La presencia de varios médicos en el acto de lectura del Pregón de la Semana Santa en la ciudad de Talavera de la Reina (Toledo), a cargo del periodista y escritor español Manuel Ramírez Fernández de Córdoba, no fue suficiente para evitar la muerte del pregonero.
En efecto, Ramírez Fernández empezó a leer su pregón el pasado viernes, pero no terminó. A mitad de discurso tuvo un desvanecimiento producto de un infarto. Lo cuenta un cable de EFE:
El periodista, de 59 años, estaba ofreciendo un pregón “intimista y bello”, y realizaba un símil entre la Semana Santa de Sevilla y de Talavera de la Reina cuando empezó a marearse, tomó un sorbo de agua, soltó el vaso, volvió a coger el vaso para beber y se sujetó al atril situado en el escenario del Teatro Victoria.
Le conferimos a la muerte un aura de misterio porque no nos es dado comprenderla, y de acuerdo a la forma como se presente hemos construido todo un sistema de castas. Morir mientras se trabaja está entre los más altos escalafones. Morir de viejo, echado en la cama tras una agonía larga y descansada, está bien si el protagonista ha sido un hombre de bien, pero es una muerte inmerecidamente tranquila si fue un culpable. Veo la foto de don Manuel y me cuesta pensar que minutos después sería un objeto inanimado, presto a iniciar el camino de la podredumbre. Uno termina aceptando la cosa medio a regañadientes porque sabe que es el mismo destino que nos espera a todos en un corto, cortísimo (¿veinte, cuarenta años?) tiempo.
«…muertos no son aquellos que yacen en su tumba fría» dijo alguien eterno en la palabra. Dramática su muerte. La eternidad es un hecho absolutamente terrenal, es el intento perfecto por permanecer en el tiempo, una letra, un verso, el testimonio, o algún hecho, que como díce -en su palabra eterna- J.C. Onetti: «los hechos son recipientes vacíos, que siempre toman la forma del sentimiento que los llene».
Seguramente Don Manuel Ramírez Fernández escribió con calidad y siempre será reconocido; no lo he leído, pero seguramente tú lo has hecho; fue su intento de eternidad y algo logró; pero definitivamente será recordado como el testimonio final del Pregón.
Manuel Ramírez Fernández de Córdoba, mi padre, se fue haciendo lo que le gustaba y de la forma más digna que pudo irse…creo que la muerte le sorprendió demasiado pronto, pero la vida esta llena de sopresas…no creo que la muerte tenga por qué ser un motivo para no degustar hasta el final la vida, quizás sea el comienzo de su nueva vida…La vela que encendió con su escritura nunca se apagará mientras la gente, aún sin estar, siga reconociéndole como un buen escritor, un buen amigo, una buena persona…pocos podrían presumir de dejar tan buenos recuerdos…y ni uno sólo malo…Parece que en el cielo hacía falta gente buena,por lo menos ese es mi consuelo…
como bien dice mi sobrina se fue haciendo lo que le gustaba
pero sobre todo nos dejó una herencia que ya habiamos recibido de mi padre y que el la supo conservar y ampliar no precisamente en capital sino en obras bien hechas siempre por los demás y sin esperar nunca nada a cambio
nos dejó ademas esa sonrisa que cierras los ojos y la ves entre guasona y con consejo que te tranquilizaba y animaba ante cualquier momento que pasasemos superandolo , dandole a las cosas solo la importancia que merecen y en su escala de valores estar dispuesto siempre para el que lo necesitara era primordial
decia que nadie pide por gusto ni ayuda sin necesitarla