Ayer viví una experiencia enriquecedora. El liceo Rafael Hernández León, en Cagua —y en el que estudié cuarto y parte de quinto año de bachillerato entre 1985 y 1987—, organizó su primer Café Literario y se lo dedicaron a mi cuento “Florida”, que los muchachos han estado analizando en las últimas semanas en sus clases de castellano.
Creo que no tengo manera de describir con fidelidad esta vivencia. La actividad se organizó en el patio central del liceo, donde se reunieron trescientos muchachos con sus chemises color beige. Mi querida amiga la profesora Beatriz Peñaloza —quien en 1999 publicó en Letralia un ensayo sobre las literaturas indígenas venezolanas y una selección de poemas— hizo de moderadora y fue pasando a varios jóvenes, que preguntaron todo lo que se les ocurrió sobre el cuento, sobre mi trabajo en Letralia y sobre mi formación como escritor.
No fueron preguntas fáciles. Quisieron saber si yo consideraba a Dios un mito —mi primer libro de cuentos, publicado en 1993, se titula, justamente, Dios y otros mitos—, cómo enfrentarse al fracaso y cómo encaminarse hacia la literatura. También aportaron sus visiones particulares del cuento, exploraron finales alternativos, trataron de identificar al misterioso enamorado de la protagonista y se mostraron muy interesados en los hechos reales que me inspiraron para escribirlo. Y me dedicaron el gran detalle de decorar el escenario con flores regadas en el piso, como ocurre en la escena final del cuento.
Al terminar la actividad varios de los chamos se acercaron a pedirme que les firmara sus cuadernos y Beatriz puso en mis manos dos enormes afiches realizados por alumnos de otro plantel, el Carmelo, donde —mayor sorpresa— también están leyendo y analizando mi cuento.
Fue, en definitiva, una tarde llena de gratas sorpresas. Escribo esto no para lucir la prenda de un homenaje sino para agradecer las atenciones y la consideración de Beatriz y de todo el personal del liceo —que me dedicó un honroso diploma de reconocimiento—, pero principalmente de los chamos, que me cobijaron con su calidez adolescente en ese patio en el que di tantas carreras y en esas aulas en las que aprendí las nociones del difícil arte de vivir.