Hoy hice un pequeño viaje. Aprovecho los viajes para leer, y hoy le tocó el turno a Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. Al llegar a casa he encontrado esta nota de la bitácora Algunas pequeñas victorias:
…siempre digo de Wilde que tiene tantas «citas célebres» porque en sus escritos puedes subrayar un par de ellas por página…
Tal es el ritmo de Bolaño en sus Detectives, una novela infinita (y no me refiero a su extensión).
Un poco más allá de la página 320 se pierde un poeta en un encuentro poético en Managua. El organizador responsable de la nómina está más que atribulado (eventualmente perderá su trabajo a causa de la desaparición) y, ya en la página 340, el poeta Pancracio Montesol se le acerca para intentar consolarlo:
Una vez, dijo don Pancracio, Monteforte Toledo me puso sobre el regazo este enigma: un poeta se pierde en una ciudad al borde del colapso, el poeta no tiene dinero, ni amigos, ni nadie a quien acudir. Además, naturalmente, no tiene intención ni ganas de acudir a nadie. Durante varios días vaga por la ciudad o por el país, sin comer o comiendo desperdicios. Ya ni siquiera escribe. O escribe con la mente, es decir delira. Todo hace indicar que su muerte es inminente. Su desaparición, radical, la prefigura. Y sin embargo el susodicho poeta no muere. ¿Cómo se salva?
Como en la mayoría de los pasajes en los que Bolaño asoma algún resquicio de trascendentalismo reverente, al final lo destruye de una manera simple. El preocupado organizador pregunta cómo se salva el poeta y don Pancracio responde:
La verdad es que ya no me acuerdo, pero pierda cuidado, el poeta no muere, se hunde, pero no muere.
Hola, Jorge. Repasando tu bitácora me encuentro con esta nota que, por lo visto, no llamó mucho la atención. Me llama la atención (y me alegra) cómo se va abriendo paso la conciencia de cuanto vale en Bolaño más allá de su celebridad. Se agradece. Un saludo (ah, y una invitación: me he cambiado de dirección virtual, a Blogsome… a ver qué te parece el nuevo domicilio).