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Los memoriosos

Publicada el miércoles 15 de marzo de 2006 por Jorge Gómez Jiménez
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Kim Peek y su padre, Fran PeekAJ son las iniciales de una mujer que lo recuerda todo. Su percepción cotidiana, según dice ella misma, se le aparece como en una pantalla dividida: de un lado está su trato con quienes la rodean y sus actividades diarias, y del otro está un instante cualquiera de sus cuarenta y tantos años.

Ahora por ejemplo estamos aquí sentados hablando… pero internamente pienso en algo que me pasó en diciembre de 1982, el 17 por ejemplo era viernes y empecé a trabajar. (…) La mayoría creen que es un don, pero para mí se trata de un problema. ¡Todos los días recorro mentalmente mi vida entera y eso hace que me vuelva loca!

La sorprendente capacidad de AJ para recordarlo todo —quizás sea más preciso calificar esto como una sorprendente incapacidad para olvidar— está siendo estudiada por el Centro para la Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria de la Universidad de California Irvine, aunque los resultados de tales estudios, al menos los que han sido revelados, no pasan de lo anecdótico.

El artículo lo niega, pero la historia registra casos diversos relacionados con el de AJ. Uno de los más conocidos es el del autista Kim Peek (en la fotografía, sentado delante de su padre, Fran Peek) quien con su deslumbrante memoria, en la que guarda, línea a línea, más de 7.500 libros, y su capacidad de cálculo, inspiró a Barry Morrow para el guión de la película Rain Man.

Otros casos también han tenido como protagonistas a personas autistas: Richard Wawro, de quien se dice «pinta con la precisión de un mecánico, pero con la visión de un poeta»; la «octava maravilla del mundo», Blind Tom Bethune, quien recordaba —e interpretaba con maestría— 7.000 piezas de piano, y Alonso Clemonts, quien creaba una escultura plena de detalles en veinte minutos tras ver en la televisión, durante sólo segundos, la imagen de un animal. El mismo Peek empezó a destacarse el año pasado en estas habilidades artísticas, al entrar en contacto con un profesor de música que descubrió que su desbordada memoria también le permite tocar piezas musicales como un maestro.

Ante estos casos, tener memoria fotográfica es sólo un decir. Así lo declara Borges al inicio de su cuento «Funes, el memorioso»: después de conocer a Ireneo Funes, el hombre que podía recordar «cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban», la sola mención del verbo recordar está vedada para nosotros, viles mortales.

Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero.

Roxana Kreimer atisba una idea nietzscheana en la que bien pudo inspirarse Borges para escribir su Funes:

No es del todo improbable que el cuento de Borges «Funes el memorioso» se haya gestado al amparo de la siguiente analogía postulada por Nietzsche en De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos para la vida: (Imaginemos) “a un hombre que estuviera absolutamente desprovisto de la facultad de olvidar y que estuviera condenado a ver en todas las cosas el devenir”.

La relación entre el Funes borgiano y el hombre «desprovisto de la facultad de olvidar» de Nietzsche se le hace a Kreimer «evidente», más cuando un ejemplar del ensayo nietzscheano al que ella se refiere se encontró, lleno de notas marginales, entre los libros de filosofía de Borges.

No hay manera de saberlo con certeza. Conformémonos con recordar que la memoria era uno de los temas predilectos de Borges. Su cuento «El Aleph» puede interpretarse como una metáfora de la memoria. Menos críptico es uno de sus relatos últimos (Ricardo Piglia lo imagina como su último relato), «La memoria de Shakespeare», en el que un hombre es capaz de traspasar a otro la memoria del autor de Hamlet, su memoria íntegra, con cada nimiedad ocurrida o pensada o imaginada.

La memoria de Shakespeare no podía revelarme otra cosa que las circunstancias de Shakespeare. Es evidente que éstas no constituyen la singularidad del poeta; lo que importa es la obra que ejecutó con ese material deleznable.

Borges se enfoca en uno de sus planteamientos primordiales: así como tener la memoria íntegra de una vida no es otra cosa que tener un cúmulo inmanejable de momentos insignificantes, de errores, de parcelas de eventos, así nuestra vida completa es, con todos sus momentos trascendentales —sus amores, sus traumas, sus riñas, sus graduaciones—, un apero insignificante en las alforjas de la humanidad.

Le rendimos culto a la memoria porque nos devuelve el pasado. Le agregamos artilugios contra el olvido porque la sabemos falible. Para los escasos memoriosos ambas conductas son pueriles y desconocidas —y, quizás por lo mismo, las anhelan tanto.

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Categoría: Siendo un escritor

7 comentarios en «Los memoriosos»

  1. Mauricio Duque Arrubla dice:
    miércoles 15 de marzo de 2006 a las 12:37 pm

    Ni hablar de los que tenemos que hacernos una memoria de papel, como dice Gabo en el Amor en los tiempos del cólera. Para mí, mi blog es parte de mi memoria.
    ¡Qué bueno este post!

    Responder
  2. Cristina dice:
    miércoles 15 de marzo de 2006 a las 12:58 pm

    Al comienzo del artículo me acordé inevitablemente de Funes. Luego vi que lo habías mencionado. Y luego me acordé de Capote, quien, por lo visto podía recordar el 94% de las conversaciones, lo cual me parece molestísimo para todos…

    Scripta manent, verba volant…

    Responder
  3. Julio Suárez Anturi dice:
    miércoles 15 de marzo de 2006 a las 9:17 pm

    Para de una memoria que enloquece a una que construye o deleita es un bello paseo por los portentos del ser humano.

    Responder
  4. Julio Suárez Anturi dice:
    miércoles 15 de marzo de 2006 a las 9:19 pm

    (Lapsus: «Pasar»…) (Y nada tuvo que ver la memoria)

    Responder
  5. El Tecnorrante dice:
    jueves 16 de marzo de 2006 a las 9:10 am

    ¿Podría ser que las referencias a las molestias de una memoria memorable sean rasgos de envidia de quienes no la tenemos?

    Buen artículo! Está de periódico o revista literaria.

    Saludos.

    Responder
  6. Luis Amezaga dice:
    jueves 16 de marzo de 2006 a las 11:32 am

    La memoria no es uno de mis problemas 🙂 Quizá más que memoria, sea darle importancia a cosas que no la tienen. La mejor terapia es escribir artículos o post. Poderosos por la mañana, caducos por la tarde.

    Responder
  7. Jorge Gómez Jiménez dice:
    jueves 16 de marzo de 2006 a las 12:43 pm

    Gracias, Mauricio. Para mí la memoria es un tema vital, especialmente porque empiezo a darme cuenta de cómo se erosiona. Ya ni agendas uso, porque siempre olvido anotar lo que no debo olvidar…

    Cristina, es que la historia de AJ parece sacada del cuento de Borges. Y quizás sea así, ahora que está tan en boga poner a rodar leyendas urbanas.

    Julio, errores peores se han visto. No te preocupes. 🙂

    Gracias, Tecno. ¿Crees que me lo publiquen en Letralia?

    Luis, todo tiene importancia en el terreno creativo. 🙂

    Responder

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Mi nombre es Jorge Gómez Jiménez. Soy escritor y edito desde 1996 la revista literaria Letralia, Tierra de Letras.

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