Ignacio Bosque —el pana que sonríe aquí en esta foto— es el autor de Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, un poderoso trabajo que desmonta punto por punto, con incontestable rigurosidad científica, los disparates promulgados por feministas de salón — feminazis, los llama Pérez Reverte— para quienes el correcto uso del género neutro en el idioma español es un manejo vil de la Red Mundial de Machistas Malvados. Me refiero a los que creen que decir «los niños» es machista y amenazan con enviar a las pailas del infierno a todo aquel que no diga o escriba «los niños y las niñas», «los/as niños/as» o —madre santa— «l@s niñ@s».
Es un tema espinoso sobre el cual ya escribí hace algunos años, y que una mezcla de pasión e ignorancia ha convertido, en algunos casos, en asunto oficial. Y aunque ha habido voces que se han atrevido a contradecir a estos adalides de la neolengua, es harto significativo que en este caso se trate de la Real Academia Española, pues el informe de Bosque está suscrito por los académicos que asistieron al pleno de esa organización realizado este jueves en Madrid. Entre los cuales, por supuesto, hay académicas.
El trabajo de Bosque hace referencia a la proliferación de «guías de lenguaje no sexista» que en España publican universidades, ayuntamientos y otras instituciones —recopila nueve ejemplos con precisas coordenadas bibliográficas—, la mayoría de las cuales han sido redactadas sin participación de lingüistas, excluidos en virtud de un criterio que, dice Bosque, «será la conciencia social de las mujeres o, simplemente, de los ciudadanos contrarios a la discriminación». En resumen, que estas guías pueden tener buena intención, pero son un completo disparate pues tratan de imponer al ciudadano común formas de expresión artificiosas y, lo peor, erradas.
Bosque recaba múltiples ejemplos de léxico genuinamente discriminatorio y los contrasta con otros emanados de estas guías del absurdo, identificando sin titubeos sus peores descalabros:
Los lectores curiosos e interesados que lean con atención las guías de lenguaje no sexista se formularán un gran número de preguntas lingüísticas, pero me temo que buscarán inútilmente las respuestas entre sus páginas (de nuevo, con la posible excepción de MAL). El lector de estas guías habrá aprendido, en efecto, que es sexista decir o escribir El que lo vea (MUR-4) en lugar de Quien lo vea. (…) El lector se preguntará probablemente si es o no sexista usar el adjetivo juntos, masculino plural, en la oración Juan y María viven juntos. Como este adjetivo «no visibiliza el femenino», en este caso el género del sustantivo María, es de suponer que esta frase es sexista. Tal vez el que la construyó debería haber dicho …viven en compañía para no ser discriminatorio con las mujeres. Pero, ¿qué hacer si el predicado fuera …están contentos, …están cansados o …viven solos? ¿Deberían tal vez usarse en estos contextos adjetivos que no hagan distinción en la concordancia de género, como alegres o felices, o locuciones que no la requieran, como en soledad? De nuevo, ninguna respuesta.
Como no podía ser de otra manera, Bosque esgrime como uno de sus más preciados ejemplos el esperpento gramatical —la expresión es mía— en que fue convertida nuestra Constitución cuando la asaltaron los talibanes del idioma.
Se dice en algunas guías (por ejemplo, en CCOO-24) que los críticos del desdoblamiento léxico (ciudadanos y ciudadanas, etc.) construyen deliberadamente ejemplos recargados con el solo propósito de ridiculizar, a menudo en periódicos o en blogs, a quienes proponen dicho recurso visibilizador. Pero los fragmentos de la constitución de la República Bolivariana de Venezuela que oportunamente cita Ignacio M. Roca en el Boletín de la Real Academia Española (tomo 89, 2009, pág. 78), no constituyen ejemplos inventados por periodistas o escritores.
Y a continuación cita dos —¡dos!— párrafos de nuestra Carta Magna, que no pondré aquí pues leyendo la Constitución misma se pueden conseguir centenares de ejemplos.
Sabedor, Bosque, de que este trabajo será pasto fértil para la crítica sin sensatez de quienes, no teniendo la menor idea de lo que están hablando, apoyan el «desdoblamiento léxico», les sale al paso recordándoles que es el hablante común, y no las academias, quien crea su lengua:
Llama la atención el que sean tantas las personas que creen que los significados de las palabras se deciden en asambleas de notables, y que se negocian y se promulgan como las leyes. Parecen pensar que el sistema lingüístico es una especie de código civil o de la circulación: cada norma tiene su fecha; cada ley se revisa, se negocia o se enmienda en determinada ocasión, sea la elección del indicativo o del subjuntivo, la posición del adjetivo, la concordancia de tiempos o la acepción cuarta de este verbo o aquel sustantivo.
Nadie niega que la lengua refleje, especialmente en su léxico, distinciones de naturaleza social, pero es muy discutible que la evolución de su estructura morfológica y sintáctica dependa de la decisión consciente de los hablantes o que se pueda controlar con normas de política lingüística.
Es necesaria, y siempre urgente, la reflexión seria sobre los problemas de discriminación que enfrenta la sociedad contemporánea. Pero la lucha contra la discriminación no debe respaldar el imperio de la barbarie lingüística, en la creencia de que el empleo de desatinados circunloquios impondrá, por arte de magia, soluciones concretas. Soluciones concretas se consiguen con acciones concretas, y no con la adopción hipócrita de un lenguaje que ni sus mismos propulsores usan.
P.S. Aquí el enlace a la versión original del informe, en PDF.
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