Un par de tragos de fin de semana con mi amigo Héctor Torres, editor de Ficción Breve Venezolana, me enteró de la publicación de una encuesta que sobre el tema de las partes pudendas se encargó de desarrollar entre varios escritores.
Tema problemático este de nombrar los genitales, pues de acuerdo al temple del autor pueden involucrarse en su desenvolvimiento, además de la literatura, otros órdenes, como el asunto social o los propios prejuicios (no, no dije prepucios).
La encuesta tiene mucha fibra y Héctor me ha dicho que vienen más. Por lo pronto destaco entre los varios nombres que allí leo (Eloy Yagüe Jarque, Ana Teresa Torres, Daniel Pradilla, Salvador Fleján y otros) la respuesta de un veterano de guerra: José Pulido, para quien
los órganos sexuales del hombre y de la mujer (y todo lo que humana y virtualmente se puede hacer con tales recursos naturales no renovables) deben nombrarse de acuerdo al personaje que los nombra. Sólo son procaces y cursis cuando se ponen en boca equivocada. Son como las groserías: hay que saber cuándo usarlas y qué efecto se busca. (…) Inclusive, los órganos sexuales tienen tantos nombres que en sí mismos son diccionarios en potencia. Por supuesto, si un personaje rudo o rústico, pongamos por caso, un caletero, dice: «le metió el pipí en la totona» lo menos que va a causar es risa, y el caletero de al lado le dirá «marico perdío», como mínimo. Pero si lo dijera un niño no sonaría tan cursi. Si es un niño de cinco años, claro, porque si tiene más edad entonces parecerá guevón.
Idea plausible y sugerente. Después de leerlo recordé a una exnovia que en sus momentos de éxtasis me nombraba como «sumercé» y esto lograba de manera inmediata un decaímiento de mi ánimo. Tiene razón, y no solo se trata de la edad y la persona, también es válido el espacio y el tiempo en el que se nombran los órganos sexuales.
Más que comentar la nota, felicitarlo por su entrada a la blogósfera, recién me entero por un mensaje de correo de letralia.
Me he tomado mi tiempo recorriendo su bitácora, vale la pena, es decir, es un placer.
Bienvenido pues.
Saludos