Doctor Who en Heaven Sent: el infierno está en mí

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“¿Por eso siempre miramos en los ojos de una calavera?”.
“¿Por eso siempre miramos en los ojos de una calavera?”.

Antes que nada un poco de contexto. Ya he hablado antes de Doctor Who, de manera que si alguien de la audiencia no sabe de qué le hablo, puede echar una ojeada aquí y aquí.

Debo confesar —y es que esta nota va de confesiones— que la novena temporada de Doctor Who me tenía un poco desencantado. Había tenido un arranque extraordinario, con el Doctor siendo atraído hacia Skaro, el imperio de los daleks, cuya escenografía incluso fue diseñada siguiendo las pautas del Skaro original que aparece en los primeros capítulos de la serie hace cincuenta años. Pero luego se hundió en una infame secuencia de capítulos flojos, con guiones que se pierden alrededor de sí mismos. Y un personaje irritante e innecesario —la inmortal Ashildr— fue sacado de un sombrero de mago para representar una suerte de nuevo ultranémesis del Doctor, pero ni la actriz puede seguirle el paso a la danza frenética de Peter Capaldi ni el personaje fue madurado lo suficiente para darle semejante responsabilidad.

Y de pronto, cuando la temporada está por concluir —termina el próximo domingo y luego sólo quedará el especial navideño del 25 de diciembre—, se aparece esta obra maestra que es Heaven Sent, un completo deleite en todos sus aspectos: el guion, oscuro y dosificado gota a gota; la música, magistral y opresiva; la escenografía, con esos retumbantes ambientes lisérgicos tan british, y lo mejor, el alarde actoral con que Capaldi interpreta ese dilatado monólogo de cuarenta minutos en el que reflexionará sobre los seres amados que perdemos y sobre la propia muerte, la finitud de la existencia, con todo y calaveras shakespearianas —literalmente billones de ellas—:

Hay dos eventos en las vidas de todos que nadie recuerda. Dos momentos experimentados por todas las cosas vivas; aun así, nadie recuerda nada sobre ellos. Nadie recuerda nacer… y nadie recuerda morir. ¿Por eso siempre miramos en los ojos de una calavera? ¿Porque estamos preguntando “Cómo es”? ¿“Duele”?

En Heaven Sent, el Doctor se encuentra atrapado en un castillo desierto, o casi desierto, porque dentro vive una criatura construida sobre la base de una de las peores pesadillas del protagonista: un cuerpo misterioso cubierto con un manto, de manos cadavéricas y cuya presencia es anunciada por un montón de moscas que se alimentan de su podredumbre. Concebida como la recurrida representación de la muerte, la criatura persigue al Doctor por el laberíntico castillo, con paso lento pero seguro. Cuando está a punto de atrapar al Doctor, éste descubre que la manera de escapar —aunque sólo momentáneamente— es pronunciando una confesión. Pronto el héroe se da cuenta de que está en una especie de infierno personal. Una serie de pistas en diversos puntos del castillo conducen al Doctor a una misteriosa puerta; al pasar a través de ella encuentra un muro de seis metros de espesor, construido con un mineral “cuatrocientas veces más duro que el diamante”; detrás de ese muro se encuentra la salida definitiva del infierno. La única manera de abrirse paso a través del muro, antes de que la criatura lo alcance y le dé muerte, es golpeándolo hasta que caiga, pero el Doctor no tiene herramientas ni superfuerza y debe acometer la tarea en un bucle de ¡dos mil millones de años! en los que él muere y vuelve a vivir, a la manera de El Día de la Marmota. En cada encarnación logra darle unos pocos golpes al muro; después de dos mil millones de años el muro se derrumba y el Doctor sale, al fin, de ese castillo desierto que, como ya hace rato ha descubierto, no es otra cosa que su infierno, personal e intransferible.

“¿Cuántos segundos tiene la eternidad?”.
“¿Cuántos segundos tiene la eternidad?”.

La estrategia para escapar es ilustrada por el Doctor en esta parábola:

Un emperador le pregunta al hijo del pastor: “¿Cuántos segundos tiene la eternidad?”. Y el hijo del pastor dice: “Hay una montaña hecha de puro diamante. ¡Toma una hora escalarla, y una hora rodearla! Cada cien años, un pajarito llega y afila su pico en la montaña de diamante. Y cuando toda la montaña haya sido cincelada, ¡el primer segundo de la eternidad habrá pasado!”.

El tema de las confesiones es interesante en este episodio por más de una razón. Cada vez que el Doctor se ve acorralado por la criatura del manto, pronuncia una confesión y esto paraliza a su perseguidor. Su primera confesión es que tiene miedo de morir; la segunda, que dejó su planeta no porque estuviera aburrido sino porque estaba asustado; la tercera, que él sabe dónde se encuentra un monstruo terrible del que hablan las profecías de su pueblo. Para la cuarta vez que la criatura lo acorrale, ya el Doctor estará dándole golpes al muro y no emitirá ninguna confesión, pues lo único que le queda por confesar es que ese ente destructor es él mismo, y eso no va a confesarlo.

El episodio tiene mucho más, pero no hacemos nada si lo cuento todo.

Como siempre, los mejores episodios de esta temporada —incluyendo Heaven Sent— son firmados por Steven Moffat, el showrunner y guionista estrella de la serie desde su reinicio en 2005. Varios autores se han encargado de hilar el arco argumental que está por terminar, pero en mi opinión ninguno de ellos ha asimilado la esencia de Doctor Who como sí lo ha hecho Moffat, quien describió este episodio como “uno de los más extraños y más terroríficos que hemos hecho”.

Heaven Sent es uno de esos episodios que se pueden ver sin conocer mayor cosa del personaje, esos episodios autoconclusivos que son ideales para introducir en la serie a alguien que no la haya visto aún.

Si lo quieren ver, aquí las señas:

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