Saramago está desde noviembre en la portada de Letralia asegurando que es imposible llorar sobre un disco duro. Quiero comentar dos cosas al respecto:
- Ya, ya. En febrero. El 7 sale una nueva y fresca edición. Estuve dedicándome a otras cosas que pronto producirán buenas y grandes noticias.
- Claro que es posible llorar sobre un disco duro.
Sobre la primera no me extenderé pues eso forma parte de lo que no pretendo escribir en esta bitácora. Sobre la segunda, obviamente no ha de ser muy agradable para el disco duro (menos para el que llora, si el PC está encendido), pero (y ahora sí en serio) claro que la literatura y la informática no están tan reñidas como para que la una no pueda valerse de la otra en aras de hacer magia.
Sin intención (pero sin demasiado temor) de irrespetar a Saramago, creo que ya ha trillado un poco su discurso de las lágrimas, el papel y las computadoras, y que el mismo responde más a una especie de pose de vedette intelectual que a un análisis racional de la contemporaneidad. Actúa, a mi parecer, como una especie de juez de Salem que acusa de brujería todo lo que no entiende.
Y hete aquí que Umberto Eco, el 1 de noviembre de 2004, dijo un par de cosas sobre la supuesta amenaza de muerte que contra el libro tiene la informática, y específicamente la Internet. Las bibliotecas (y los libros contenidos en ella) son, en la esclarecedora exposición de Eco, artilugios que inventamos para imitar el poder divino de saberlo todo. Y establece claras diferencias entre los conceptos texto y sistema (pero no les contaré todo).
…ciertos autores se enfrentan con la nueva era de las computadoras e Internet, y hablan de la posible “muerte de los libros”. Sin embargo, el hecho de que los libros puedan llegar a desaparecer —como los obeliscos o las tablas de arcilla de las civilizaciones antiguas— no sería una buena razón para suprimir las bibliotecas.
Eco responde (quizás sin la intención de hacerlo) a las aprensiones de Saramago: si bien la informática añade al libro la funcionalidad de la localización inmediata de los contenidos, el libro es un invento inmejorable y poderoso. Quizás podrá ser imitado y complementado, mas no sustituido.
En 1992, Robert Coover escribió un artículo-hito, «El fin de los libros», que generó no pocas confusiones en este sentido, pues atribuyó al hipertexto una utilidad literaria que hoy sabemos desmedida. Así de entusiasta era:
El hipertexto es realmente un entorno nuevo y único. Los artistas que escriben en él deben leer en él. Y probablemente serán juzgados como tal: la crítica, como la ficción, está cambiando los conceptos de página y línea, y es posible que continúe cambiando los de mente y texto.
Al timorato Saramago, y al fogoso Coover, los complementa Eco con su visión de equilibrio.