Hace cincuenta años murió riendo. Le llamaban Bird y compartía su vida entre una aguda tendencia a la autodestrucción y la revolución del jazz que introdujo su forma de tocar.
Cuenta mi tocayo Jorge H. Andrés en esta nota en La Nación que, al morir Charlie Parker, las paredes de Greenwich Village y los pasadizos del metro de Nueva York fueron cubiertas con el graffiti Bird lives. Y es que, con su muerte, el hombre que inspiró uno de los cuentos emblemáticos de Cortázar —“El perseguidor”— dejaba de ser el incómodo drogadicto que tanto trabajo le dio a quienes le rodeaban: el mundo tomaba conciencia de que estaba ante el nacimiento de una leyenda. Así lo explica el tocayo:
Durante la semana se tomó conciencia de que quien había dejado de existir no era el drogadicto impredecible con el que ya pocos querían tocar y nadie se arriesgaba a contratar, sino uno de los más grandes creadores del jazz contemporáneo, el hombre que contribuyó a imponer la primera renovación a fondo con sonido, técnica y vehemencia nunca escuchados en un ejecutante de saxofón.
En el filme Bird que en 1988 le dedicara ese delicado genio que es Clint Eastwood (que no sólo sirve para echar tiros y poner cara de piedra), se plasma muy bien la impresión de los médicos que revisaron el cadáver, quienes le calcularon más de cincuenta años. La baronesa Pannonica de Koenigswarter, matriarca de los jazzers, los sacó de su error: no había cumplido aún treinta y cinco.
Bellísimo… Bird es de los enormemente grandes. Por cierto Jorge, estás invitado mañana al acto con Villoro en la cinemateca a las 11 de la mañana.
Gracias, Luis Carlos… Después me contarás, este fin de semana estoy hasta el tope de trabajo. No dejes de avisarme cuando haya otra actividad parecida, pero trata por favor de que sea con algo de tiempo, Cagua queda a una hora de Caracas y no siempre es un viaje fácil.
Un abrazo, y avanti.