Es domingo y me he levantado escribiendo, lo cual resume bastante mi idea de la felicidad. Pero lo lamento, hoy no escribo para ustedes: adelanto un proyecto en el que llevo trabajando varios meses; es decir, escribo para ustedes pero no para que lo lean hoy ni para que lo lean en un blog. Así que no más parla, los dejo con un amigo, uno de esos amigos a los que uno siempre quiere ver pues siempre tienen algo interesante entre manos.
El mono que quiso ser satírico
En la Selva vivía una vez un Mono que quiso ser escritor satírico.
Estudió mucho, pero pronto se dio cuenta de que para ser escritor satírico le faltaba conocer a la gente y se aplicó a visitar a todos y a ir a los cocteles y a observarlos con el rabo del ojo mientras estaban distraídos con la copa en la mano.
Como era de veras gracioso y sus ágiles piruetas entretenían a los otros animales, en cualquier parte era bien recibido y él perfeccionó el arte de ser mejor recibido aun.
No había quien no se encantara con su conversación y cuando llegaba era agasajado con júbilo tanto por las Monas como por los esposos de las Monas y por los demás habitantes de la Selva, ante los cuales, por contrarios que fueran a él en política internacional, nacional o doméstica, se mostraba invariablemente comprensivo; siempre, claro, con el ánimo de investigar a fondo la naturaleza humana y poder retratarla en sus sátiras.
Así llegó el momento en que entre los animales era el más experto conocedor de la naturaleza humana, sin que se le escapara nada.
Entonces, un día dijo voy a escribir en contra de los ladrones, y se fijó en la Urraca, y principió a hacerlo con entusiasmo y gozaba y se reía y se encaramaba de placer a los árboles por las cosas que se le ocurrían acerca de la Urraca; pero de repente reflexionó que entre los animales de sociedad que lo agasajaban había muchas Urracas y especialmente una, y que se iban a ver retratadas en su sátira, por suave que la escribiera, y desistió de hacerlo.
Después quiso escribir sobre los oportunistas, y puso el ojo en la Serpiente, quien por diferentes medios —auxiliares en realidad de su arte adulatorio— lograba siempre conservar, o sustituir, mejorándolos, sus cargos; pero varias Serpientes amigas suyas, y especialmente una, se sentirían aludidas y desistió de hacerlo.
Después deseó satirizar a los laboriosos compulsivos y se detuvo en la Abeja, que trabajaba estúpidamente sin saber para qué ni para quién; pero por miedo de que sus amigos de este género, y especialmente uno, se ofendieran, terminó comparándola favorablemente con la Cigarra, que egoísta no hacía más que cantar, cantar y cantar dándoselas de poeta, y desistió de hacerlo.
Después se le ocurrió escribir contra la promiscuidad sexual y enfiló su sátira contra las Gallinas adúlteras que andaban todo el día inquietas en busca de Gallitos; pero tantas de éstas lo habían recibido que temió lastimarlas, y desistió de hacerlo.
Finalmente elaboró una lista completa de las debilidades y defectos humanos y no encontró contra quién enfilar sus baterías, pues todos estaban en los amigos que compartían su mesa y en él mismo.
En ese momento renunció a ser escritor satírico y le empezó a dar por la Mística y el Amor y esas cosas; pero a raíz de eso, ya se sabe cómo es la gente, todos dijeron que se había vuelto loco y ya no lo recibieron tan bien ni con tanto gusto.
Un excelente blog. Mis felicitaciones.
Y después hay quien dice que: «Mono no se ve su rabo.»
Lo pudo haber titulado, algo así, como: «Del arte de la diplomacia.»
¿A papá mono con banana verde?
Creo que en este caso sería mejor escribir: «Así que no más parole…» (si lo quieres decir en italiano)
gaetano
desde Nápoles
P.s. Adoro las fábulas de Monterroso. Gracias por recordármelo.
y lo demás es silencio, como diría el otro…
Y hablando asi como los locos, tú crees que Cohelo en el fondo no es más que un mono?
“Castigat ridendo moris” es quizás la definición más clásica de sátira. Y Monterroso es el maestro más sutil de ella en español, a mi parecer.
Además se incluía a sí mismo. El mono es Monterroso pero también la mayoría de los escritores, porque al fin y al cabo en el fondo todos desean(mos) ser queridos y reconocidos 🙂
Richard, muchas gracias por ese estimulante comentario. Aitan, nada que agradecer. Don Augusto siempre es bienvenido; no como el mono ese del que los amigos se aburrieron.
En general me parece que, además de las finas ironías de don Augusto, este cuento retrata uno de los problemas más comunes en el escritor: ¿daño a alguien cuando escribo lo que escribo? Y más: ¿me importa infligir ese daño?
SíLuis, no me cabe duda. Muchos no lo saben, pero —entre otras cosas— una de las razones por las que nos convertiremos en El Planeta de los Simios es Paulo Coehlo.
Álvaro, buen ojo el tuyo. Es una crítica que es una autocrítica que es una crítica.