Felipe Garrido recibió el 24 de abril el premio Xavier Villaurrutia, galardón que acaba de tragar grueso el feo episodio con Sealtiel Alatriste. Garrido es un experimentado cuentista que cultiva el relato breve, y a veces brevísimo, un hombre que cree en la facultad de la literatura para convertir las palabras en conjuros. El discurso con el que recibió el premio es al mismo tiempo una clase breve de cuento breve, una selección breve de cuentos breves y un registro breve de maestros que incluyó a Arreola, Rulfo, Monterroso, Cortázar y otros autores, el mismo Villaurrutia, epónimo del premio, incluso. Dice Garrido:
Todo lo que no sea indispensable, debe ser eliminado. No hace falta saber a quién ni qué escribe esa mujer, ni por qué rompe la carta. Todo eso que ignoramos —yo soy el primero que no lo sabe— es un espacio abierto a la intuición del lector. En un cuento corto, más que nunca, queda en evidencia su necesaria complicidad (…). Abordar la punta del iceberg y también su cuerpo oculto; lo explicable y lo inexplicable; decir lo que no hay modo de decir; dejarlo ahí, en el texto, en esos oscuros significados que las palabras manifiestan y a la vez ocultan.
«La estética del cuento corto es la estética del relámpago», dice además Garrido en ese discurso donde demuestra su punto contando cuentos propios y de otros. Incluye uno de Carlos Monsiváis, un cuento de una línea pleno de picardía literaria y humor negro:
Y, fuera de esto, señora Lincoln, ¿disfrutó usted la obra?
Un breve recordatorio para quienes se mueven en estas aguas: la semana que viene termina el plazo del concurso «Los Desiertos del Ángel», que premiará con 5.000 bolívares al mejor cuento de menos de una página escrito por un autor venezolano.