Estoy buscando un pirata (mejor si es como en la foto) que obre el milagro de poner Los títeres en todos los puestos de venta callejeros de Venezuela y, de ser posible, del mundo. Sé que no obtendría ni una puya de ganancia, pero sería leído hasta por el gato.
Claro que, como yo no vivo de la literatura, no puedo comprender a cabalidad las tribulaciones de Jorge Edwards, descritas aquí (léanlo rápido, El Mercurio guarda registro sólo por una semana). Cuando Edwards se levanta y sale a comprar el periódico allá en Santiago, camina a través de un mar de ejemplares pirateados de su libro reciente, El inútil de la familia. Entonces la fama se le convierte en un peso y se siente un poco… inútil:
Si en España aparecieran los libros de Alfaguara vendiéndose en las veredas sería un escándalo monumental, o si algo así ocurriera con los de Gallimard, caería el gobierno francés. Sin embargo, aquí no pasa nada, salvo unas conferencias muy bonitas en La Moneda. En el exterior, el prestigio de la cultura chilena en el mundo del libro es negro: se nos considera el país de la piratería y de las malas costumbres.
El libro de mi ilustre tocayo cuesta $9.800. Ah, pero si usted se lo compra a un buhonero le cuesta sólo $3.000. Es cierto que la edición pirata de este libro específicamente tiene muchos errores, pero ustedes y yo sabemos que es un caso excepcional. Al margen de este detalle, la diferencia de precios le concede razón a algo que sobre esto escribí en Letralia 103, y como estamos en nota pirática me citaré a mí mismo y ni siquiera usaré comillas: la lucha contra la piratería editorial sería innecesaria si los gobiernos y los empresarios hicieran un esfuerzo real por reducir la carga económica en beneficio de los consumidores. Es decir, si los precios de los libros no hicieran de éstos artículos de lujo, habría menos piratas editoriales.
De lo cual, por cierto, hablaba en diciembre pasado, aunque desde otra perspectiva, Javier Agreda:
Al peruano Alfredo Bryce le señalaron, en una entrevista, que con los ingresos por la venta de sus libros ya debería poseer una pequeña fortuna. «La pequeña fortuna y los ingresos están en los bolsillos de Barral Editores», fue su lacónica respuesta.
Y es que, puestos a ver, ¿a quiénes preocupa realmente el asunto de la piratería? A escritores de la talla del Gabo, de Bryce, de Edwards. Pero a mí no. Y me gusta el enfoque que a esto le da Juan Villoro según esta nota de El Universal, que lo entrevistó en un descanso de su visita a Caracas en estos días (son mías unas negritas que, si van con cuidado, verán allí):
Hace un par de años, en un seminario sobre edición en Barcelona, un profesor español me preguntó qué opinaba de la piratería y se sorprendió de que yo dijera que se trataba de un problema muy menor en América Latina. Sé que las fotocopias, la piratería y la consulta no remunerada de libros en las bibliotecas lesionan los derechos de autor. Me gustaría vivir en un mundo donde hubiera una clara legislación al respecto (como la hay en Gran Bretaña). Sin embargo, en la situación actual, para miles de latinoamericanos el acceso a los libros sólo es posible si no los compran. Buena parte del trabajo que hago es gratuito precisamente por eso. No se puede someter la cultura en América Latina a las leyes del mercado. Sólo cuando los libros estén al alcance de todos eso será posible.
A mí también me encantó el comentario de Villoro. Los derechos de autor comienzan cuando los del público se hacen cumplir, accesibilidad a la cultura por medio de libros, museos, reproducciones de arte, música, teatro, software, etc… Y esa accesibilidad solo es posible si los precios son posibles… Gracias por citarme en el post anterior…
No debería costarte tanto conseguir el pirata: absolutamente todo lo que tiene que ver con entrenemiento, en un país donde el toque de queda es obligatorio a las 7 de la noche en las grandes ciudades, obliga a quién quiera distraer la mente leyendo, viendo cine actualizado – no la n-esimá repetición en el cable de la misma película – u oir a su cantante favorito a sostener al pirata. Cuando se compra pirata, si, se agrade a las grandes «lo que sea»,pero también al escritor, al músico, al actor. Lo terrible es el desparpajo con que todos lo hacen – comprar y vender -, y el poco control que se le aplica desde el marco de un poder judicial ( al menos en Venezuela) que tiene otras cosas mas importantes de que ocuparse.
Yo también busco un pirata y si es como en la foto ya no digo que mejor, pero bueno
Un saludo
La verdad es que el que saquen ediciones pirata me suena a chino. Aquí mucho top-manta pero «piratear» libros…. ¿Hay tanta diferencia de precios? En España creo que no sería tanta y el negocio tendría poco rendimiento.
en España no se piratean libros porque los precios no están tan altos, al menos los de bolsillo se pueden adquirir todavía y, además, las bibliotecas municipales no se cansan de comprar libros todo el tiempo, cosa que me temo no ocurre en Venezuela con el IABN, o como se llame ahora en el lenguaje de esa mediocre revolución.
Pero sí se piratean discos y dvd’s; cientos de miles de copias piratas de películas y discos: cosa que por otra parte no me extrañaría que ocurra también en Venezuela, donde por piratear, hasta piratean la pulserita del ciclista Armstrong contra el cáncer…
Siempre había pensado que en España no se pirateaban libros porque no se lee. Sí se piratea música pero ¿Cuál? Los grandes éxitos del momento; no verán a Beethoven pirateado.
Las bibliotecas públicas son bastante penosas, y como les pongan el canon las acaban de matar.
Sí se mueve el mercado de segunda mano y el saldo; ahí se encuentran verdaderas gangas.
Creo que las bibliotecas públicas españolas (me refiero a las que hay en los diferentes barrios de las ciudades -y las que conozco, desde luego-) son, dentro de su rango, excelentes. Sabido es que una biblioteca debe especializarse en unos pocos temas, por cuestiones de espacio más que nada, y me parece que las que he visitado se especializan en ficción, libros de referencia, material audiovisual y poco más; pero es que no dan para tanto. Hace unas semanas visité la biblioteca pública de Los Navalmorales, en Castilla-La Mancha, un pueblo de 2 mil habitantes más pequeño que Timotes, me parece: esta biblioteca tiene un fondo nada despreciable para formar cierto nivel cultural y, encima, todos los habitantes pueden hacer uso de la conexión a Internet desde seis o siete computadoras que están instaladas allí. Desde luego, lo que estoy describiendo no debe de ajustarse con la realidad de la biblioteca pública de Timotes, si es que existe una (ni siquiera la de Valera, aunque hace años que no la visito; recuerdo que tenía un fondo poco visitado que cabía en dos o tres armarios -pero con muy buenos libros, todo sea dicho).
Así que no me parece acertado decir, Palimp, que las bibliotecas públicas son bastante penosas, sobre todo con las que tenemos nosotros. No son una maravilla, pero existen y compran libros continuamente, cosa que quizá ni siquiera debe de ocurrir con la Biblioteca Nacional en la avenida Panteón, que compra libros a la velocidad de tortuga que ya me sé y experimenté en su día.
Hay que añadir, con justicia, que el servicio en las bibliotecas de Venezuela no tiene nada que envidiar al servicio prestado aquí en España, y eso es de agradecer porque al fin y al cabo lo que uno necesita cuando va auna biblioteca es que lo acerquen a los libros que posee, sean nuevos, viejos o escasos.
Rectifico en lo de penosas, pensaba concretamente en las de Barcelona, y no tanto porque sean malas, sino porque uno se espera más de una ciudad grande. La biblioteca de mi ciudad natal, Logroño, con 130.000 habitantes, es bastante buena. La de San Sebastián, unos 240.000 hab., también. Pero no he encontrado bibliotecas públicas en Barcelona de igual tamaño y calidad (las hay, pero no tienen servicio de préstamo).
Cierto que compran libros, pero tampoco tantos.
Te doy la razón; es sólo que me da pena que en una Barcelona no existan mejores bibliotecas.
Kira, coincido contigo en que el asunto de los derechos de autor se ha planteado sin pensar en el público. Y extiendo: quienes más énfasis ponen en la llamada «lucha contra la piratería» son, justamente, las editoriales, las disqueras, en fin, los empresarios. Casos como el de Edwards (en que un escritor se preocupa por eso) son, según puedo ver, excepcionales. En todo caso, dudo mucho que Edwards viva mal a causa de la piratería. O el Gabo. O Bryce.
Marha, contigo coincido entre otras cosas con que el pirata no agrede sólo a los grandes lo que sea, sino además al artista que deja de ganar lo que se gana el pirata. Pero vuelvo a lo del enfoque: ¿puedo pagar más de 100.000 bolívares por leer 2666? ¿Cuándo lo leeré? ¿Realmente le costó tanto dinero a la editorial? Sinceramente no lo creo.
Bolo, avísame cualquier hallazgo.
Palimp y Vigo, desconozco la realidad española pero al menos aquí en Latinoamérica la piratería campea por las calles. No se exagera cuando se dice que a las puertas del viejo palacio del Congreso de Venezuela, en el centro más rancio (por histórico y porque los borrachos se orinan a cualquier hora) de Caracas, puedes conseguir el libro que desees, en edición pirata, por un puñado de bolívares. Y sí, Vigo, si es tanta la diferencia de precios. Los excesos de las editoriales son, a mi juicio, el principal pistón que dispara la imprenta del pirata.
Supongo que en España el fenómeno es poco menos que desconocido. Pero sí, aquí tenemos imprentas que viven de eso, de imprimir miríadas de facsímiles de los libros que más venden. Las polémicas Memorias del Gabo, tanto las suyas como las de sus putas tristes; pero también mucho de Quién se comió mi queso y best-sellers por el estilo.
Juan Carlos, sólo agregar algo a lo que dices. Ciertamente nuestras bibliotecas sí son penosas. No me quejaré de la BN pues mi experiencia allí siempre fue buena, pero aquí en Cagua la biblioteca era sólo un repositorio de textos escolares ya caducos. Digo era porque fue cerrada. Una institución de data reciente abrió una nueva biblioteca que se encuentra en iguales penosas condiciones. En todo caso, lo que quería acotar es esto: lo penoso de nuestras bibliotecas incide en otro tipo de piratería, la piratería del conocimiento. Los chicos no van a las bibliotecas: van al cyber y entre flirteo y flirteo con sus partners del MSN o del Chat de Cantv, se bajan el trabajo del liceo de sitios como rincondelvago o monografias. Lo peor de todo esto: muchos docentes, que fueron educados bajo cánones de anticuario, no tienen herramientas para detectar cuándo uno de esos trabajos es plagiado, y mucho menos para proponer nuevos mecanismos de estudio que sean inmunes al plagio.