Entre todas las historias que puede contar mi amigo Manuel, las más sabrosas son las que tienen que ver con su particularmente desarrollada habilidad para conseguir autógrafos de grandes autores vivos. Sus estrategias incluyen viajes, cartas y tráfico de información privilegiada —y todo eso sin Internet, pues el pana no termina de aprender a usarla— que le han agenciado una valiosa colección de firmas.
Recordé el tema después de leer sobre el dineral —más de diecinueve mil libras— que pagaron en Christie’s por esta carta, escrita por Federico García Lorca y dirigida a su amigo “Melchorito”, Melchor Fernández Almagro. En ella deja el poeta mayor esta declaración que para mí vale más que mil imágenes:
Quiero ser un poeta por los cuatro costados, amanecido de poesía y muerto de poesía. Empiezo a ver claro. Una alta conciencia de mi obra futura se apodera de mí y un sentimiento casi dramático de mi responsabilidad me embarga.
Supongo que la búsqueda de los coleccionistas por este tipo de documentos es una suerte de estadio superior de la caza de autógrafos. Para mí, obviamente por un asunto de dinero, estas cosas son incomprensibles. Si les cuento lloran: hace años que perdí una carta que me envió, con gran deferencia de su parte, Arturo Úslar Pietri. Era 1984, creo, y se había corrido la voz de que el viejo vendría a Cagua invitado a una sesión solemne por el Concejo Municipal. La relación del viejo con Cagua es que en algún momento de su infancia estudió aquí, por un corto tiempo, en la escuelita que el maestro Luis Alejandro Alvarado tenía en su casa.
Fantaseando con la idea de entrevistarlo me fui al Concejo Municipal el día de la sesión. Como nadie supo decirme si era verdad que venía el viejo, corrí —literalmente— hasta la entrada de Cagua esperando verlo. Cuando llegué a la Plaza Rotaria, una de las primeras cosas que veía el visitante en aquellos tiempos, me di cuenta de que no sabía en qué vehículo podría llegar Úslar Pietri.
No sé cómo averigüé la dirección del viejo, pero lo cierto es que la averigüé. Entonces redacté la entrevista que hasta ese momento sólo estaba en mi cabeza en forma de preguntas inconexas. Veinte preguntas metí en una apretada carta y al cabo de unas semanas recibí respuesta. El viejo se excusaba por no haber venido, y decía ignorar quién había puesto a correr esa bola pues realmente nunca había sido invitado. Recordaba a Cagua y al bueno del maestro Alvarado; agradecía mi interés pero declinaba responder aquella catajarra de preguntas sobre su vida y su obra. Al final, su firma, bastante conocida pues aparecía, creo, en todos los fascículos de Valores humanos.
Años después me asaltó la incertidumbre: ¿sería auténtica esa firma? ¿Sería un sello que alguna diligente secretaria tenía como misión utilizar con cartas que el maestro ni siquiera leía? El caso es que nunca lo sabré.
Sin embargo, mi escuetísima carrera como coleccionista de firmas no acabó allí. En 1990 recorría los puestos de libros de la avenida Fuerzas Armadas, en Caracas, y encontré un ejemplar de En el camino del honor, de Gustavo Machado, un personaje que siempre me llamó la atención porque, pese a disponer de una enorme fortuna, era comunista. El libro narra la persecución que el gobierno de Betancourt emprendió contra la izquierda y contra todo lo que oliera a comunismo. Machado y otros parlamentarios de entonces pagaron con cárcel su militancia.
Cuando abrí el libro, lo primero que vi fue una dedicatoria escrita a mano. Al principio pensé que era simplemente la dedicatoria de alguien que estaba regalando el libro, pero luego vi la firma del mismísimo Gustavo Machado —le dedicaba el ejemplar a uno de sus compañeros de prisión, Alonso Palacios— y pregunté el precio. Estaba tan barato que no lo diré aquí. Pagué y me lo llevé de inmediato; por fortuna, aún no lo he perdido, aunque dudo que alguna vez se lo lleve a los chicos de Christie’s.
Los curiosos pueden hacer click en la imagen y verla en un tamaño que permite leer claramente la dedicatoria, que dice:
Para Alonso Palacios Juliac, entre los más y ya curtidos en la lucha, se me ocurre evocar en estas líneas fraternales de fin de año, lo que dijera un poeta allá por la segunda década del siglo refiriéndose a estudiantes engrillados en “La Rotunda”: “¿Quién se atreve al futuro imponerle castigos y osa en torpe cadenas sujetar al mañana?”. Con un apretado abrazo, Gustavo Machado.
Vigente, ¿no?
¿Y como habrá llegado a los recovecos de los bajos de ese puente oloroso a miaos y humo de auto?
Como para escribir un cuento….
¡Total y absolutamente vigente! Lo que pasa es que “¿Quién se atreve al futuro imponerle castigos y osa en torpe cadenas sujetar al mañana?” no parece ser un miembro de la cúpula podrida… ¿o sí? … bueno ¡creo que me perdí!