El manifiesto de los correctores de español, que lleva algún tiempo publicado en La página del idioma español, toca un asunto del que yo hablaba hace unos meses: los correctores no necesitan preparación académica para desempeñar bien su trabajo.
El manifiesto es una iniciativa de la lista sobre corrección y distribución Editexto y de sus administradoras, Silvia Senz y Montse Alberte.
Sólo un fragmento del manifiesto me causa escozor:
…hoy en día, la lengua culta, la lengua genuina e incluso la lengua apropiada han perdido ya su valor como fuente de prestigio, expresión de elegancia y, desde luego, vehículo de cultura y comunicación. ¿Cómo ha de ser de otro modo si desde altas instancias gubernamentales no se fomenta cosa contraria?
Ya se sabe que los gobiernos son los malhablados por excelencia de la sociedad. Pienso que debemos dejar de pensar en las «instancias gubernamentales» como responsables de que el lenguaje pierda valor. Tal responsabilidad debería ser asumida, sin que gobierno alguno lo exija, por los medios, los maestros, la familia.
Pero igual firmé el manifiesto. Van 8.523 firmas (incluyendo la mía).
Estoy de acuerdo con que no se necesite una formación “académica” para quien desee ser corrector, pero de alguna manera han de adquirir esos conocimientos. Imagino que es través de la lectura, y un poco de la escritura. Como sucede en todas las profesiones: de seguro existen correctores que, sin ostentar títulos, hacen mejor su trabajo que algunos que sí han llevado a cabo los estudios pertinentes. Sin embargo los títulos existen para normalizar y simplificar de alguna forma el proceso de escogencia de un individuo a la hora de ocupar un puesto vacante. Son cosas inevitables cuando se vive en sociedades de masas, supongo, cuando ya la figura del mentor es sólo un buen (o mal) recuerdo y en las clases somos un número, un pupitre más.
Profesor, esta alumna no tan buena, ha tomado ahora si el buen hábito de visitarle. ¿Sería mucho pedir que fuera usted hoy a porque yo asi…?
Tengo una crítica dura y muy valiosa que me gustaría que leyera, porque sigo pensando en su valiosa revisión
Como redactora de ese manifiesto, hago la siguiente precisión a tu objeción, Jorge: no se culpa a los políticos ni a los gobiernos del mal uso del idioma, sino de no promover su buen uso, lo cual entra dentro de sus competencias educativas y culturales y, por tanto, debe exigírseles.