Ayer a la salida del mercado el vigilante, un muchacho flaco con rostro desvalido, me pide permiso para “visualizar” mi bolso. Lo abro y mira con asombro el libro de quinientas páginas que descansa en su interior.
—Tronco e biblia, hermano.
—No es una biblia.
—¿Ah no? ¿Y qué es?
—Es todo lo contrario.
Saco el volumen y lo pongo en sus manos. Es Herejes, de Leonardo Padura. No sé por qué, quizás ganas puras de hablar, le digo:
—Es una novela de un autor cubano.
El muchacho me mira a los ojos y me devuelve el libro.
—Esos cubanos están metidos en todos lados.
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