Ayer, 29 de marzo de 2011, una serie de fallas eléctricas y mecánicas, acumuladas por años de indiferencia, de revoluciones en marcha, de pasos de vencedores y otros eslóganes vacuos, hizo implosión en el Metro de Caracas, llevando a la ciudad a un día antes del 2 de enero de 1983, pero con la misma población sudorosa de la actualidad. Un largo tramo de la línea 1 debió ser inhabilitado durante todo el día, lanzando a la superficie a miles de usuarios —cada uno con su premura— y convirtiendo a Caracas en un gigantesco lagarto inmóvil a los pies del Ávila.
En ninguna otra instancia de la realidad venezolana se manifiesta de forma tan patente la cuadrada necedad de los eslóganes como en el Metro. El impresionante medio de transporte que en los años 80 irrumpió desde las profundidades convirtió a la otrora «ciudad de los techos rojos» en una ciudad sifrina, petulante. El eslogan de nacimiento, «La gran solución para Caracas», permitía lanzar una mirada a un futuro prístino en el que se acabarían los atascos. ¿Qué caraqueño del inminente año 2000 se iba a calar dos horas de cola, teniendo bajo sus pies «la gran solución para Caracas»?
Por supuesto, hoy sabemos que todo era una mentira gentil construida por la mente de un publicista atinado. La «gran solución» ya no es ni solución ni grande, pues fue superada hace años por la demografía vertiginosa de sus usuarios. Quienes pudimos estrenarlo en sus primeros tiempos recordamos con nostalgia la maravilla que nos embargaba ante la musiquita futurista in crescendo que producía la electricidad desplegada durante el arranque del tren. Y no sólo eso: también recordamos —más con una sonrisita triste que con nostalgia— el lugar común de moda de entonces, según el cual el caraqueño, aun el más chaborro, se transformaba cuando entraba a una estación.
Es un hecho que todo muere, todo tiene su ciclo de vida. Pero el Metro no puede morir, al menos no por ahora, así que se ha convertido en una suerte de zombi millonario que convierte en claustrofobia todo lo que toca. Los mismos eslóganes han mutado o incluso desaparecido. ¿Desde cuándo no se escucha aquella antañona caricia verbal, «Recuerde que dejar salir [y aquí había una pausa dramática] es entrar más rápido»? Quizás aún es pronunciada por algún operario trasnochado, pero ya nadie la escucha. No hay tiempo. Hay que entrar al vagón a como dé lugar, incluso si eso implica oprimir al prójimo hasta niveles de sardina enlatada.
Hace tiempo que el zombi millonario se pudre bajo nuestros pies sin que nadie parezca estar dispuesto a remediarlo. Lo supimos cuando los retrasos y traspiés, que por años fueron una excepción en el Metro, se convirtieron en la regla. Quizás provenga de este hecho el verdadero sentido del eslogan de nuevo cuño, facilón y autoritario, que el usuario del Metro ve en los andenes: «Estamos tomando medidas. Siga las reglas». Quienes en los años 80 creímos haber conocido «la gran solución para Caracas» no sabemos a qué atenernos en este brave new world de horrendo e irreconocible logotipo que se ha consagrado al estruendo de la manada, y en el que hasta las escaleras mecánicas deben detenerse de cuando en cuando para evitar que la multitud caiga sobre las vías del tren.
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Hoy el Metro amaneció en condiciones, o más o menos. El primer tweet del Metro el día de hoy, emitido a las 5:40 am, prometía «total normalidad» en todas las líneas. Pero ya se sabe lo que en términos del Metro puede llamarse «total normalidad». En el trayecto que hice esta mañana de Plaza Venezuela a Los Cortijos —siete estaciones— hubo al menos una parada adicional entre cada par de estaciones. Con el precedente de ayer, por supuesto, no fueron pocos los usuarios que temieron por la duración de esas paradas en medio de túneles inhóspitos y potencialmente peligrosos. No fue de mucha ayuda, a la altura de la estación de Altamira, una repentina alocución de la conductora del tren, con desacompasado tono malandresco y notorio disgusto: «Uenas, siagradece a los señorej usuarioj… [e hizo una pausa para tratar, en vano, de recordar cuál era el eslogan apropiado]… su colaboración porquel vagón tuavía tiene fallaj». Una señora que iba apretujada al lado mío se persignó, mientras que un gordito con cara y maletín de vendedor captó la urgente necesidad de dictarle talleres de oratoria a los operadores del Metro: «A esta tipa como que la trajeron directo del PSUV a la cabina», dijo con una risita que no dejaba de ser nerviosa.
Con todo, hoy llegué a mi destino; me tomó el doble del tiempo normal, pero llegué. Pero ayer, ayer la calle se convirtió en un hervidero de transportistas improvisados, con unidades que serían grandes atracciones en un museo del transporte bizarro, con rutas y tarifas de ocasión. Y los mototaxistas, que hace años se han integrado a la escena caraqueña, vieron duplicada o triplicada su presencia en las estadísticas y en las calles, gritando a todo bípedo que se moviera sobre el asfalto un efectivo eslogan de una sola palabra, «¡Moto!»; convirtiéndose, así, en los auténticos protagonistas de ese día bocarriba a través de la escamosa superficie del lagarto y declarando sin aprehensión alguna, para Dios y para los hombres, que el 29 de marzo sería en lo sucesivo el Día Nacional del Mototaxista.
Caracas la horrible en todo su esplendor, gracias a las desidía de una claqué que no se cansa de poner en evidencia su falta de gerencia a todo nivel y su estulticia administrativa
Que te puedo decir…?
Todavía recuerdo cuando mi abuelo nos llevo a conocer el metro, dimos la vuelta completa Chacaito-Propatria.
Y es un dolor ver la desidia carcomiendo lo spilares de lo que en otros tiempos fue un orgullo y transformador de «chaborros» como tu dices…