La seducción de las palabras

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La seducción de las palabras, de Álex GrijelmoLeo desde hace meses (tengo problemas con la disciplina) La seducción de las palabras, libro en el que Álex Grijelmo detalla cómo, al margen de los poderes de persuasión y disuasión de la palabra, se ejerce también el poder de seducción.

Grijelmo dedica grandes extensiones del libro a explicar cómo siglos de empleo del lenguaje han ido creando una madeja de significados que traspasa los límites de lo meramente intelectual:

Todo el idioma está integrado por un cableado formidable del que apenas tenemos conciencia, y que, sin embargo, nos atenaza en nuestro pensamiento. Pensamos con palabras; y la manera en que percibimos estos vocablos, sus significados y sus relaciones, influye en nuestra forma de sentir.

A partir de ello construye su concepto: las palabras tienen la secreta facultad de seducir de acuerdo al uso que le dé el hablante y a la esfera que lo entorne con el oyente. Esta seducción, explica,

parte de un intelecto, sí, pero no se dirige a la zona racional de quien recibe el enunciado, sino a sus emociones. Y sitúa en una posición de ventaja al emisor, porque éste conoce el valor completo de los términos que utiliza, sabe de su perfume y de su historia, y, sobre todo, guarda en su mente los vocablos equivalentes que ha rechazado para dejar paso a las palabras de la seducción.

Y una frase, justamente, seductora, para explicar mejor el concepto:

Convence una demostración matemática pero seduce un perfume.

Apartado de la gris tecnofilia del lingüístico, este libro es, a mi juicio, indispensable para entender el funcionamiento secreto del lenguaje. Lo que es lo mismo decir que es indispensable para quien se precie de escritor.

Llegó a mis manos, por cierto, de las manos generosas de Marijosé Pérez Lezama, a quien nunca terminaré de agradecerle.

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4 thoughts on “La seducción de las palabras

  1. Leo hace tres meses Las palabras y las cosas, de Foucault. Aunque se refiere al lenguaje aplicado al campo del conocimiento científico, pone en tela de juicio el concepto clásico de representación en el lenguaje. Creo (lo sabré al final del libro) que revindica el valor de la palabra poética, más allá de la condición arbitraria del signo de la que hablaba Saussure.

  2. Mi querido Maestro:
    Vengo, leo y me llevo el nombre del libro y su autor. Me sentiré feliz si logro encontrarlo en mi pequeña ciudad.
    ¡Me encantará adquirir a través de su lectura el arte de seducir con las palabras! La sola idea ya me seduce.

    Le dejo mi saludo respetuoso y cordial

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