Jenna Glatzer es escritora y dirige el sitio (en inglés) Absolute Write, un servicio especializado en la productividad del escritor. Los que entiendan inglés vayan a verlo, y seguramente concordarán conmigo en que nos hace falta un montón de sitios así en nuestro idioma.
En la edición del 13 de agosto del boletín Freebies for Writers, aparece un artículo de Glatzer (originalmente publicado aquí en 2003) en el que habla de las tribulaciones del editor de una publicación literaria cuando debe rechazar un material. Explica ella que, al rechazar el material de un autor por motivos de calidad, se enfrenta a una dura decisión:
En esos casos me toca tomar una dura decisión: ¿le digo al escritor por qué estoy rechazando su material, o no?
Quizás a ustedes les sorprenda que esto sea una decisión difícil. Por supuesto, está el factor tiempo; a los editores que estamos inundados de material no nos alcanza el tiempo para responder personalmente a cada escritor que nos envía textos. Pero cuando tenemos un momento libre y nos sentimos con ganas de ser honestos con el escritor, algo nos hace mordernos la lengua. ¿La razón? No todos los escritores saben lo que significa ser un profesional. Y no todos aceptan la crítica.
No voy a traducir el artículo completo, pero Glatzer toca la llaga del entorno literario. ¿Cuántos de nosotros estamos preparados para recibir un no como respuesta?
Glatzer agrega unos interesantes numeritos. Cuando envía sus cartas de rechazo, 75% de los casos se resuelven bien: no vuelve a oír sobre el asunto (el escritor podría enviar nuevos materiales pero no dice nada sobre el que fue rechazado). Un 5% de los autores rechazados reacciona de manera agradable y agradece que al menos su texto fue revisado. El 20% restante, oh calamidad, es el que reacciona de manera nada bien: esgrimen argumentos por los cuales, según ellos, su texto debe ser admitido.
El tema es recurrente entre los editores. Una carta de respuesta a un escritor, en la que se detalle las razones por las cuales un texto suyo no será publicado, es la forma más expedita de convertirse en un editor malvado. Por eso es corriente que una editorial o una publicación literaria responda con cartas de rechazo prefabricadas, que, por supuesto, no incluyen la valoración del texto rechazado.
Es natural que el escritor espere consideración por un texto en el que ha dejado parte de sí. Pero no siempre el escritor percibe el trabajo del editor como una labor de índole profesional, forjada sobre la base de la experiencia, y en la que el editor también deja parte de sí. Los más paranoicos llegan a pensar que se trata de un asunto personal. Los más vanidosos creen (y te lo dicen) que la estatura literaria de su texto es tal que tú, malvado editor, no puedes percibirla. En mi experiencia con Letralia he aprendido a apreciar sinceramente a los iracundos: sólo dejan un saludo —nada elegante, es cierto, pero inofensivo— para mi madre, y se olvidan del asunto.
En todos los casos, el escritor que argumenta pierde de vista un detalle: cuando una publicación recibe mucho material el editor se decide por los textos sobre cuya calidad (o cualquier otro parámetro con el que mida la pertinencia de un texto para su publicación) no tenga absolutamente ninguna duda. Si un texto arranca bien, pero en su desarrollo presenta debilidades, es obvio que tendrá menos oportunidad de ser publicado cuando el editor lo compare con las decenas de textos, sólidos y bien escritos, que ya ha recibido de otros autores.
Entonces, ¿qué hacer cuando un editor no admite nuestro material? Les dejo con estas muy útiles recomendaciones del escritor y periodista español Álvaro Colomer, que vienen precedidas de un certero artículo muy ilustrativo sobre las relaciones de amor y odio entre escritores y editores, esos malvados.
No es facil atajar el no, asimilar el trancazo. Creo que preferimos ignorarlo, como cuando concursamos en algo y no ganamos: nos han dicho que no, pero de manera indirecta… Quizás a algún editor valiente se le ocurra decirle a los rechazados una especie que diga: «amigo, este lector que a la vez edita no se sintió atraído por tu texto. Me temo que tuve que tomar la decisión por los otros potenciales lectores de mi publicación, precisamente para conservalos o incrementarlos.»