el pueblo es una entidad infantil a la que hay que guiar por el camino correcto. Según él, nosotros no somos capaces de tomar decisiones, pues éstas siempre son influidas por engaños o factores externos. La culpa siempre tiene que recaer sobre el otro, claro.
Ahora que los resultados están sobre la mesa, el animal político asegura, escupiéndonos al rostro, que el 40% del electorado que no acudió a las urnas fue el peso en el ala que lo arrastró a la derrota. Es el mismo razonamiento que en el pasado esgrimió la oposición para explicar sus repetidos fracasos. El animal político, de uno u otro signo, olvida que unas elecciones son como una encuesta en macro. Una encuesta que se hace entre 1.500 personas da una idea del comportamiento del colectivo en su totalidad. ¿Por qué habría de ser diferente un proceso electoral en el que han votado más de 9 millones de personas? Con una abstención del 20, del 5 o del 90% los resultados habrían sido los mismos.
El animal político nos desprecia y lo hace sin estilo, exagerando las muestras de respeto con las que te hace creer que le importas. Te dice que te ama cuando en realidad ama el estatus y la buena vida que en algún momento, de alguna u otra manera, tú le proporcionarás. El animal político es despreciable en la medida en que nos desprecia. Mala hora para el optimismo es la hora presente, cuando los razonamientos usados por el gobierno para justificar su derrota, son exactamente los mismos que ayer esgrimiera la oposición.
Nuestra jornada electoral se parece mucho: falta de ganas y la no espera tuvimos en común. Por todo lo demás, siempre certero, el pueblo no piensa, los sublimes «despreciadores» piensan por nosotros. Excelente, abrazos!
Recuerda que la oposición es más que esos partidos de antes, que la que fue a trabajar en las mesas no necesariamente apoyaba a Rosales en el 2006, ésta vez los que trabajamos en mesa eramos totalmente ciudadanos, nuestras familias y amigos prepararon la logística, nos ayudamos y apoyamos durante ese difícil proceso, ahí no había partidos… del resto es muy triste que para el «animal político» nosotros como pueblo no existamos.
Jorge tu reflexión es muy buena… sin embargo quiero preguntarte algo: ¿Es absolutamente necesario unir la palabra animal con el político?
No fue una victoria «pírrica», sino una victoria «priápica», ya que la luna de miel de la conciliación batió récord: Ni 48 horas duramos sin que cada lado se volviera a atrincherar en su pensamiento único. Creo que los que pensamos, como yo, que era un buen momento para crear una vía alternativa al talibanismo de lado y lado, nos quedaremos esperando un rato más.
Solo quería referirme o hacer una pequeña observación acerca de la credibilidad y la confianza.
Somos humanos y como humanos estamos propensos a cometer errores; pero como humanos también estamos ganados a perdonar y a volver a cometer los mismos errores.
Algunos aprendemos algo de esos errores, otros sencillamente continúan viviendo con ellos.
Pero todo el mundo se merece un voto de confianza.
Mis saludos.