El periodista español Juan Cruz lleva varias semanas entrevistando a algunos de los editores más importantes del mundo para el diario El País, en una serie que se publica los domingos bajo el apocalíptico título «Editores ante el final de la era Gutenberg». La entrega más reciente, publicada ayer, es con Stephen Page, director de Faber & Faber, la editorial en la que trabajó el mítico T. S. Eliot (y en la que, me entero leyendo esta nota de Wikipedia, rechazó Down and Out in Paris and London y Animal Farm, de George Orwell).
Cruz destaca de Page —pocas veces un apellido está tan acorde con un oficio— su «romanticismo editorial», que lo lleva a prestar atención a los elementos tradicionales del mercado, sin perder de vista las tendencias que se están marcando en el momento actual. Page compara el mercado editorial con el de la música —sale ganando el primero— y muestra preocupación no por el futuro del libro, sino por el de las librerías. Pero, en líneas generales, es optimista:
Tanto el autor como el lector gozan de una salud muy buena. Y esa es la esencia de nuestro negocio. Y sí, hay muchos cambios en la manera en que lo hacemos. Pero soy optimista. Nuestro trabajo consiste en que lo que escriban los escritores sea de una calidad excelente y que eso llegue a los lectores. Ese es nuestro trabajo. Uno de los miedos era que los escritores iban a ir directamente al lector, sin pasar por la editorial. Pero no es así. No ha cambiado en lo esencial. La inversión en los escritores no se ha desvanecido. Las editoriales existen para ayudar al escritor. El segundo paso, que es el de editar, el de mejorar lo escrito, sigue siendo algo que se hace de manera muy consistente. Y se invierte mucho en ello. Al menos se debería. Las editoriales tienen que servir al escritor. No al revés.
Hasta ahora Cruz ha hecho de trotamundos entrevistando en Nueva York a Peter Mayer, ex presidente de Penguin y actual presidente de Overlook Press; en Milán a Riccardo Cavallero, director general de Libros del Grupo Mondadori; en Barcelona a Sigrid Kraus, directora editorial de Salamandra; en París a Antoine Gallimard, director, claro, de Gallimard; en Múnich a Michael Krüger, director editorial de Hanser, y en Londres a Page. No pocas perlas («La información es ahora más importante que la imaginación. Y esto me produce tristeza»; Mayer), mucha mística de editores-cuarto-bate («Es un oficio que surge del afán de compartir, a través del libro, universos secretos»; Gallimard), alguna crítica al mercado («Ahora lo que se hace es ir detrás. ¿Triunfa Stieg Larsson? Todos buscan otro Stieg Larsson. ¿Triunfa Harry Potter? Todos buscan otro Harry Potter«, Kraus) y una atmósfera común impregnada de esa preocupación que ya mencionamos arriba por las librerías.