En la carrera desbocada de ciertas personas por parecer lo que no son, se les va pegando en la cara todo un catálogo entomológico del que ni cuenta se dan. Se termina convirtiendo la propia personalidad en un mecano de poses adquiridas que se mueve al compás de los requerimientos de la apariencia. Y por lo general el primer caído en el combate de la vanidad contra la autenticidad es, ni más ni menos, el lenguaje.
Pienso en estas cosas cuando veo cómo el verbo poner ha caído tan aparatosamente en el desprestigio, desplazado por colocar, que si bien es más largo y no siempre se usa de forma apropiada, parece estar revestido por un aura de refinamiento, como si gozara de una alcurnia secreta que lo convierte en el verbo por excelencia de quien se considera a sí mismo elegante.
Se suele aceptar a ambos verbos como sinónimos. Uno puede colocar un objeto en una mesa de la misma manera como puede ponerlo. Pero existe una razón por la cual el Drae da cinco seis acepciones para colocar y ninguna lo relaciona con poner (al menos en el sentido de darle una ubicación a un objeto), y es la misma que permite establecer una sutil diferencia entre ver y observar.
Se ve cuando los ojos perciben algo, pero se observa cuando le brindamos especial atención a lo que vemos. Cuando ponemos algo en la mesa simplemente ejercemos la acción de llevarlo con la mano hasta ese lugar y soltarlo allí; cuando lo colocamos estamos siendo más precisos, pues se asume que existe un orden en virtud del cual escogemos el lugar en el que debe ir el objeto. De allí que colocar sea más correcto para describir la acción de hacer que alguien obtenga un empleo, o la de conseguirle compradores a un bien o servicio. Poner y colocar no son entonces propiamente sinónimos, sino dos matices de una acción.
Es por ello que suele cometer muchos errores quien destierra al verbo poner de su léxico. Decir, por ejemplo, «me coloqué la camisa», es atribuirle al verbo colocar una acción que realmente le corresponde a poner. Nadie puede, tampoco, «colocarse en guardia» ni «colocarse bravo». A los chicos por nacer no se les coloca un nombre, y cuando van al colegio es absurdo que la maestra les coloque una nota en el cuaderno.
El único pecado del verbo poner es su relación con las aves y otros animales ovíparos. Los niños suelen usar esa relación para hacer sencillos chistes. Alguien se retrasa en el acto de jugar su ficha y uno de los pequeños adversarios le increpa: «Pon». El aludido responderá (y creerá que es ingenioso, claro): «Ni que fuera gallina». Visto que en la anatomía de las gallinas se refiere a un área nada heroica, ha sido fácil que el verbo poner terminara enredado en una madeja de pícaros significados, algunos no tan inocentes como el ejemplo mencionado. Y ya se sabe que hay gente que no puede hablar de la erección de una iglesia o de la penetración de nuestros valores sin ruborizarse.
El lenguaje es una escotilla enorme para que otros vean lo que tenemos por dentro. Personalmente prefiero las escotillas sobrias, que me dan una vista clara y transparente, a esas adornadas con cortinas de encaje y borlas. Juan Ramón Jiménez sugería: Donde puedas decir pájaro; no digas ave… Y es que existen diferencias muy notorias entre ser culto y ser cursi.
Una última nota al respecto. Hay quien piensa que unir en una frase dos o más sinónimos de una misma palabra es signo de vasta cultura. En realidad es signo de vasta idiotez. Ríos de agua fría y gélida, zas, qué cultura. Colocar y poner -ambos verbos en la misma frase- es una secuencia vertida por alguien que supone que el vocabulario es para usarlo todo de una vez, de manera que el oyente aprecie la variedad de palabras que se es capaz de usar. Para mayores señas, vean los casos que ofrece una simple búsqueda en Google.
(Ya a punto de terminar esta nota me encuentro con esta otra de Soledad Moliner, que toca el mismo tema y, creo, con más claridad. Vía Pido la palabra.)
Coño, el malquerido poner.. “Las que ponen son las gallinas”, así decía una profesora de bachillerato inquisidora y excomulgadora arbitraria de este verbo..
Muy buen post, Jorge. Totalmente de acuerdo en la preferencia y apuesta por un lenguaje claro, preciso y transparente.
Un saludo.
Muy bueno, instructivo y…divertido el post…Voy a copiarme la frase: «Visto que en la anatomía de las gallinas se refiere a un área nada heroica…» esperando que algún día me dirás cual, en oposición, es el área heroica.
Saludos… y en el 2007 estás que cortas.
Volviendo a pensar en lo de la parte «poco heroica» de la anatomía de las gallinas, concluí que, si bien la frase parece ser afortunada, realmente el concepto no es acertado, ya que comparando el tamaño del «emisor» y el tamaño del «emitido» la conclusión no puede ser otra que reconocer el gran heroismo de la gallina.
De gallinas y verbos: Juan Gossaín
La siguiente es la ponencia «De gallinas y verbos», del director de Radiosucesos RCN y miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, Juan Gossaín, presentada en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española en la ciudad de Cartagena de Indias:
«Aunque este diálogo haya sido convocado con el título de ‘Periodismo y literatura’, yo no vengo a hablar aquí de literatura ni de periodismo. Vengo con el único propósito de defender la vida de un verbo en peligro. Habiéndome declarado su abogado de oficio, sin que nadie me haya delegado representación alguna, pido el amparo de este tribunal supremo del lenguaje, el Congreso de la Lengua, para que se proteja la vida de mi cliente, el verbo poner, uno de los más antiguos y útiles de nuestro idioma, atacado con alevosía y a mansalva por el verbo colocar, que lo está extinguiendo sin remedio, como ocurre con ciertas aves, el aire puro y numerosas especies vegetales.
Las primeras noticias sobre la aparición del verbo poner en la lengua castellana aparecen registradas en la gramática de Nebrija, en 1492, pero no fue posible encontrar rastros suyos antes de esa fecha.
Quinientos años después, los colombianos, que se vanaglorian de hablar el español más castizo del mundo, decretaron la ejecución sumaria del verbo poner porque les parece vulgar, indigno de la gente decente, casi obsceno, como si fuera una palabrota. La tragedia empezó el día en que alguna señora remilgada, con ínfulas culteranas, se atrevió a repetir un proverbio catalán del siglo diecinueve: sólo las gallinas ponen.
Desde entonces, y con la fuerza demoledora de una sentencia bíblica, el desdichado aforismo inició su carrera de éxitos hasta extenderse a velocidades supersónicas por todo el cuerpo de la sociedad, de una manera espontánea y expansiva, con la misma resonancia de una bomba de terroristas y con resultados similares.
La plaga está adquiriendo unas proporciones tan apocalípticas que un amable caballero de la ciudad de Cali acaba de enviarme de regalo una totuma de dulce de leche, que en su región bautizaron con el nombre de “manjar blanco” –demostración de que también florece la poesía en los diabéticos territorios de las golosinas– pero advirtiéndome, eso sí, que lo guarde en la nevera “para que no se coloque rancio”.
Los estragos de semejante terremoto son incontables entre la franja lunática del lenguaje. Y, tal como suele suceder con la enfermedades ponzoñosas, la “colocaderitis” rompió ya las fronteras colombianas y está haciendo metástasis en la anatomía completa del idioma, desde la América Española hasta los micrófonos de la propia España.
Un periodista de Radio Nacional, en Madrid, recordaba a sus oyentes que los automovilistas infractores “tienen plazo hasta julio para colocarse al día con el pago de las multas de tránsito”.
Mucho me temo que los poetas, buenos y malos, deben prepararse para contemplar, a la hora azul del crepúsculo, una coloca de sol. Reconozco que yo mismo, acoquinado por las presiones de tanto esnobista que anda suelto, tuve vacilaciones para decidir si presentaba ante esta tertulia una ponencia o una coloquencia.
Siguiendo la enseñanza aristotélica, según la cual toda acción produce una reacción, estamos a punto de cumplir cinco años de haber creado la Congregación de Defensa del Verbo Poner, que inventamos en un noticiero de radio. No tiene sede ni sello, ni levanta actas de sus sesiones porque no se reúne nunca ni sus integrantes se conocen entre sí. Pero ahí estamos, incansables, dedicados a velar armas al pie de la cama de hospital de nuestro amigo moribundo.
La acogida a esa imaginaria fundación ha sido estimulante y reanimadora. Uno de sus cofrades, el profesor Álvaro Enrique Treviño, que ejerce funciones académicas entre los estudiantes pobres de Cartagena de Indias, ciudad avezada en el arte de rechazar a cuanto pirata asome sus naves en el horizonte, trátese de corsarios ingleses o de vocablos intrusos, se tomó el trabajo de rastrear el asunto en las páginas de “Cien años de soledad”, nada menos, obra maestra a la que este Congreso rinde tributo en sus cuarenta años.
Treviño encontró en la novela de García Márquez ciento sesenta y siete formas diferentes del verbo poner y sólo ocho variedades de colocar, apropiadas todas ellas, naturalmente, sin atropellarse a codazos, según el empleo correcto en cada caso.
A su turno, el ingeniero José Enrique Rizo Pombo, que en nuestra cofradía tiene a cargo la comisión de asuntos lexicográficos, también hipotética, está preparando la primera edición del novedoso “Diccionario de sustituciones del verbo poner”.
Sugiere, a guisa de ejemplo, que en lo sucesivo usemos antecolocar en vez de anteponer; que los músicos digan comcolocar música en lugar de componerla; que en las argucias de los dialécticos no se vuelva a hablar de contraponer argumentos, sino de contracolocarlos, y que admitamos aunque sea a regañadientes que ocolocar es la nueva forma de oponer ideas y razones.
No quiero ni pensar, para mayor abundamiento, en lo que pasará el día que una señorita pacata y distinguida exclame, con el refinamiento que exigen materias tan delicadas, que el baño está hecho para que el organismo pueda decolocar las escorias naturales.
La verdad desoladora es que estamos perdiendo esta nueva batalla de Guadalete contra los impíos y los paganos. El verbo poner ha ido desapareciendo del habla cotidiana y del lenguaje escrito, ya sea en la prensa o en los libros, desterrado, en efecto, al territorio infame del gallinero. A este paso, muy pronto no será más que un anacronismo reservado a gramáticos casposos, una estantigua, una sombra del pasado, una fantasmagoría.
Sin embargo, nuestra venganza perpetua contra aquel aforismo malvado tendrá lugar el día en que una campesina de los Andes anuncie con sonoro cacareo que su gallina “acaba de colocar un huevo”. La hecatombe definitiva sobrevendrá cuando ya ni las gallinas pongan. Entonces habremos recorrido la parábola completa, el óvalo que se cierra, la emboscada que se atrapa a sí misma y el alacrán que se muerde su propia cola.
Invocamos la ayuda autorizada de cada uno de ustedes a fin de preservar la supervivencia del verbo amenazado, en sus cátedras magistrales, en sus libros, en sus conferencias, en las columnas que escriban para la prensa, o en la simple conversación de cada día, pregonándolo de boca en boca, como un bostezo.
Yo sé bien que esta es una propuesta pequeña y modesta, casi insignificante, ante un Congreso que se dispone –o se discoloca– a estudiar asuntos tan serios y trascendentales como la diversidad del español, o sus relaciones con las ciencias y las tecnologías modernas. Formulo esa modesta petición de ayuda en mi carácter de creador de la mencionada Congregación Imaginaria de Defensa del Verbo Poner. A ella he dedicado los mejores años de mi vida y no encuentro nada que la justifique más. Anuncio, en consecuencia, que Don Quijote cabalga de nuevo».
Hay que defender un poco el idioma ante tantos refinamientos innecesarios y vergonzosos que pululan en la actualidad entre los hispanoparlante.
Probablemente el caso más patente y urgente de resolver, si aún no se nos ha escapado de las manos, es el del verbo poner. A pesar de sus incondicionales, extensos y perdurables servicios ofrecidos con maestría, versatilidad, incondicionalidad y resignación, este castizo y útil elemento de la lengua castellana está en peligro de extinción, todo gracias al uso indiscriminado de su principal adversario, el verbo colocar. A pesar de que el primero tiene diez veces más acepciones que el segundo, y que el uso correcto de este último tiene aplicaciones bastante específicas y restringidas, debemos reconocer que va ganando la batalla.
Sin embargo, sería un error pensar que el único afectado con la coloquitis, epidemia que va en camino de convertirse en pandemia, es el verbo poner. Al igual que ocurre con el vocablo cosa, el verbo colocar se utiliza como comodín. Contrario a lo que algunos podrían argumentar, respecto a que el uso popular hace evolucionar el idioma, en este caso estamos ante un proceso de empobrecimiento de la lengua; al emplear indiscriminadamente el verbo de marras dejamos caer en desuso una serie de verbos que conforman la riqueza del lenguaje.
Hay que recordar en este punto que la representación mental que de la realidad tenga una persona está en buena medida definida, sustentada y representada por el idioma que escuche y maneje. Léxicos pobres modulan mentes pobres.
¿Donde está la raíz del problema? Tradicionalmente los profesores han saltado por encima del DRAE y enseñado que sólo ponen las gallinas. Pero es también sabida la tendencia de algunas zonas andinas a colocar. De otro lado, si sintonizamos canales de televisión como Discovery, National Geographic o The History Channel, veremos que en éstos nunca se pone, ubica, desplaza, utiliza, usa, presta o dirige nada; todo se coloca. Así que los traductores también tienen una buena cuota de responsabilidad.
Si por algún accidente este texto llegare a ser leído por algún estudiante universitario, le recuerdo que la ropa no se coloca, se pone; la gente no se coloca furiosa, triste, nerviosa o alegre, sino que se enfurece, se entristece o se alegra, incluso se pone en cualquiera de estos estados emocionales; el sol tampoco se coloca; ni podemos colocar atención, sino prestarla o ponerla, las inyecciones se aplican; las palabras y las oraciones de un texto se escriben, tampoco se colocan; los ejemplos (este mal uso se lo escuché a un linguista graduado, profesor universitario) se citan, traen a colación, utilizan, ponen o emplean. Estos son solo algunos resultados de la coloquitis.
Me despido con una invitación abierta a expresar opiniones sobre cualquier tema relacionado con el cuidado del idioma español en http://ponentodos.blogspot.com/
Se acepta el que galicado siempre y cuando no lastime demasiado el ojo ni el oído.
Alex González Grau
es muy interesante y me ayudo a tener una concepcion mas amplia del verbo poner.
la verdad este texto fue muy interesante…! pero yo solo tengo 13 años y creo que la gente adulta no nos respeta mucho y cree que no sabemos nada…! yo necesitaba info para el colegio y aca la encontre perfectamente… muchas gracias…!!
Me indigna cuando oigo la palabra colocar en vez de poner, por prudencia me quedo callada, pero cómo quisiera hacerles saber el pecado que estan cometiendo con el verbo poner.
bueno yo pienso que hay personas que no saben que la palabra poner tiene 44 significados ycolocar 4 que son sinonimos de poner por ejemplo un profesor que itera mucho la palabra colocar y le decimos nosotro los alumnos es poner profe y el nosdice para mi es colocar.
bueno haya el, yo pieso que por falta de que se hoiga mejor pero no saben que estan cometiendo un error al hablar att rafael sierra
Soy una defensora del verbo PONER, me horrorizo cuando veo las noticias en espanol. Y los presentadores se abstienen de usar el verbo en mencion. Ellos colocan mucha atencion para presentar el noticiero….parece que si usan el verbo poner les van a cerrar el noticiero porque usaron una palabrota! Que viva el verbo PONER.