Ernesto Sabato (pronúnciese Sábato, como aclara Wikipedia), el último de los grandes mitos de esa literatura del sur a la que tanto debemos, ha partido esta madrugada. La muerte se lo llevó con toda naturalidad, como suele ocurrir con los robles centenarios. Se sabe que la esperaba —alguna vez admitió que la había buscado—, que la aceptaba como el advenimiento de un capítulo final.
Los que me quieren me ruegan que no me levante tan temprano, temen por mi salud; los médicos me revisan, me hacen estudios. En realidad, me estoy humanizando; es una de las consecuencias del sufrimiento. ¿Sería esto una justificación del dolor?
Hoy intenté descansar al menos hasta las cinco, pero sobrevino una especie de visión de la que poco a poco comencé a tomar semiconciencia, algo dislocado, pero que sin embargo se iba imponiendo sobre mí, y así pasé un rato largo debatiéndome entre la realidad y el delirio. Hasta que comencé a dar vueltas en la cama, me destapé y esperé que el frío tranquilizara mis nervios.
Algo turbio, relacionado con la realidad que estamos viviendo, desde el inconsciente, como un murmullo, me recordaba lo que estoy pintando en estos últimos años: esos seres terribles que salen del fondo de mi alma, torres que se desploman, pájaros en cielos incendiados. No sé lo que significan, quizás advertencias, acaso secuelas de lo que sufrí escribiendo ciertos pasajes de mis ficciones, como el Informe sobre ciegos.
(Ernesto Sábato en Antes del fin, 1998).
Ha sido uno de mis autores preferidos, que se nos va, aunque permanecerá con nosotros a través de sus muchas reflexiones.
Como homenaje a su “presencia” os adjunto dos párrafos que escribí en mi artículo RELÁMPAGOS EN EL TÚNEL del 5 de Febrero del 2011 en el Diario Siglo XXI (diariosigloxxi.com/firmas). Sus pocas obras se ofrecen a relecturas que nos introducen en reflexiones muy variadas. Estas son las líneas de referencia:
Cuando nos enfrentamos a las realidades circundantes, nos resulta imposible abarcarlas todas en su conjunto. Lo más frecuente es que vayamos picoteando, percibimos esto o aquello, según las circunstancias exteriores, el estado de ánimo propio, por azar, o quién sabe por qué. Esta variación nos dificulta para empresas de una mayor intensidad; o nos alivia, debido a que la excesiva repetición provoca cansera y neurotiza. De ahí que las percepciones recurrentes en demasía se convierten en DETALLES OBSESIVOS –La mujer, grandes lujos, el sexo, ese poder aunque efímero-. Cuanto más redundante, la escapatoria y el alivio se nos van de la mente; ya no detectamos otra cosa. Necesitamos una cierta variación para no quedar encallados en una obsesión de esas características. En el supuesto de quedar atrapados en sus entresijos, parece que ya no seamos capaces de captar otros matices de la realidad.
Con ese pesimismo socarrón que le caracteriza, el ya centenario Ernesto Sábato, en “El túnel”, saca a colación la actitud de un capitán centrado en el rumbo de su buque, “pero que desconoce porque va hacia ese objetivo”. Un rumbo fijado de antemano, liberado de los razonamientos. ¿Obsesivo? También describió allí, que en la cabeza del protagonista, luego asesino, había un laberinto con gran oscuridad, donde sólo aparecía algún RELÁMPAGO ocasional. Con la razón tan ofuscada y apenas algún fogonazo de luz; no serán de extrañar las frustraciones, los choques, la tragedia y las crueldades. Expresa muy bien esos polos obsesivos y la ausencia de salidas elaboradas.
Gracias, Rafael, por aparecer por estos lares, como siempre. Aparte de la lectura reiterada y cíclica de El túnel, Sábato fue uno de mis maestros a través de ese túnel vertiginoso que se llama El escritor y sus fantasmas.
Se fué un grande, un maestro, un pintor pero sobre todo un excelente ser humano; gracias Ernesto por dejarnos tanto.