Leo este cable de Europa Press donde hablan de la fundación en Gijón, el próximo miércoles 15 de febrero, de la Asociación de Escritores Noveles. Supongo que si no fuera Luis Sepúlveda quien está apadrinando a estos noveles la agencia no le habría hecho eco, pero no es eso de lo que quiero escribir.
De los seis medios que a esta hora han reseñado la nota, uno destaca por lo que imagino el trabajo de algún anónimo pero voluntarioso corrector: así, los ahijados de Sepúlveda dejaron de ser noveles para ser nóveles, extraña categoría de escritores que quizás nunca se ganen el Nobel, pero le llegarán de cerquita.
Novel es una forma afectada de decir novato, novicio, principiante, inexperto. El Drae dice que viene del catalán y yo no soy quién para desmentirlo. En Venezuela, con lo que nos gusta jugarle bromas a todo el mundo, llamamos nuevón a quien viene llegando.
Parece mentira, pero por ahí me encontrado a más de uno que ha querido establecer categorías literarias para justificar el término escritor novel (o nóvel, según el gusto del hablante por las palabras mal pronunciadas). Así, algunos dicen que un escritor novel es aquel que aún no ha publicado un libro. O que no ha publicado en una revista. O en un periódico. Igual que la pronunciación, la aplicación de novel corre, como ven, por cuenta de quien lo usa.
Una anécdota sobre el término.
En 1985 salió El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, a mi juicio una de las novelas más redondas que he leído en mi vida. Lástima la estética de aquella edición con portadas amarillo chillón, pero ese no es el punto. En la televisión la novela era anunciada como «la nueva novela Nobel del Nobel García Márquez», parangaricutirimicuarismo incómodo donde los haya.
Por esos tiempos un grupo de escritores noveles (y otros no tanto) nos reuníamos alrededor del quiosco de Pedro Ron, un personaje del que ya les hablaré otro día. Pedro no tenía dónde vivir, así que vivía dentro del quiosco. A veces yo lo visitaba y me decía: «Manito, quédese un rato atendiendo el negocio mientras voy a comerme algo en la esquina». De esta manera fue como desempeñé el trabajo de quiosquero durante algunas horas de mi vida.
Pedro no vendía sólo periódicos y revistas. Como buen lector que era, cada vez que podía traía una remesa de buenos libros usados y los vendía. Su prestigio crecía entre el público lector de Cagua, una ciudad que nunca ha tenido una librería de verdad (salvo la Librería Los Andes, que murió de mengua).
Durante uno de esos almuerzos de emergencia que se metía Pedro, se apareció una señora con un particular pedido:
—Buenas tardes, ¿podría venderme las nueve novelas del Nobel García Márquez?
(Ya que estamos, y como no encuentro cómo cuadrarlo en el resto de la nota, vayan a ver el «problema de trenes» que tiene en su índice la excelente revista Los Noveles).
Excelente cuento… y sí, revisé, la palabra viene del catalán. A menos que otra fuente diga lo contrario.
(y dormir dentro de una librería… ¿Qué tal?… ¿y dentro de una librería virtual?)
jajaaj, interesante historia!!!
un saludo sr letralia
Genial, simplemente genial. Reflexión más humor. Y sobre todo, esta palabra: parangaricutirimicuarismo jajajajaja! Gracias
Me raspaste con lo de parangaricutirimicuarismo que supongo no viene del catalán 😉