Borges creía, o concedía vital importancia, al filtro que nuestra percepción impone a la realidad. Recordando a Berkeley, decía que la manzana, o lo que conocemos como tal, no era realmente un objeto con el nombre manzana, sino un conjunto de sensaciones —el sabor, el olor, la textura, la forma— al que el hombre le había conferido arbitrariamente ese nombre.
Así explicaba, en el prólogo de su Obra poética, lo que, en su opinión, era la poesía:
El sabor de la manzana (declara Berkeley) está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma; análogamente (diría yo) la poesía está en el comercio del poema con el lector, no en la serie de símbolos que registran las páginas de un libro. Lo esencial es el hecho estético, el thrill, la modificación física que suscita cada lectura.
Ya se sabe cuán afecto era el Viejo a estos intrincados juegos del sentido, hermosos por demás, en los que intenta explicar su idea particular de la realidad. En alguna parte de su obra él dice que todo el universo, con sus galaxias, sus seres extraordinarios, su arte, su ciencia, lo conocido y lo desconocido, todo, le pasa a él: al disponer sólo de la verificación de la realidad mediante sus sentidos, el hombre tiene derecho a dudar hasta de la existencia de los hombres que lo rodean.
Los sentidos son falibles; basta una somera manipulación y obtenemos el milagro de una percepción equívoca de la realidad. El cielo no es azul, pues lo que vemos como azul es sólo una compleja red de hechos físicos que lo hacen ver azul; de hecho, para Borges es claro que el color azul, como todo color, como todo lo que percibimos, es realmente una construcción de nuestro intelecto. Si aplicamos un lente, si tenemos problemas en la vista, el cielo deja de ser azul; igualmente, todo elemento de la realidad que percibimos es el resultado de nuestra disposición a creer en nuestros sentidos.
Borges lleva estas ideas a extremos terribles, aunque de una manera un tanto jocosa, en el relato “El impostor inverosímil Tom Castro”, de su Historia universal de la infamia. El negro Bogle es un sirviente de una casa de Sydney que se hace amigo de Tom Castro, nacido Arthur Orton, un hombre ordinario, de poco entendimiento y obeso, del que por toda virtud destacan “su permanente sonrisa y su mansedumbre infinita”.
Astuto como el que más, Bogle descubre un aviso de prensa en el que la desconsolada Lady Tichborne pide señas de su hijo, Roger Charles Tichborne, cuya muerte, catorce años antes, en un naufragio, la doña se niega a aceptar. Bogle decide presentar a su torpe amigo ante ella, confiado en que su deseo de ver con vida a su hijo fuera suficiente para perpetrar el engaño. Y así fue.
Nos consta que presentó un Tichborne fofo, con sonrisa amable de imbécil, pelo castaño y una inmejorable ignorancia del idioma francés. Bogle sabía que un facsímil perfecto del anhelado Roger Charles Tichborne era de imposible obtención. Sabía también que todas las similitudes logradas no harían otra cosa que destacar ciertas diferencias inevitables. Renunció, pues, a todo parecido. Intuyó que la enorme ineptitud de la pretensión sería una convincente prueba de que no se trataba de un fraude, que nunca hubiera descubierto de ese modo flagrante los rasgos más sencillos de convicción. No hay que olvidar tampoco la colaboración todopoderosa del tiempo: catorce años de hemisferio austral y de azar pueden cambiar a un hombre.
La cosa termina mal, pues Lady Tichborne muere pocos años después de reconocer a su hijo y Bogle muere en un inoportuno accidente mientras trata de impedir que los enardecidos parientes los procesen, a él y a Tom Castro, por usurpación de estado civil. Desguarnecido, Castro es sentenciado a catorce años de trabajos forzados, al cabo de los cuales se dedicó a contar su historia por las tabernas de Gran Bretaña.
La historia pone en evidencia eso que para Borges, ese hombre al que uno de sus sentidos le jugó la mala pasada de abandonarlo, era tan obvio: la realidad no existe en otro lugar que dentro de nosotros mismos.
¡Qué cosa más interesante que publicaste en esa nota, Jorge! La subjetividad de la realidad es, para mi, indiscutible. Estoy totalmente de acuerdo con la premisa de lo escrito, pero, debo también admitir que tal premisa vuela muy por encima de la capacidad intelectual de la mayoría de los mortales. Cuidado, no es que me quiera hacer pasar por más inteligente que nadie; es simplemente el hecho de que la gente ignora muchas veces lo obvio y lo que describes es algo que requiere análisis y observación, algo a lo que muy poca gente le presta el tiempo, prefiriendo el resto dejarse llevar por la mediocridad que nace de una sicología de rebaño.
Completamente de acuerdo, mi querido Watson. No puedo estar en desacuerdo, pues Yo soy Borges, y contradecirse a sí mismo es una falta de ética imperdonable. O al menos olvidable.
Mi querido Borges era gran amigo de Macedonio Fernández, el que le inculcó un interés especial por la metafísica. Amigo ya de su padre a Macedonio lo define Borges delante de su tumba como:
«Un filósofo, un poeta y un novelista mueren en Macedonio Fernández, y esos términos, aplicados a él, recobran un sentido que no suelen tener en esta república.»
El viejo como tú lo defines es inolvidable, sus laberintos, sus tigres y su indiscutible amor por la literatura jamás permitirán que nadie pueda concebir nunca obras como las suyas, tan complejas y a la vez simples son sus palabras que todos somos Borges
un saludo
Jorge he vuelto luego de un largo abandono, pero qué quieres, no tenía opción, con el tiempo restringido en la red tenía que priorizar actualización frente a visitas y comentarios. Hoy todo vuelve a la normalidad y me topo con tremendo tema. No hay que dejarlo pasar tan fácil, si lo real «sólo existe en nosotros mismos» entonces cada quién tiene una realidad propia y si cada quién tiene su realidad quien tiene la autoridad para decir que la suya es más acertada que cualquier otra y si nadie puede decir eso entonces como nos ponemos de acuerdo para vivir en comunidad. Lo dicho temas complejos que entre más se piensan más se enrredan.
Un abrazo.
Pd: Recibí tu correo gracias por la información.
Luis, en efecto, Borges tiene textos a los que hay que entrarle de a poquito. Me causa mucha gracia que en el pasado hubiera hasta intelectuales que eludieran su lectura usando como excusa que era un «escritor de derechas». Creo que realmente era un problema de entendederas.
Tecno-Borges, siempre es un placer. Ahora explíqueme mejor eso de la manzana que no es manzana.
Bolo, gran cita esa del elogio a Macedonio. Muchas gracias por eso.
Bogato, mejores tiempos vendrán. En cuanto al tema, tienes razón: se intrinca mientras más se piensa en ello. El concepto que tenemos de la realidad depende de los alcances de nuestra percepción.
Jorge, pregúntale al otro, al tal Bustos Domecq, que bastante problemas nos dio a Adolfo y a un servidor. Ese tema de la manzana me ha traído muchos preguntadores a la puerta, y como ya lo he dicho, prefiero usar mi tiempo en leer…