A veces la muerte se va de paseo y se encariña con un territorio. Por estos días parece que el territorio escogido es el de las letras: además de nuestro Adriano González León, otros cinco escritores cayeron cual piezas de dominó desde finales de diciembre hasta hoy.
El primero fue el poeta y dramaturgo mexicano Fernando Sánchez Mayáns, quien murió en su casa el 27 de diciembre a causa de un derrame cerebral que había sufrido semanas atrás. Ganador del Premio Nacional de Poesía en 1963, Sánchez Mayáns tenía 84 años. Había sido diplomático, ocupando el cargo de cónsul general de México en Barcelona y agregado cultural en Guatemala. Para el momento de su muerte el gobierno de Campeche ya había decidido lanzar sus obras completas, que verán la luz este año.
Le siguió el hondureño Roberto Castillo, quien murió el 2 de enero en Tegucigalpa a la edad de 57 años, a causa de una enfermedad cerebral que se le había descubierto hace varios años. Castillo obtuvo en 1984 el Premio Latinoamericano de Narrativa Plural, que concede en México la editorial homónima, y en 1992 el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”, que otorga el Estado hondureño.
Al día siguiente murió a los 75 años, víctima de un paro cardíaco, el cubano Lisandro Otero, Premio Nacional de Literatura 2002 y director de la Academia Cubana de la Lengua. Uno de los narradores más respetados de su país en la segunda mitad del siglo XX, fue autor de la trilogía novelística integrada por La situación (premio Casa de las Américas), En ciudad semejante y Árbol de la vida. También destacó como periodista y ocupó cargos en instituciones culturales, en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y en el servicio diplomático.
El jueves pasado le tocó al mexicano Andrés Henestrosa, el mayor de la lista con 101 años a cuestas. Poeta, narrador, ensayista, orador, escritor, político e historiador, se destacó por sus aportes al indigenismo. También transitó por los lares de la política, siendo diputado federal y senador. Días antes de morir la Universidad Autónoma Metropolitana le había otorgado un doctorado honoris causa, que debió ir a recoger su hija Cibeles. “El maestro está lúcido, pero enfermo”, dijo su hija en esa ocasión. Su último artículo publicado habla, premonitoriamente, de las despedidas.
El más reciente fue el español Ángel González, quien murió el viernes a los 82 años tras sufrir una crisis respiratoria. Una de las voces más destacadas de la poesía española y miembro de la Generación del 50, obtuvo premios de la talla del Príncipe de Asturias de las Letras y el Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana. Fue abogado, maestro de escuela, funcionario, corrector de estilo, periodista y crítico literario y musical, además de ocupar un sillón en la Real Academia Española.
Cierro esta nota con una nota trágica. Antes que todos ellos moría en Trujillo, a los 66 años, el poeta peruano Juan Ramírez Ruiz. En julio salió de casa y no regresó. Su familia había iniciado una búsqueda por toda la región, involucrando a medios de comunicación y a blogs de amigos y colegas. Fundador, con Jorge Pimentel, del grupo Hora Zero, Ramírez Ruiz fue atropellado por un ómnibus de la empresa American Express, que asumió la responsabilidad del sepelio enterrando sus restos en una tumba NN —Ningún Nombre—, pues no se halló documentos que certificaran su identidad. El cadáver fue identificado apenas el viernes pasado.
Mala cosa esta de los paseos de la muerte, que deben de tener en estado de alerta a los médicos de Saramago y Benedetti.
Bueno Jorge, admiro tu estilo, pues lograste entristecerme. Sin embargo lo que voy a decir podría parecer cínico pero esa no es mi intención: fíjate cuando alguien muere a los 82, 84 o 101 años no es necesario decir la enfermedad que cerró el cíclo, porque a esa edad, generalmente, la gente se muere «de viejo»
Ciertamente, Ermanno. Además también es cierto que todos nos estamos muriendo.
Por ahí escuché la mención que de ti hizo Susana Sussmann en un programa radiofónico de los sures. Enhorabuena. 🙂