Como muchas guerras, la de los libros empezó con un silencioso movimiento migratorio. Fue hace casi cuarenta años, un día cualquiera de 1971, y —como si se tratara de una película de ciencia ficción— fue estadounidense el primer camisa mojada en pisar la tierra prometida. Me refiero, claro, a lo primero que a Michael Hart se le ocurrió transcribir cuando inventó aquello del libro digital: el Acta de Independencia de Estados Unidos. Pero entonces había tan pocas computadoras, y era tan oscuro el concepto de una red informática, que el evento pasó desapercibido.
Aunque ya hace bastante que han empezado a sonar los cañonazos, la reciente Feria de Frankfurt fue el escenario de guerra más claro de los últimos años. Allí se anunció el pronto lanzamiento de Google Edition —cuyas operaciones se iniciarán en Estados Unidos e Inglaterra en los próximos meses, quizás incluso antes de que termine este año—, lo que a mi juicio significa el advenimiento de la espada de Damocles de la edición tradicional. Google simplemente ha tomado el modelo ya ensayado por entidades como Amazon, Lulu o Bubok y le ha añadido esteroides: disponibilidad en cualquier dispositivo, agresividad para anexionarse territorios protegidos o no por derechos de autor y, lo más importante, el primer indicio cierto de que la edición digital puede ser un rubro rentable.
Para mí está claro hace mucho que este es el camino. Hasta ahora el libro digital ha sido un ratón de laboratorio al que se le ha inyectado todo tipo de formatos y dispositivos, la mayoría de ellos cerrados mientras se consigue la fórmula mágica que cure a la edición digital de su proverbial dificultad para convertir la información en dinero.
Google tiene en esto una experiencia comprobada y no ha dudado en traducirla al entorno editorial. Si usted tiene, digamos, un muy exitoso sitio en Internet, con miles de visitas al día, excelente contenido, centenares de miles de enlaces alrededor del mundo, pero no quiere o no puede sostener personal para vender publicidad, siempre puede echar mano del programa Adsense. Usted agrega algo de código a sus páginas, éstas muestran anuncios de Google y mes a mes recibe un cheque por lo que haya recogido. A ver si esto les suena:
La mecánica, que al parecer ya ha empezado a explicarse a editores españoles y que estaría recogiendo buenas impresiones «porque lo entienden como una nueva oportunidad, barata y sencilla, de comercializar sus contenidos», pasaría por las siguientes opciones: el editor cede un libro físico, o en formato PDF, a Google, quien se encarga de su digitalización. Una vez realizada, el libro pasa a los servidores de la empresa, que puede comercializarlo directamente, o bien a través de la web del editor o, incluso, de una librería. Según la vía, Google se quedaría con un porcentaje distinto del precio final, que se movería entre un 15% si lo vende a través del editor, un 37% si lo comercializara directamente y un 55% si fuera a través de una librería online.
Quien explica esto es Luis Collado, el representante de Google en España, uno de los países donde el sistema empezará a operar en junio de 2010, fecha en que alrededor de una docena de países podrá utilizarlo. España representa para Google el filón económico más importante del mercado editorial de habla hispana, y es allí donde han iniciado las conversaciones con los editores tradicionales (éstos, además, han empezado a probar sistemas propios). Los mismos editores a quienes Google acaricia:
Con este modelo, ¿puede un autor ir directamente a Google Edition y proponer que le cuelgue el libro en su plataforma? «Sí, si tiene los derechos electrónicos, pero no lo recomendamos porque siempre tendrá más fuerza bajo el manto de una editorial, que también velará por la calidad de su texto; Google ofrece una gran plataforma para todos pero no somos ni autores ni editores», desea recalcar Collado.
Y es claro. Ya que los derechos de autor son la gran piedra de tranca, ¿por qué no idear un sistema donde el autor gestione sus propios derechos? Incluso en el caso de que la gestión de estos derechos pase por el filtro de una editorial, la posibilidad de vender el libro en Internet rompe con las barreras geográficas de la gran mayoría de las editoriales. Recordemos esa balcanización de la cultura latinoamericana que criticaba hace algún tiempo la escritora mexicana Margo Glantz. Sí, transnacionales de la edición como Alfaguara y Planeta tienen presencia en nuestros países, pero lo que publican en Venezuela se leerá sólo en Venezuela. Y esto es más claro si miramos al emprendedor que un día decide crear su editorial para publicar textos singulares y de difícil acceso, que lamentablemente continuarán siendo singulares y de difícil acceso pues sus editores carecen de medios para una distribución internacional.
Yendo un poco más allá, e intentando leer la mente de Google: ya que los derechos de autor son la gran piedra de tranca, ¿por qué no dinamitar el sistema actual de gestión de derechos de autor? Dicen que en la guerra y en el amor todo es válido, y la estrategia de Google parece apuntar hacia ese objetivo: flexibilizar el cuadrado concepto de los derechos de autor hasta que pasen por la redonda boca de sus fábricas de oro.
No es fortuito que veamos a Google enfrentándose al mundo. Creo que, sea cual sea la decisión que tome en noviembre el juez federal Denny Chin, de Nueva York, en torno al acuerdo sobre libros de Google, la empresa seguirá intentando forzar la barra incluso ante los obstáculos que imponga la presencia de nuevos oponentes, como China, por ejemplo. Información es poder y poder es dinero, algo en lo que Google es experto.
Interesante post. Es inegable que la forma en que conocemos el mundo editorial hoy será diametralmente distinta en unos pocos años. Como todo cambio, tendrá sus luces y sus sombras.
Espero que las mayores luces sean para los escritores más marginados, cuyas obras merecen ser conocidas por más personas.