Leyendo esta nota de Iria, en la que —entre otras cosas— rescata la relación que hace Karina Sáinz Borgo sobre la Bienal de Mérida y algunas polémicas ponencias leídas allí, me pongo a pensar en la facilidad con que se han encumbrado ciertas firmas planeando sobre los elogios de ignorantes e interesados.
Es un mal que se nota con mayor intensidad en estos pueblos de provincia, donde cualquiera que se exprese, oralmente o por escrito, con cierta corrección —o con lo que la ignorancia de muchos asume como tal—, es «el escritor del pueblo». Algunos eventualmente invierten algún dinero imprimiendo un libro «de su propia cosecha» en la tipografía de la esquina, donde se imprimen también los volantes del bingo bailable del fin de semana; generalmente son poemarios, pues existe la cómica tendencia a considerar que escribir líneas cortas es una manera fácil y rápida de acceder al olimpo de la literatura.
Pero también ocurre en las capitales, y tristemente también en la capital, y es que hace falta un poco de sinceridad en la literatura venezolana. Aquí es escasa la crítica profesional, y en muchos casos el papel de críticos —entendiendo por tales esos tipos que hacen algo parecido al blogging, investigar, ponderar y relacionar, pero en el ámbito de la literatura— es asumido por autores que, quizás, harían un bien mayor quedándose como poetas o narradores. Personalmente, me causa gracia —por lo intrascendente, por lo vulnerable de esa literatura que creen haber construido— esta especie de círculo bichoso: A publica un libro con el dinero de B, C lo «critica» (en realidad lo elogia); más tarde, B publica un libro con el dinero de C y A lo «critica» (sí, también en realidad lo elogia), y así; acotando, claro, que el dinero nunca es realmente de A, B ni C, sino del gobierno o de alguna fundación.
Y eso que ahora el gobierno (también interesadamente, claro) se hace el difícil con gente que lo adverse, pero en Venezuela se hizo común que si yo quería publicar un libro abría mi propia editorial con dinero del Conac, y listo. O de las fundaciones, que también por ahí se conseguía. Tarea para la casa: revise los catálogos de las pequeñas editoriales venezolanas (las que no tienen relación con los grandes grupos) y trate de descubrir si hay una sola en que su creador se haya eximido de publicar sus propios libros.
No es un mal exclusivo de Venezuela. Aquí en España, antes cuando querías publicar un libro tenías que pasar los filtros habituales de una editorial, ahora las editoriales inventaron el libro de autor. Usted tiene dinero, nosotros le publicamos. No es necesario ni siquiera leer lo que usted ha escrito. A quién le importa. Usted paga los gastos de edición y presenta su libro en una librería de su ciudad. Luego hace algo de promoción y lo vende a los amigos. Nosotros nos llevamos el 85% y usted lo que pille de las ventas. El negocio es evidente para nosotros y para usted la vanidad satisfecha. Muchos viven de las vanidades de otros y no les critico.
Luego están las subvenciones de cultura a los amigos, las fundaciones con fines dudosos…
Los héroes de pueblo prefieren ser adorados en sus calles que enfrentarse al anonimato del mundo. La literatura sobrevive incluso a los pillos que la prostituyen.
En casi todas partes sucede un fenómeno casi idéntico al que describes. Ahora va a cambiar con las bitácoras y con los nuevo medios de autopublicación. Dudo que las cosas mejores. Al menos se llegará a otros públicos. Qué tanto mejorará la crítica… esa es la pregunta del millón.
Esperemos que sí y que con ella mejore la calidad.
Jorge, creo que das en el blanco. Esas sillas vacías a lo hora del debate sobre la narrativa venezolana actual pueden tener su origen en la relación incestuosa que describes.
Los escritores se acostumbran a las críticas elogiosas de sus amigos y a las destructivas de sus enemigos. Se acostumbran a los premios y a las bolsas de trabajo que otorga la red de panas. Se autopublican con el dinero del Estado.
Pero, les debe quedar la duda. Y mientras más premiado y más elogiado, la duda debe doler más.
Es lamentable, porque algunos son buenos. Y si tuvieramos una industria y una crítica profesional, quizás no tendríamos tantas dudas.
Ese tipo de males nos gustaría tener en México. Aquí los recursos para la cultura por parte del gobierno son nulos.
Luis, lo de las coediciones es un mal aparte. Siento que imprimir uno mismo sus libros equivale a imprimir un paquete de tarjetas de presentación: sirve para eso, para presentar lo que escribo, pero en ningún caso garantiza la calidad del material. Por eso desconfío de los «libros de autor», como los llaman eufemísticamente en las editoriales que mencionas (aquí simplemente le dicen «coedición», más sincero y, también, más siniestro). Tus dos frases últimas merecen blogs enteros ellas solas.
Álvaro, es un tema para sentarse a meditar un buen rato. Las bitácoras te dan una plataforma para publicarte a ti mismo, pero eso es igual al caso que comenta Luis. Personalmente, leo muy poca literatura en bitácoras, porque creo que hay mucho material por ahí que debiera ser más trabajado. Confío más en la creación de un autor cuando ésta ha pasado por los ojos de terceros.
Iria, hace años vengo alertando por estos lares sobre esos y otros vicios. La creación de macollas (cotos cerrados para los lectores no venezolanos) le ha hecho un daño enorme a la literatura. El caso A, B, C, que menciono en mi nota, podría describirlo con decenas de nombres, y no sólo de las macollitas pendejas del interior. Cuando hablo de estos casos, pienso en grandilocuentes ídolos de barro que andan por el mundo «representando a la literatura venezolana», y veo al séquito de sonsos haciendo coro a una obra que realmente no han leído. O peor: la leyeron, y la cosa es tan mala, que no creen que pueda ser mala, creen que son ellos que no la entienden, y terminan encumbrándola por miedo a quedar desnudos, como el emperador aquel. Por otro lado, la «crítica amistosa» genera desaguisados como «esta es una obra redonda, con mucho oficio, trabajada con la pasión y el amor por las letras». ¡Nojuegue! Yo espero de un crítico que me hable de por qué le parece una obra redonda, no simplemente que me lo diga… y es que en realidad no tienen razón alguna para decirlo, y hacen uso de fórmulas prestablecidas por décadas y décadas de vicio.
Mario, te aseguro que no te gustaría tener nuestros males. En Venezuela se le concede recursos a iniciativas emprendidas por gente que esté dispuesta a afianzar el poder supremo. Esto fue siempre así en alguna medida, pero hoy en día es así de una manera descarada. Y esto no lo digo porque lo suponga, sino porque he estado ahí para palpar el monstruo con mi propio asco.
Creo que el mal está en la ausencia de crítica, no si el autor se publica a sí mismo o no. Muchos grandes de la literatura se pagaron sus primeras ediciones (Nabokov, Tsvetaieva, etc) y sobrevivieron a la crítica y son hoy clásicos gracias a ese paso de decir «aquí estoy». Habiendo trabajado en el mundo editorial tampoco confío en el tercer ojo de los editores porque en muchos casos rechazaban excelentes manuscritos solo porque el autor «no era conocido» o «muy joven» o «publica demasiado» etc, sin querer tomar ningún riesgo en promoción. En otros casos le pedían coedición al autor porque era un outsider sin «amigos» en el medio que le reseñaran su libro… y los autores se iban sintiéndose re-mal con su obra… por supuesto otros eran rechazados merecidamente… pero en todas partes se cuecen habas… El problema está en la ausencia de una crítica seria y respetable. Como dices alguien que diga porqué un libro es bueno o malo, no si lo es. Si te publicas o no tu libro, no importara tanto si hubiera esa crítica, porque el rollo no está en publicar sino en que te lean una vez publicado y si tienes aspiraciones literarias pues que entonces alguien convalide esas aspiraciones analizando qué es lo que escribes. Si el escritor tiene fe en lo que escribe no tiene porqué supeditarse a 5 y 7 años de espera en editoriales del gobierno o al desdén de algunos editores… la verdad es que yo si estoy por la autoedición, a la hora de la verdad una vez la obra te deja en forma de libro está sujeta al ojo de la lectura y al más difícil de los juicios que es el del lector.
Por supuesto, Kira; no estoy en contra de la «edición de autor», sólo advierto que lo que se hace con un libro autoeditado es básicamente lo que tú explicas: una forma de presentar mi obra, sin garantía alguna de su calidad, pues no ha pasado por tercer ojo alguno, sea este tercer ojo el de la editorial, el del jurado de un concurso o el de los editores de una revista literaria. Pero insisto, en lo que sí estoy en contra es en esas feas macollas donde todos se publican y se critican[elogian] a diestra y siniestra sin reparar en que la literatura es mucho más que eso y que sólo podrá ser engañado el entorno temporal, la gente que esté dispuesta a que la engañen en ese momento, pues el tiempo allana las dudas sobre lo que vale la pena leer.
Creo que estamos de acuerdo… Y sí, la literatura es arte, pero no todos los escritores son artistas… y aún así también son algunos leídos… el tema es complicado en ese sentido… pero totalmente de acuerdo, también en contra de las macollitas.