Fui corrector de pruebas en Caracas en una época en que el oficio era dignificado por una vasta mitología, alimentada por venerables colegas que provenían de la edad del plomo. Entonces los correctores eran sólo esa gente extraña que alguna vez le habían prestado una insólita atención a un vademécum de ortografía, los mismos que leían a Alexis Márquez o, más atrás, a Ángel Rosenblat, sin sorprenderse, sin alzar las cejas, sin pronunciar aquella vieja conseja: Todos los días se aprende algo nuevo. Para ellos los artículos de Márquez y Rosenblat no eran descubrimientos: eran no más que la materia con la que trabajaban a diario.
Mucha gente suele despreciar el correcto uso del lenguaje, quizás porque se tiene la errónea convicción de que una coma mal puesta o la falta de una tilde no son cosas que realmente vayan a causar un gran daño. Al idioma se le concede el solo crédito de estar allí para que podamos hablar entre nosotros: escribirlo correctamente ya entra en el territorio de los lujos, de la ostentación innecesaria.
Aprendí mucho en mi niñez sobre la importancia de escribir correctamente el idioma, y la mayor parte de lo que aprendí lo hice por ósmosis, a través de la lectura. Muy temprano me convertí en uno de esos seres extraños que se ofuscan cuando ven una c fuera de lugar o una palabra mal acentuada. Cuando partí de Cagua, a los dieciséis años, lo único que llevaba de valor eran unas cadenitas de oro —con las que pagué la habitación durante el mes que estuve sin empleo— y mi dominio del lenguaje. Los niños lo ven todo sobredimensionado y en la adolescencia se ven sobredimensionados a sí mismos; yo creía que mi dominio del lenguaje era perfecto.
Tuve que entrar a trabajar en un periódico de verdad (el de mi familia lo era, pero con los años me doy cuenta de que yo no lo creía así) para saber que ese dominio del lenguaje no era tan perfecto. Aprendí que aún me quedaba mucho por aprender; aprendí también que la experiencia no vale nada si no se tiene la humildad de reconocer que siempre queda mucho por aprender. En esto tengo una deuda impagable con los correctores de quienes me convertí en colega, y que no tuvieron reservas a la hora de admitir entre los suyos a un niño de dieciséis años. Todos ellos tenían historias similares a la mía: habían aprendido el oficio con la lectura, eran empíricos. Seres extraños que portaban las llaves del lenguaje, al fin y al cabo un tesoro que no atraía a nadie; héroes románticos de la edición de mañana que sin embargo eran despedidos sin reparos cuando, humanos como eran, dejaban pasar un error en el aviso de un cliente demasiado importante para el diario.
Era común que esos seres mitológicos tuvieran apodos, y que en muchos casos fueran más conocidos por sus apodos que por sus nombres verdaderos: el Buga, el Chacal, Brazoepicó… El gentilicio de mi pueblo les hacía gracia y fue así como me integré a esa imaginería como el Cagüeño. Sus nombres resuenan vigorosamente en el arsenal de mis afectos. Clara Linares, Carlos Castillo, Arturo Marcano, Héctor Merino, José Manuel Guilarte, Wilfredo Cabrera, Ángel Hernández, Carlos Bermúdez, Gilberto Hernández. Nombres que para el estruendo de la blogosfera nada significan. Pero, cuando saco cuentas y busco razones para el orgullo, haber estado allí es una de las principales.
He sabido que hoy en día ciertos medios requieren un título universitario, de licenciado en letras o en comunicación social, para entrar a la plantilla de correctores. Algo lamentable si reparamos en que la obtención de estos títulos no incluye garantía alguna de haber aprendido a escribir correctamente (en muchos casos, ni siquiera a razonar correctamente). La mitología es sólo eso, mitología; algún día sus ojos se cerrarán y el mundo seguirá andando, imperturbable.
(Este iba a ser un post algo irónico, quizás algo jocoso, sobre una coincidencia en la que estaban involucrados el Mataerratas del papá de Arsenio Escolar y las comillas que habrían salvado a Bush de ser un desastre para Estados Unidos. Pero ya ven. Terminó siendo una excusa para hablar de mis amigos y mis maestros).
Estimado Jorge:
Soy asiduo lector de tu blog. Agradezco mucho tu labor, tanto en Letralia como en este diario lleno de imágenes, notas y anecdótas. Esta de hoy me ha movido a saludarte, a expresarte mi respeto y aprecio por lo que haces y lo que transmites a través de tu hacer: fraternidad, respeto, cordialidad y pasión por el oficio de escribir.
Lo que más me gusta de lo que dices es que no estás solo, que esas personas están todas presentes, siempre, en ti.
Un gran saludo y, de nuevo, mi admiración.
Amigo LETRALIA: Este post quedó de antología. Y los links, como siempre, muy enriquecedores en la complementariedad de las ideas expuestas.
Saludos.
Me encantó esta entrada, Jorge. No veo como pudieras haberle puesto humor. El tono es el adecuado-
Uno de los poetas más queridos y populares en Catalunya, Miquel Martí i Pol no tenía ni el bachillerato. Recuerdo imágenes del poeta al recibir el premio Cum Laude de la Universidad Autónoma de Barcelona. Se hartaba de reír!
Un saludo. Un gran blog.
Deberias publicar en El Nuevo Herald! Te lo digo en serio: hacen falta no solo correctores, sino buenas plumas que redacten con tu maestria.
Abordando ahora otro tema, te queria pedir permiso para utlizar un par de posts tuyos como «inspiracion» para un relato. Se tratan de este post que hoy comento y otro un poco mas viejo, cuando contabas de tus aventuras como el horoscopista Hassam Kassim en el periodico de la familia. Espero tu bendicion o tu condena, jaja.
Saludos,
Roberto
Como siempre claro en tus conceptos Jorge. Ciertamente no hay que ser un licendiado con título para ser corrector de estilo, pero se requiere la virtud que te agrade la tarea y la voluntad de ponerle muchísima dedicación. Allí desde el 98 noté eso siempre en vos. Muy instructivo este artículo para aquellos que nos falta mucho en escribir correctamente.Tenés buenos articulos y reflexiones en estos blogs, me encanta leerlos. gracias Cayetano
Me ha encantado esta nota. Precisamente en la lista que coadministro con Montse Alberte, Editexto, impulsamos un Manifiesto de los Correctores de Español ,por el cuidado del idioma y la dignificación del oficio de corrector. Ahí os lo dejo, por si os queréis adherir:
http://www.elcastellano.org/manifiesto.html
Quiero, de corazón, felicitarlo por el excelente artículo que encontré por casualidad en su portal de Letralia.com.
Además de compartir el mismo proceso de aprendizaje que usted tuvo (y me refiero a la «ósmosis», la lectura incansable y una particular aptitud para detectar errores idiomáticos),tengo una energía y un impulso latentes que me arrastran más cada día a convertir este don maravilloso en un proyecto de vida y en una fuente de trabajo.
Me consuela, entonces, saber que existe gente como usted, que no soy una rara avis en medio de una selva de omisos que levantan las cejas cada vez que toco el tema.
Juan José Arango, Colombia
Gracias Jorge, por mencionar a los menos considerados en los periódicos, y los más importantes. Tuve el honor de compartir el oficio de corrector, también a los 18 con Brazo e picó en el Diario de Caracas, quien hoy en día es el director de correcciones de uno de los periódicos de la Cadena Capriles, ya ha punto de retirarse. Un hombre extraordinario que como esa raza de la que hablas, hoy en total extinción,tanto me enseñó sobre el idima: Brazo e picó, Pajarito (que había fundado La Esfera), Cheché Cordero (hoy corrector de los discursos de la AN), Mosquito e Piano que se tuteaba con Miguel Otero y discutía en la célebre mesa de los chinos en Puerto Escondido con Alexis Márquez Rodriguez Jesús Sanoja el profe Rosas Marcano y el viejo Otero, sobre Cervantes mejor que cualquier miembro de la academia. Gracias por recordarme una de las mejores épocas de mi vida, llena de anécdotas y de gente inolvidable.
un abrazo muy abrazo.
mh
Gracias, Mharía. De los que nombras, sólo conocí a Cheché (aparte, claro, de Coquito, a.k.a. Brazoepicó). Cómo me hubiera gustado trabajar contigo.
Mi cariño.
J
Te saluda Alfonso Isea,(3 años jefe corrección en El Diario de Caracas y 7/28 años en El Universal, corrector de Redacción),al fin pudo más El Universal al obligarnos a renunciar 10-10-2010 al Departamento de Corrección (10 correctores a la calle) al reducir con su política capitalista el sueldo en 80%. Vil chantaje de estos asquerosos chupamedias e ineptos ejecutivos que laboran en ese periódico.
Apreciado amigo Jorge: recibe un cordial abrazo y mis congratulaciones por los exitos logrados.Te agradezco los conceptos que sobre mi persona escribiste y en gran parte debo a ti parte de mi aprendizaje. Estoy donde mismo y siempre a tu orden. Tu amigo sincero. Arturo Marcano
Hay un parte de mas Jorge! Mis disculpas
Artículo sensible por demás para todos aquellos que ejercemos o ejercimos la labor de corrección, ya sea de texto, de estilo o gramatical. Y más hoy en día cuando el corrector tiene tantos detractores.
El Coquito [Brazo’e picó] y Arturo Marcano siguen en esa batalla contra los errores y la mala redacción. Batalla que siempre digo que no tiene otro fin que el de evitarle un fraude al lector.
Hermoso texto, sensible, preciso, emotivo y muy realista. ¡Gracias!
Hola Jorge, muy acertado tu escrito sobre el arte de corregir, y leyéndote, no puedo dejar de reconocer como me equivoco a cada rato cuando escribo, solo que hay que decidirse a estar más atento para corregir y superar estas deficiencias que arrastro.
Un gran saludo desde Cagua.
Gracias, Jorge, por tan acertado y oportuno aporte: La corrección de textos, como ejercicio particular de quienes escribimos, es una obligación y un compromiso para con nosotros mismos, y un acto de respeto para con nuestros lectores. Por idéntica razón (pues forma parte de lo mismo) apoyo absolutamente tu posición sobre el respeto y correcto uso de los signos de puntuación… hasta en poesía.
Cordialmente,
Máximo Alberto Rangel