Lo admito: detesto las gestiones. Ir a sacar la cédula (hace cinco años que la mía expiró y aún no la renuevo), registrar una empresa (casi muero de tedio cuando registré mi firma personal), cobrar un cheque (ni se imaginan la cantidad de fines de semana que he pasado sin efectivo por evitar las colas bancarias de los viernes)… Afortunadamente están los libros: antes de cada gestión, tomo de la biblioteca el que más se ajuste a mi estado de ánimo. Así, el libro se convierte en una especie de soma al mejor estilo Huxley.
Cuando un libro nos gusta, se activa en nosotros un mecanismo de asimilación que se parece bastante a lo que ocurre en el cuerpo de un drogadicto. Uno inhala el libro; una parte de la sustancia se va al cerebro y la otra se va a la sangre. La que se ocupa del torrente sanguíneo nos vuelve adictos a la droga en general; pero la que va al cerebro nos produce una sensación muy específica, e impide que olvidemos ese pase en particular.
Sin embargo el cerebro se vuelve exigente, sistemático, costoso.
La tecnología nos ha puesto en las manos un enorme número de herramientas para la gestión de la información, pero estas herramientas están aún sumamente subutilizadas. Pese a que a estas alturas se ha digitalizado un montón de libros, es todavía ínfimo el porcentaje de información de que podemos echar mano en una computadora.
El libro, esa droga alucinógena que nos mantiene en constante viaje, se está transformando porque ya no nos basta con inhalarlo. Necesitamos poseer el conocimiento, no sólo leerlo; en el mundo digital que se avecina (y que ahora apenas vislumbramos) el libro tradicional es una herramienta insuficiente porque no tenemos el poder que nos confiere el libro digital: ubicar información hasta en su mínima expresión.
El libro del futuro será un artefacto y será más que un libro. Será un híbrido entre la computadora portátil y el libro impreso. Aprendemos a extender nuestras capacidades creando herramientas; cada herramienta es concebida sobre la base de los siglos de experiencia que transcurrieron antes de que la creáramos. Así, el libro del futuro tendrá todo lo bueno del libro tradicional: su portabilidad y quizás hasta su textura. Pero resolverá además el problema de la gestión de la información: será un libro indexable.
He escrito sobre esto largo y tendido, pues es un tema que me apasiona. Hace unos días Alber lanzaba esta reflexión, que camina en el mismo sentido:
Empezamos con las tablillas de arcilla, se innovó una barbaridad con la tecnología del pergamino y dimos un salto cósmico con la aparición de la imprenta. ¿Por qué esto no iba a seguir hacia delante? ¿Porque los artilugios electrónicos que hasta ahora se han ensayado (ni media docena) han resultado un fracaso estrepitoso? ¿Por la mística del olor a tinta y el sonido de las hojas de papel al ser pasadas? Será cuestión (y lo será más pronto que tarde, atención al dato) de que aparezca un libro electrónico la mar de práctico. No le destrozará la vista al lector, se podrá dormir encima de él sin que se estropee y se limpiará con la misma bayeta que guardas bajo el fregadero. ¿Que a nosotros nos dará cosa adoptarlo? Ya vendrá la siguiente generación y nos ingresará en una residencia de ancianos, que para eso están.
¿Recuerdan a Michael Hart? El hombre que creó el Proyecto Gutenberg hace 34 años, cuando las computadoras eran gigantescos radios. Hart lo descubrió antes que nadie: «El mayor valor intrínseco en las computadoras no está en la computación, sino en su capacidad para almacenar, recuperar y localizar datos». Cambien la palabra computadoras por libros y sabrán a qué me refiero.
En lo personal, me relamo de gusto al imaginar el día en que, al fin, tendré uno de estos libros en mis manos. Que no será un libro, será un artefacto en el que podré leer el libro que quiera. Ya no más la onerosa actividad de escoger un libro en la biblioteca antes de cada gestión: los tendré todos en el bolsillo.
Lo cierto es que, aunque me encanta ver los volúmenes en las estanterías, y sentir el tacto y el olor del papel antiguo en mis manos, deseo lo mismo que tú; ese libro electrónico con textura de libro en dónde estén todos los libros.
Es posible que esté a la vuelta de la esquina: http://www.eink.com/technology/
Ahora, seguro que el trabajo en el «Soma» debe estar mucho más adelantado, inhalar es mucho menos complejo que leer 😉
Me acabo de mudar y por fin hoy voy a buscar lo que queda de mis cosas, «Todos Mis Libros», unas cuantas cajas…ojala ese libro existiera no los hubiese extrañado ni me hubiese costado tanto mudarlos.
Soy de los que ingresarán en una residencia de ancianos, una que tenga los libros separaditos, almacenados y llenos de ácaros, en un gran cuarto que en la antiguedad llamamos biblioteca. Caramba que no tengo manos para cargar con todo el conocimiento entre ellas, ni cabeza para pensar en cosas comos los derechos de autor y la piratería. Me resisto, quiero poder quemar los libros que no me gustan y lanzar como arma los que para ello se presten, quiero fanfarroneárle a un amigo, apartándole del grupo y llevandole en secreto, alguna nueva adquisición que yo considero una joya de mi biblioteca, quiero poder continuar con mis paseos entre muros de libros y pensando «¿Aquel del lomo rojo será un libro interezante?». Recibe mis brazos en forma de abrazo.
Léase la (z) del final, como (s).
Oye Jorge, que buena esta página, agradezco tus post. Pienso en cuando era pequeño, porque niño todavía soy. Mi abuelo tenía una vitriola en la que oía en discos de pasta algunas cosas de Bach y Puchini. Pana, yo amaba ese aparato, lo adoraba… Lo cuidaba más que mi abuelo, y eso que ya teníamos Pick Up. Epa, que no soy tan viejo. Bueno, la cosa es que nosotros, somos hombres del libro, del objeto de papel. Yo veo como los chamos se relacionan con el ordenador y me quedo a cuadros.
Por eso no me extrañará nada que en algunos pocos años una parte del mundo esté totalmente digitalizada. La mayoría seguirá medio muerta de hambre… Si no hacemos algo… Habrá que pensar en la oralidad y la escritura. Recomiendo “Oralidad y escritura de Walter Ong”, un tipo que fue maestro de Mc Luhan. El libro electrónico será una realidad en breve, pero afectará seguramente la lectura lineal, sobre todo por sus posibilidades. Pienso en el pana Doménico Chiappe y su magnífico trabajo de novela hipermedia. En su novela el tipo se ve obligado a reducir a núcleos dramáticos con sentido propio cada apartado o capitulillo precisamente por sus posibilidades. Fotos, sonidos, etcétera. A mi juicio el futuro será la imitación virtual de un contador de cuentos, de historias, como el bibliotecario de la última versión de “La máquina del tiempo”.
La vaina va entrando por los extras de los DVD, va entrando por los extras de los CD de música. Llegará seguro. A mi me gustan mucho mis libros, lo juro, me gusta hasta quitarles el polvo pero ahora que me estoy mudando y llevo un montón de cajas de libros me gustaría que cupieran en una CPU. En fin, en cuanto a lo de el alegronazo que da leer un buen libro, acaba de pasarme lo mismo con una novelita de Dante Liano, llamada “El hombre de Monserrat”. 120 páginas a cuerpo 12 muy bien escritas. Bueno, que a mi me gustó bastante, en mi humilde opinión.
La evolución, mi estimado Jorge, como ya has pensado, no se puede evitar. El libro electrónico, fácilmente transportable, con memoria suficiente para almacenar muchos libros, llegará, mostrará y vencerá.
Un libro que sea todos los libros, o que al menos lo intente, será una idea Borgiana digna de existir, por supuesto. De ahí a la gran Biblioteca de Alejandría habrá pocos pasos, claro que los interminables pasillos y cuartos serán digitales.
Palimp, tengo un amigo experto en ergonomía que me dice: para que un invento sea necesario hay que inventar antes la necesidad. Y es, creo, lo que ha ocurrido en estos años. ¿Quién necesitaría un libro digital en 1850? El equivalente de los grandes índices contemporáneos estaba en las enciclopedias. Era relativamente sencillo sentir que en la biblioteca de la casa de uno estaba condensado todo el saber humano. Ahora tenemos computadoras y sabemos que el conocimiento nunca es suficiente, y por eso sabemos también que necesitamos mecanismos de indexación de la información.
Topocho, no he tenido chance de revisar el enlace. Pero por lo que he visto, todos los prototipos existentes tienen un problema común: el costo unitario. Serían verdaderos lujos si se comercializaran en este momento.
Pero eso viene. No lo duden. Y será como los celulares, que hace años daban estatus y hoy en día hasta te los regalan.
Kareta, las principales víctimas en la refriega de las mudanzas, son, y eso lo sé de sobra, los libros. Mis condolencias por los que pierdas.
Bogato, prometo visitarte de vez en cuando. Y te llevo uno de esos marcalibros magnéticos.
Carmelo, es el caso de los audiolibros, que te dan la posibilidad de sustituir lectura por el «echamiento de cuento». A mí me parece una idea abominable, sostengo que es en la lectura donde reside el placer (sea leyendo sobre papel, sobre tablillas, sobre monitores), pero quizás es sólo lo que dices: somos gente de papel. Magnífica idea esa.
Así es, Tecnorrante, y más: el libro digital es a los desvencijados bosques lo que la energía solar a la guerra del petróleo.
Pana, yo no me reí, yo sentí una morbosa envidia cuando vi Mátrix y sale neo y le dice Tanque, ¡Ya sé kung fú!
Vaya, el audio libro, no lo había pensado… Me hace pensar que en un principio existían salones para leer, y esta práctica se hacía en voz alta. Luego la lectura se internalizó… Se hizo silenciosa… Y ahora pienso en la telepatía, vulevo al jodido chiste de Mátrix cuando Neo dice: Ya sé kung Fu…