A principios de los años 70 un amigo de mi familia fue arrestado por robar en el mayor supermercado local. Mi papá contaba que este joven “que nunca quiso servir para nada, ni para ladrón”, después de acometer la proeza técnica de penetrar en el establecimiento, demostró una vez más su torpeza pues, en lugar de buscar efectivo, tomó un carrito y se puso a escoger víveres. Por supuesto, a los policías les dio tiempo hasta de tomarse un cafecito antes de apresar al desatinado malhechor.
Recordé la historia leyendo sobre este ladrón que quiso robar unos muebles en la Casa de la Cultura de Paraná, en Argentina. La policía lo apresó cuando ya había preparado 36 sillas —entre otros objetos— para sacarlos por una puerta. Uno pensaría que el malhechor tenía un vehículo para completar su “trabajo”, pero la noticia no dice nada al respecto. Por otro lado, si fue capaz de introducirse en un edificio, ¿por qué no escoger mejor uno potencialmente más lucrativo?
Vos no entendés, Jorge… ¿En qué otro lugar iba a conseguir 36 sillas, todas bonitas y de calidad de museo? Hay que apreciar a los tipos con metas definidas… 🙂
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