Para los Munster, tener un dragón como mascota, transformarse en murciélago o dormir en un ataúd eran cosas completamente normales. Los anormales, los que evidenciaban conductas extrañas, eran todos los demás. Como los cronopios, tenían la cándida presunción de que el mundo estaba poblado por gente como ellos.
No tenían una oveja negra —todos ellos lo eran— pero, ¡oh calamidad!, sí tenían una oveja blanca: Marilyn, la sobrina feíta, que consideraban tendría una inmerecida suerte si algún día llegaba a casarse, y por eso la involucraban constantemente en delirantes planes en los que todos fungían de celestinas. Pero, claro, era improbable que semejante adefesio alguna vez consiguiera novio. ¡Si es que se parecía tanto a esa gente extraña que a veces se relacionaba con ellos!
Seh, una sencilla ironía de cuando no te adaptas al entorno. Porque al triste caso de marilyn es que su éxito estaba negado de antemano. A las ovejas blancas también les va mal… cuando el resto decide que así sea
Que bonito recuerdo. El capítulo que más recuerdo de la serie es aquel donde German por accidente se pone «feo» ( y es donde por fin podemos ver como es Fred Gwynne): las mil y unas que hace la familia para devolverle su hermosura, pasando por un Herman femenino. No era frecuente ver a este actor, pero si dejó una fantástica impresión como el sureño juez de «My cousin Vinnie».
Cierto, a las brujas, los lobos feroces, los pulgarcitos y los ogros también les pasa eso a cada rato.
Gracias a Martha Beatriz por recordar un capítulo tan divertido de Los Monsters. Por cierto, Marilyn nunca se mostró como una acomplejada a pesar de toda la «pena» que su familia sentía por ella.
Ostras! … gracias por traerme el recuerdo de esa genial serie. Me acuerdo de verla de pequeñajo los sábados por la mañana en aquel magnífico programa que era «La bola de cristal» junto a Alaska, Carbonell y la bruja avería … 🙂
Ella era la fea, sí, pero al mismo tiempo era la imagen perfecta del mundo que estaba allá afuera, lo que resultaba una paradoja y una sátira a la sociedad norteamericana. No era tan inocente el asunto, no. De hecho, se llamaba Marilyn. Yo nunca me identifiqué con su soledad, con su singularidad. Más bien disfrutaba de us aislamiento, pues ella era eso, el ejemplo de la masa, la masa vista al microscopio, la masa castigada. Sin embargo, ella era siempre bien querida. Me imagino que originalmente los escritores tuvieron una idea más maléfica, pero al final, los productores ganan. ¡No, estás loco, cómo se te ocurre burlarte de nuestro hermoso prototipo de mujer americana! Y así, Marilyn sólo terminó siendo un chiste bizarro al que todos le tomamos cariño.