Un instinto primordial induce a todo animal a luchar por su vida. El ser humano no es excepción, pero se distingue por la elaboración de significados alrededor del concepto de vida. La vida, sabe el ser humano, no consiste sólo en respirar, nutrirse, reproducirse. Vida es libertad y dignidad. Para el ser humano, la lucha por la preservación de la especie no se restringe a huir o refugiarse: hay que resistir hasta que la libertad y la dignidad prevalezcan.
Hosni Mubarak, con más de treinta años en el poder, se ha topado con estos conceptos. El pueblo egipcio pide su renuncia y él, es obvio, se niega a dar el paso aunque los dirigentes del Partido Nacional Democrático, en bloque, sí lo dieran. Dos semanas de protestas y centenares de muertos nunca pesarán más que las mieles del poder para el poderoso. Mientras la gente toma las calles de El Cairo, la oposición —que denunció fraude en las últimas elecciones parlamentarias— recobra espacios y logra reunirse con el vicepresidente. Libertad de prensa y excarcelación de los detenidos durante las protestas son algunos de los logros.
Una crisis parecida pero por motivos distintos empieza a gestarse en Italia. El más reciente de los muchos escándalos de la gestión de Silvio Berlusconi reúne sexo, política y dinero y ofende a la sociedad italiana. Cientos de mujeres tomaron a finales de enero las calles de Florencia, Milán y Roma para gritarle al poder la consigna que expresa la lucha de la especie por la libertad y la dignidad: Italia no es un burdel. Ayer, la protesta se repitió, con el respaldo de intelectuales como Umberto Eco, Roberto Saviano y Maurizio Pollini. La nota de El País reproduce parte del encendido discurso que Eco pronunció en el Palasharp de Milán:
¿Por qué no dimite nuestro jefe de Gobierno? Primero porque si lo hace queda en manos de los jueces. Y segundo porque tiene diputados dispuestos a todo, que todavía no han cotizado suficiente para la pensión o no han recibido bisutería suficiente. Está bien apoyado. ¿Qué hacemos aquí, entonces? Hemos venido a defender el honor de Italia.
Hemos venido para recordar al mundo que no somos un país de proxenetas, que no todos si tuviéramos dinero haríamos lo mismo, que no somos como esos padres que animan a sus hijas a ir a las fiestas para ver qué cae. Quizá somos una minoría, pero no importa. Durante el fascismo sólo 11 profesores de universidad no juraron fidelidad al Duce. Pero ellos salvaron el honor de Italia.
Si nadie es una isla y las campanas que doblan por el prójimo están doblando también por mí, la resistencia de una minoría me concierne. Nos concierne.