Un pequeño relato de terror patrimonial: el Ayuntamiento de Baltimore ha decidido «ahorrarse» los 85.000 dólares con los que se sostiene la Casa Museo de Edgar Allan Poe. Baltimore, que en el siglo XIX llegó a ser una de las tres ciudades más importantes de Estados Unidos, pasa actualmente por una severa crisis económica, a lo que se suma que debe sostener una nómina de 8.000 funcionarios, que en conjunto se comen 2.560 millones de dólares. La suspensión del financiamiento se producirá el año próximo si para entonces la Casa Museo no es aún capaz de producir recursos propios. Por ahora, la institución sobrevive con algunas donaciones, pero sus ingresos no son suficientes.
Asusta la cosa. En la casa sólo hay un empleado, Jeff Jerome, que hace de curador y conserje. Allí se organizan cada año cosas como el «Halloween en la Casa Poe», que se realiza los dos fines de semana alrededor del 31 de octubre y que, supongo, debe ser toda una experiencia. Se presume que en esta casa, en la que vivió Poe desde sus veintes, nacieron portentos como «Manuscrito hallado en una botella» y mi preferida «Berenice»:
Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la heredad paterna. Pero crecimos de distinta manera: yo, enfermizo, envuelto en melancolía; ella, ágil, graciosa, desbordante de fuerzas; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo y entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando despreocupadamente por la vida, sin pensar en las sombras del camino o en la huida silenciosa de las horas de alas negras. ¡Berenice! Invoco su nombre… ¡Berenice!
Además de la habitación que ocupó el escritor —aquí a la derecha—, los visitantes del Museo pueden apreciar algunos objetos personales, como un sextante y un telescopio, un escritorio de viaje, la única foto que se conoce de su esposa Virginia, las imágenes con las que Doré ilustró la edición de El cuervo de 1884, algunos videos y, cómo no, varias de las botellas de coñac que el «Poe Toaster» ha ido dejando a lo largo de los años en la tumba de Poe.
El caso es que la Casa Museo sencillamente no está en capacidad de sostenerse por su cuenta. La Sociedad Poe ha encendido las alarmas, aduciendo que ni el cobro de entradas ni la venta de tazas, franelas con gatos negros y otros souvenirs generarían ingresos suficientes. Para colmo, no puede emprender actividades como las que ayudan al sostén de otras instituciones similares, que pasan por convertirse en espacio para convenciones o incluso para bodas, pues es muy pequeña y ni estacionamiento tiene. Este es el momento justo para que una historia de Edgar Allan Poe, al menos una, tenga final feliz.
Sería bonito el final feliz. Pero dónde quedaría el carácter misterioso e intrigante, quizá ese punto de zozobra forma parte de la trama.
Corren malos tiempos para la apreciación de los genios artísticos y para las sensibilidades.
El problema de las subvenciones tampoco se queda atrás. Mucho queda en el tintero, qué se subvenciona, quién lo decide. Si contemplamos esas listas, nos damos cuenta en ese momento de lo que es una auténtica malversación.
En Euskadi se cerró estos días, nada menos que Chillida-Leku; el precioso ámbito al aire libre con muchas de las obras de este autor y la recreada casa taller. La magia de esta reunión no fue suficiente para aunar los criterios.
Y vuelvo a insistir, también en Euskadi, a diario se publica el continuado despilfarro de millones de euros en proyectos paniaguados, por llamarlos de forma suave.
En esas estamos, no disfrutamos, pero algunos nos cabreamos.
Saludos cordiales.
Las editoriales que disfrutan año tras año de las ganancias de las ventas de obras universales como las de Edgar Allan Poe, deberían estar obligadas por la ley a pagar un porcentaje mínimo para la preservación de espacios patrimoniales, como lo son las «casas-museos» donde estos artistas vivieron parte de su vida y desarrollaron su obra. Esto debería ser estudiado y propuesto en este caso por la Sociedad Poe. Es inaudito que una obra universal, traducida y vendida en todo el mundo, no de para sustentar la casa ahora museo, donde el mismo autor vivió, y nos legó su herencia espiritual.