¿Qué estudios podía hacer Andrés Bello en la Caracas de 1790, a la hora de pretenderse como un ciudadano del mundo? ¿Existía en ese momento una literatura que pudiese llamarse nacional o incluso regional? ¿Habían dejado los caribes o los otomacos alguna saga o algún libraco épico capaz de caracterizar el territorio? Obviamente, no. El señor Bello iba a la librería Suma a adquirir su literatura, desde ese momento y para siempre suya. No saltaba entre piedras para descubrir letras talladas, no se sentaba al borde de una hoguera con la intención de escuchar un relato piaroa. El señor Bello leía a Víctor Hugo o a Virgilio, como gente de su raza, como escritores de su entorno y en la práctica como consecuencia de su vida. Esa, y no otra, es la verdadera literatura nacional y la verdadera música nacional, la verdadera arquitectura nacional y la verdadera pintura nacional. Quien escribe esto leyó adolescente y bajo el depósito de agua de la quinta San Francisco de la calle Argentina, subiendito hacia la avenida Atlántico, Los miserables, de Víctor Hugo, y de inmediato, no por excepcional, sino por corriente, lo relacionó con la avenida España de Catia, con lo que pasaba en su vida, con la gente que conocía, con las expectativas que lo abrumaban. ¿Quién pensaba en París? ¿Cuándo Dostoievsky dejó de ser nacional y del ancestro? ¿Quién me sedujo, si no él? ¿Quién me explicó a mi papá, si no el señor Karamazov? Distinguir entre una literatura nacional y una literatura del mundo es una solemne idiotez. Nada es nacional en esta parte del mundo como no sea la referencia de un punto de anís en las empanadas o un chorrito de vino La Sagrada Familia en la ollera, o la bienamada Maizina Americana que aun así se distingue por un águila y no por un tordito sabanero. Crearle a nuestros jóvenes un muro, y en este caso, una desidia ante lo que les pertenece por historia y por derecho, es una profunda estupidez.
José Ignacio Cabrujas, «De cómo hacer para que la literatura ya ni repugne» (25 de agosto de 1991). En: El mundo según Cabrujas, investigación y compilación a cargo de Yoyiana Ahumada. Caracas, Editorial Alfa, 2009 (págs. 95-96).
(Hace 19 años partió el maestro Cabrujas).
Si la entiendo bien, esta nota me gusta porque destaca dos nociones fundamentales en la literatura y yo añadiría que en todas las facetas de la vida.
La elaboración de la propia senda. Si es con la excelencia y trabajos de un gran autor mejor; pero esa elaboración es la que dará sentido a la obra que uno haya tendio a bien desarrollar. No son todos los que están en el famoseo habitual, ni tampoco suelen estar todos los que son. Porque la fama, premios Nobel, etc., son otra cosa.
Cuando la literatura es grande, sobran los adjetivos, el nacional sobre todo. No escribe la nación, ni el sexo, ni las generaciones. Cuando las autorías encontraron su senda, son universales…reconocidas o no. Y en la línea anterior, hago extensiva la apreciación para las actividades profesionales.
Saludos Jorge, sigo disfrutando con tus presentaciones.