Era lógico que lo de Gabriel García Márquez con las computadoras fuera amor a primera vista. Yo recuerdo el vértigo que me dio leer, en El olor de la guayaba , lo que le molestaba equivocarse escribiendo a máquina:
—¿Rompes muchas hojas?
—Una cantidad inimaginable. Yo empiezo una hoja a máquina…
—¿Siempre a máquina?
—Siempre. En máquina eléctrica. Y cuando me equivoco, o no me gusta la palabra escrita, o simplemente cuando cometo un error de mecanografía, por una especie de vicio, de manía o de escrúpulo, dejo la hoja a un lado y pongo otra nueva. Puedo gastar hasta quinientas hojas para escribir un cuento de doce. Es decir: no he podido sobreponerme a la manía de que un error mecanográfico me parece un error de creación.
—Muchos escritores son alérgicos a la máquina eléctrica. ¿Tú no?
—No, estoy tan compenetrado con ella, que yo no podría escribir sino en máquina eléctrica. En general, creo que se escribe mejor cuando se dispone en todo sentido de condiciones confortables. No creo en el mito romántico de que el escritor debe pasar hambre, debe estar jodido, para producir. Se escribe mejor habiendo comido bien y con una máquina eléctrica.
En esta entrevista que en los años 90 le hiciera el periodista argentino Rodolfo Bracelli, el Gabo cuenta cómo ha influido la computadora en su producción:
Yo creo que he escrito más después del premio Nobel que antes. Antes del Nobel tengo un promedio de un libro cada siete años, y después del Nobel uno cada tres años. Pero no es por el Nobel. Es por la computadora. La computadora hace el esfuerzo que antes hacía yo, perfeccionista enfermizo, cuando corregía cada hoja repitiéndola cada vez. Ahora escribo a lo loco y después corrijo.
—¿Cómo hubiera sido Cien años de soledad escrito con una computadora?
—Probablemente hubiera sido más larga porque la hubiese escrito en menos tiempo. Es decir: yo eliminé una generación entera porque no tenía plata. Me di cuenta de que no podía soportar por más tiempo con ese libro porque la casa se me estaba viniendo abajo. Mercedes, mi mujer, estaba enloqueciendo: dieciocho meses sentado. Empeñamos hasta el carro, todo. Mi mujer, bueno, le debía hasta al cura y se había empeñado todo lo de la casa. Fue muy firme Mercedes. Mis amigos nos ayudaban mucho, pero todos eran pobres también. Entonces todo el mundo era joven y todo el mundo era pobre.