No cabe duda de que la historia es una creación humana, como la ficción. Tome usted cualquier personaje o hecho histórico, investigue un poco y encontrará, a partes iguales, gente que lo glorifica y gente que lo rechaza. Ya que la realidad que conocemos depende principalmente de la percepción humana, es fácil recabar pruebas de la existencia o la inexistencia de lo que uno quiera.
Negacionismo es el nombre que hemos dado a la tendencia a negar hechos históricos comúnmente aceptados. El caso más notorio, quizás, es el del exterminio judío por parte de los nazis: incluso con el peligro legal que conlleva su negación, hay quien dice que no hubo cámaras de gas, campos de concentración ni holocausto, o que si los hubo, Hitler nunca se enteró.
Y, claro, si se puede negar un genocidio, con mucha facilidad puede negarse una construcción cultural como el boom. Un fenómeno particular, si se piensa que no existe otra eclosión de autores de una región que haya superado la simple incidencia en el mercado para arribar a la categoría de hecho cultural, dejando profundos efectos en la literatura universal. No hay un boom africano o asiático; el auge de la literatura nórdica es reciente y probablemente pasajero; incluso las reacciones contrarias al boom suelen ser identificadas con nombres extraídos de algo que con toda propiedad puede llamarse cultura boom.
Creo que la mayor fortuna del boom fue la juventud de muchos de sus exponentes, que les permitió precisamente eso de ir más allá del mero éxito de ventas. Conforme fueron madurando, su participación en la definición de la cultura contemporánea fue haciéndose más crucial, sus voces llegaron más lejos y se convirtieron en influencias. No es cualquier cosa que medio siglo más tarde todavía uno de ellos reciba un Premio Nobel de Literatura.
En todo caso, la diferencia entre el holocausto y el boom estriba en que el primero fue un crimen, por lo que el interés de negarlo está ligado a otros intereses más concretos —políticos, económicos, generalmente presentados con una pantalla ideológica. Del segundo, en cambio, hay todo un contingente de evidencias tangibles que aúlla tratando de llamar la atención. Y no me refiero a los libros publicados ni a los premios ganados, sino al vasto archivo que guarda bajo sus faldas la superagente Carmen Balcells, un personaje fundamental en la configuración del boom, la mamá grande que también tuvo la fortuna de su juventud en aquel entonces, y ahora puede asistir a la entrega del Premio Nobel a Mario Vargas Llosa, uno de sus descubrimientos de hace medio siglo.
Pero Balcells morirá algún día, aunque su longevidad se empeñe en negarlo. Tiene ochenta años y empieza a hacer maletas. Una de sus principales preocupaciones es el destino que tendrá toda la evidencia documental del boom: manuscritos originales, diarios, textos inéditos, incluso el registro de las negociaciones que la convirtieron a ella en la agente referencial de la literatura de habla hispana, y a sus clientes en referencias reverenciales de la literatura universal. Lo comentan hoy en El País:
Cuando el Estado llegue a un acuerdo con Balcells —acuerdo que parece próximo— se abrirán algunos interrogantes. Primero, el precio. «Será muy rentable para todos», aseguran en [el Ministerio de] Cultura. Después el lugar. ¿Dónde quedará depositado? En principio, el espacio más evidente es la Biblioteca Nacional. Pero también podría representar un germen perfecto para el futuro proyecto del Archivo del Autor, un gran complejo donde queden varios legados de escritores, pensadores e intelectuales españoles e iberoamericanos. La crisis no ha dejado pasar dicha idea de un mero esbozo, pero es un plan que estaba en la mente del actual Gobierno y de estudiosos como Anna Caballé, autora de un buen puñado de biografías sobre personajes clave de las letras españolas, como Francisco Umbral o Carmen Laforet.
No estaría mal comenzar ese archivo con los papeles de Balcells. Esta negociadora pionera, astuta, férrea y legendaria cambió el panorama de la literatura contemporánea para siempre y fue clave para entender fenómenos como el boom latinoamericano. Todos coinciden en que Balcells fue la primera en luchar frente a las editoriales por la dignidad reconocida del trabajo de los autores. Los secretos de esos métodos y muchas de las claves de las carreras que ella ha manejado han quedado registrados en esos documentos.
Esta podría ser la negociación más importante de la carrera de Balcells: introducir su legado en la historia, antes de que llegue la muerte y lo convierta en pasto de especulaciones o, peor, de disputas legales.
Buenísimo, va link en mi próximo Lo mejor de la quincena. Saludos!
Un artículo, estupendo, que debería ser leído por muchos.
Saludos.