En Venezuela, cuando alguien se muestra afectado por el flagelo de la explicadera —uno comete un error, mira hacia el cielo con expresión culpable y luego empieza a explicar, sin demasiada convicción, por qué hizo lo que hizo—, siempre hay quien le lance el refrán fulminante que aplica en tales casos: No aclares, que oscureces. Cada explicación con la que trates de justificar tus acciones terminará por asentar con bases más firmes, en tus interlocutores, la certeza de que no contento con meter la pata, ahora vuelves a meterla al intentar liberarte de tus responsabilidades.
En algo así pensaba mientras leía, guiado por esta nota de Gustavo Faverón, la entrevista que la revista peruana Caretas publicó ayer en la que Bryce Echenique mete la pata tratando de negar que alguna vez haya metido la pata. Las respuestas del escritor son tan alucinantes que por un momento pensé: esto tiene que ser parte de un complot del hombre del cigarro. Acusa a alguien y después dice que no puede afirmar nada al respecto. Dice que no tiene secretaria, que en su momento le echó la culpa a “la secretaria” para darse importancia. Que no recuerda si lo plagió o si lo plagiaron (o algo así). Que el plagio es “un acto de admiración, de cariño”, pero también que llamar a alguien “maricón o plagiario” es un insulto. Creo que lo más coherente que dice tiene que ver con hospitales siquiátricos y alcoholismo.
En fin. Qué cosa más rara es esta de la literatura, ¿no?