Continuando con el cuento de la semana movida, esta mañana regresé a Cagua y apenas me dio tiempo de responder un par de correos antes de irme a Maracay a presentar el libro Testigo del siglo 20, de mi amigo y maestro Samuel Eduardo Qüenza. Para los que no estén enterados, Samuel ha formado a generaciones de docentes en su larga trayectoria, y es un especialista en la producción de materiales educativos impresos. Pero además de eso fue el creador, en 1988, de la Peña Literaria Cahuakao, que es algo así como la abuela de Letralia y una de las experiencias más enriquecedoras que me ha tocado vivir.
La presentación se hizo en la Biblioteca Agustín Codazzi, que es el centro de operaciones en el que estamos celebrando esta Semana del Libro. Mañana a las 5:30 de la tarde presentaremos el documental Lorca, el mar deja de moverse, de Emilio Ruiz Barrachina, y al terminar la proyección habrá una charla de Carmen Campos, poeta y novelista que hablará sobre Lorca y sobre la muerte en la poesía. El viernes a la misma hora tendremos la presentación de dos libros de mi amigo Víctor Montoya, el escritor boliviano radicado en Suecia que inauguró meses atrás la colección Crónica de Editorial Letralia con su libro Retratos. Las actividades terminan el sábado en la mañana con la presentación de los nuevos títulos de la Imprenta Regional del estado Aragua, publicados bajo la batuta de Amanda Reverón y gracias al trabajo de Héctor Bello y Ángel Pérez, expertos en eso de quedarse hasta la madrugada con tal de tener listos sus libros.
Con Samuel y su equipo estamos preparando un taller de narrativa que dictaré próximamente en Cagua. Será un taller gratuito y estará orientado de forma especial a chicos que deseen iniciarse en el cuento. Pronto pondré aquí detalles de la actividad, que incluirá un anuncio especial.
Al terminar la presentación de esta noche los asistentes se llevaron, de obsequio, ejemplares del libro firmados por Samuel. Bueno, no sólo firmados: Samuel tuvo la delicadeza de escribirle a cada uno una dedicatoria. En la foto de aquí abajo, en la que salgo atravesadísimo, aparecen las escritoras Rosana Hernández Pasquier y Julia Elena Rial, las chicas de la izquierda, y a la derecha Samuel entregándole su libro dedicado al artista plástico Édgar Mata.
Y ahora, para los curiosos, el texto que preparé para presentar el libro de Samuel:
Un día cualquiera de 1941 llegó al internado de Barrancas el camión de la gasolina. El camionero se bajó y se dispuso a descargar los tambores con que surtía al internado mientras dos niños, desde un rincón, lo miraban señalándolo. Para cuando pudo darse cuenta, los niños estaban ante él con la intención de hablarle.
Once años antes, el ahora camionero se había enterado de que su novia, la maestra de Sabaneta, estaba esperando un hijo suyo, y su reacción fue negarse a celebrar el matrimonio al que se había comprometido. A más de seis décadas de distancia, uno de esos niños, el hijo natural que había convencido a su madre de inscribirlo en el internado bajo la corazonada de que allí obtendría información sobre su padre, a quien no conocía, ha resumido el episodio con una frase lapidaria: «José Miguel Valera me dio su bendición, un abrazo y un fuerte».
A medio camino entre la autobiografía y la crónica histórica, el libro que hoy presentamos, Testigo del siglo 20, es la senda por la que Samuel Eduardo Qüenza ha vuelto sobre sus pasos para recrear el devenir de un país siempre convulso, siempre esperanzado y no pocas veces engañado, desde la perspectiva de un hijo natural, un rebelde, un socialista, un poeta y un maestro de escuela, que hablan todos a una.
El hijo natural no deja de recordar la sentencia orteguiana que define al individuo como la suma de su personalidad y sus circunstancias. Lo dice Samuel de esta manera: «Fue necesario, en mi caso, que la circunstancia de ser hijo natural unida a otras cuyo efecto en el ser humano que soy es innegable, modelaran mi personalidad». Una circunstancia que lo apartaría para siempre del seminario al que lo había destinado su devota abuela, cuando uno de los sacerdotes que pasaban a caballo por el pueblo le advirtiera: «Misia Clemencia, recuerde usted que un hijo natural no puede ser admitido en el seminario».
El rebelde es el mismo muchacho de 28 años al que la historia le jugara una mala y una buena pasada. La mala fue que la dictadura de Marcos Pérez Jiménez lo encarcelara por sus actividades orientadas a la conquista de la democracia entonces secuestrada por la bota militar. La buena fue que la detención se produjera el 20 de enero de 1958, por lo que tres días después Samuel, junto con el país todo, recuperaba su libertad.
El socialista es el hombre que tempranamente detectara los primeros indicios de la podredumbre en los partidos políticos que, en la primera mitad del siglo XX, nacieron directa o indirectamente de la mano de Rafael Caldera y Rómulo Betancourt; es, también, el visionario que se opusiera a la vía de la violencia que tomara la izquierda, devenida movimiento guerrillero sin fortuna, cuando se hizo obvio el fraude que representaba el Pacto de Punto Fijo; es, igualmente, el hombre que no sólo manifiesta su esperanza de que el momento actual conlleve para Venezuela el cambio definitivo hacia el progreso, sino que además actúa desde su puesto de docente para contribuir a ello.
El poeta es quien en sus lecturas infantiles y juveniles vio pasar ante sus ojos los versos de Elías Calixto Pompa, el sabio Rufino José Cuervo, el príncipe Rubén Darío y el Premio Nacional de Literatura Alberto Arvelo Torrealba, entre otros; el mismo que una noche de 1988 me contara cómo había sido toda una experiencia leer El hombre mediocre, de José Ingenieros, dos veces en su vida, en su juventud y en su madurez, y comprobar el efecto de esa lectura en ambos momentos; el mismo al que Fernando Caro Molina le escribiera: «Creo no exagerar al decirle que es usted un poeta de límpida voz e imágenes nuevas; es hoy lo que podría llamarse la expresión insustituible de un tiempo en tinieblas».
El maestro de escuela es el reconocido especialista en producción de materiales impresos para el sector educativo, que comandara equipos de trabajo no sólo para El Mácaro, institución que le debe buena parte de sus logros, sino también para la OEA, la Unesco y otros organismos internacionales; es el guerrero silencioso que desde la tribuna de la docencia ha encauzado a un ejército de educadores que hoy tienen en él no sólo a un guía, sino también a un amigo.
Narrado con la intensidad de una novela de aventuras, pero con la convicción de que las nuevas generaciones deben conocer la historia para forjar sabiamente el futuro, Testigo del siglo 20 es el retrato que Samuel nos entrega del tiempo que le ha tocado vivir, con la sincera humildad que es uno de sus más caros valores. Un testimonio de excepción provisto por uno de nuestros más solventes intelectuales, que temprano descubrió que la vida es fértil sólo si se la abona con el trabajo constante, y no con la estridencia ni el oropel.
Mi profundo agradecimiento a tí, por tus sentidas y sinceras palabras a mi padre y mi admiración a quien se ha labrado un camino excepcional, continúalo siempre como lo has estado haciendo. Saludos!