A sus casi 70 años —los cumplirá el 30 de junio— y listo para meter en sus alforjas el premio Reina Sofía —lo recibirá en noviembre—, José Emilio Pacheco no tiene por qué andarse por las ramas:
—¿La poesía puede dialogar hoy con las nuevas tecnologías?
—Dialoga muy bien. Es increíble la cantidad de poemas que hay en Internet. Es algo que pertenece por naturaleza a los jóvenes.
En la cresta de la ola, homenajeado por el número redondo que está próximo a celebrar y por el jonrón que implica el Reina Sofía, y acabando de publicar La edad de las tinieblas, un compendio de cincuenta poemas en prosa, no deja de elogiar las virtudes perdidas del verso:
El año pasado intenté no un poema sino un cuento en verso. En el siglo XX el verso fue vehículo casi exclusivo de la poesía lírica y renunció a dominios como el relato y el drama, que siempre habían sido suyos. El verso frena por su naturaleza misma nuestra tendencia natural a la verbosidad. Es veloz y conciso. Pero nunca impondría como obligación de nadie lo que tal vez sólo funcione para mí mismo.
La Jornada publicó hace poco tres de los textos que conforman este libro. Dejo aquí, por puro gusto, este «Paraquet», un bicho genéticamente entroncado con el Odradek de Kafka, los axolotls de Cortázar y el Bestiario de Borges:
Paraquet
Tengo en su jaula de oro un nuevo pájaro. Negro y azul, vivaz y melancólico, es una cruza entre el parakeet (Melopsitacua undulatus), llamado en México Periquito de Australia, y la cuerva (Corvus corax) a la que Gabriel Zaid escuchó graznar «paraké, paraké».
Es lo único que dice nuestro pájaro. Por eso lo bautizamos Paraquet (nombre científico: Interrogator jampriden). Como el ave agorera llevada a Moctezuma al borde de su ruina, el Paraquet tiene un espejo por cabeza.
Al verse reflejados en él y escuchar su única palabra, su breve lección socrática de filosofía, los más se desalientan y derrumban. Sólo unos cuantos buscan y por fin encuentran el paraqué de todo este embrollo y nos redimen al salvarse.