Bertram Fletcher Robinson era abogado, escritor y periodista, y su obra cumbre fue El perro de los Baskerville, una novela con almas vendidas y perros en el infierno. El flamante siglo XX empezaba apenas cuando se le ocurrió mostrarle el manuscrito a su amigo Arthur Conan Doyle, famoso a más no poder y de cuya experiencia esperaba Fletcher recibir la ayuda del buen ojo crítico.
Pero lo que recibió fue una dosis mortífera de láudano que lo mandó al otro mundo en 1907, y Conan Doyle —quien además se acostaba con la esposa de su amigo y llegó a hacerla su cómplice— se embolsilló un buen dinero con la novela. Claro que tuvo un poquitín de estilo, y le pidió a su editor poner el nombre de Fletcher al lado del suyo, a sabiendas de que el editor se negaría. Así, Fletcher quedó simplemente en una nota a pie de página con olor a disculpa.
¿No es una trama digna del autor de Sherlock Holmes? Obviamente los seguidores de sir Arthur dicen que esta hipótesis es descabellada, y quieren lanzarle los perros del infierno al escritor y ex psiquiatra Rodger Garrick-Steele y al científico y ex policía Paul Spiring, quienes encabezan un equipo de seis personas —con patólogo y todo— que han pedido autorización para ir a Ipplepen, en Devon, desenterrar a Fletcher y examinar lo que quede del cadáver a ver si es verdad que murió de fiebre tifoidea o si, como en su hipótesis, fue el láudano lo que lo mató. El envenenamiento por láudano produce efectos similares a los de la fiebre tifoidea, y esto era conocido por sir Arthur, quien además de escribir sobre detectives era, adivinen, doctor. Como ven, sólo falta un mayordomo.
Garrick-Steele es el dueño, desde 1989, de la casa de Fletcher. Varios documentos descubiertos allí por él le llevaron a escribir el libro La casa de Baskerville, donde expone su hipótesis, que se ampara en un detalle maravillosamente novelesco: Fletcher oficialmente murió de fiebre tifoidea, pero esta enfermedad es contagiosísima y nadie de su entorno la sufrió. Qué bárbaro, sir Arthur, y usted que creía que iba a salirse con la suya.
(En Los platos del diablo, de Eduardo Liendo, un escritor muy envidioso le pasa el carro por encima a otro que le ha mostrado el manuscrito de una obra maestra. La publica con su nombre y, tiempo después, es descubierto por las sospechas de una chica que ha servido al verdadero autor de modelo para uno de sus personajes. La vida imita al arte).
Con que esas tenemos, pero claro de algún lado tenían que salir esos libros y esos crímenos de los que tanto escribió.
Te dejo un abrazo
Je je je, ese es un tema recurrente en cualquier disciplina, y viejo como los mitos griegos.
Anyway, el Sabueso de Los Baskerville rulez, recuerdo mucho ese libro de cuando era chamo 🙂
¿Y a quién le importa esta historia hoy en día? Lo cierto es que el Sabueso de los Baskerville es una magnífica novela y no dejará de serlo porque haya un muerto de por medio (quizás incluso le de cierto encanto e invite a quien no la ha leído a acercarse a ella).
A mi, por lo menos, me importa. En manos de un buen escritor biográfico sería una historia tremenda. Estoy de acuerdo con la segunda parte del comentario: algo así puede revivir el interés por la novela original.
Saluditos,
L
…Además les aseguro que a los herederos de Fletcher (que debe de tenerlos) les importa muchísimo más que a nosotros.
yo no me lo creo en absoluto. Siempre que una cosa sobrepasa la fama para convertirse en mito, surgue una leyenda urbana. La vida es asi.